Últimamente proliferan las películas que ofrecen una imagen nada halagüeña del mundo de la política. Lo triste es que, aunque esas películas sean incompletas en su visión del quehacer político, lo que cuentan suele ser cierto. Describen una jungla donde el motor principal es la ambición, que está detrás de las luchas de poder, la traición y la corrupción. Hace un mes llegaba a nuestras pantallas una cinta francesa, El mundo de ayer (Diastème, 2022), inspirada en una novela de Stefan Zweig, que hablaba de cómo todo vale para descarrilar una carrera política o lo contrario. Ahora se ha estrenado otra película, también francesa, Promesas en París (Thomas Kruithof, 2021), que nos lleva al mundo de la política municipal y de los mecanismos de partido para volver a mostrarnos la frágil frontera entre el bien y el mal en la política. Como dice un personaje del filme, en política tienes que dar lo mejor y lo peor de ti mismo.
Clémence (Isabelle Huppert) es la alcaldesa de una localidad cercana a París. Ella está en su segundo mandato y prometió no volver a presentarse. Antes de finalizar su gobierno quiere dejar solucionado un peliagudo asunto relativo a unos edificios de protección oficial, que tienen serios problemas de mantenimiento e insalubridad. Su mano derecha, el director de personal, Yazid (Reda Kateb), la ayuda a pie de calle. En plena batalla por solucionar los problemas de esas edificaciones, Clémence recibe la propuesta de ser nombrada ministra en el Gobierno de la República. Pero no todos los que rodean al primer ministro están de acuerdo. La trama se complica cada vez más, agitando la coctelera de ambiciones, lealtades, conciencia moral, rencores, venganzas, orgullo, idealismo, maquiavelismo… Los amigos se tornan enemigos, los enemigos, amigos; los leales se vuelven traidores, y los traidores, cómplices. El perfil moral de las decisiones es cada vez más difícil de percibir. Afortunadamente, la propuesta final de la película deja abierta la puerta a la esperanza, a la posibilidad de que triunfe lo correcto. Lo que queda claro es que una política ejercida al margen de convicciones morales y de una insobornable apuesta por el bien común termina desconectada de los intereses de los ciudadanos, que pierden su interés y su confianza en los políticos, explicando los llamativos datos de abstención y el ascenso de marcas populistas alejadas de la imagen de los partidos tradicionales.
El director del filme, Thomas Kruithof, firma su segundo largometraje. En el primero, Testigo (2016), también indagaba en la cuestión de conflictos de conciencia en el ejercicio de la vida pública. Ambas cintas tienen un mensaje común: el fin no justifica los medios, no todo vale, no caben los atajos. El precio es perderte a ti mismo y ¿de qué sirve ganar el mundo si pierdes tu alma?
Isabelle Hupper y Reda Kateb son dos intérpretes veteranos que garantizan un trabajo creíble, realista, dotando a sus personajes de hondura dramática. Una propuesta sin duda interesante para los tiempos que corren.
Thomas Kruithof
Francia
2021
Drama
Pendiente de calificación