Prohibido rezar
Con independencia de la postura política de usted, es una muy mala noticia que se prohíba a alguien rezar en España, que es un Estado aconfesional, no un Estado laico. Esto debería escandalizarnos, entre otras cosas, porque no es la primera vez que sucede
El 18 de julio del año 1936 el tío Recaredo tuvo un ataque de nefritis. Mal día para ingresar en el hospital de Tortosa si tenemos en cuenta que esa misma mañana había estallado la Guerra Civil, que él era el rector del seminario menor de la diócesis y que aquella era zona republicana. En cuanto lo supieron, sus familiares enviaron al tío Pascual, que tenía carné de Izquierda Republicana y, por ese motivo, cierta libertad de movimientos, a traérselo al pueblo, Vall de Uxó. Cuando llegó a Tortosa le dijo a su primo: «Recaredo, las armas que tengas me las has de dar todas ahora mismo». Aquel sacerdote santo de 32 años metió la mano en el bolsillo de la sotana larga, negra —cuánto le costó quitársela, la besó mil veces antes de doblarla— y sacó de él un rosario. «Esta es la única que llevo, Pascual».
Esta vieja anécdota familiar —que es, además, patrimonio de la Iglesia, porque al tío Recaredo lo martirizaron y san Juan Pablo II lo beatificó— siempre me saca una sonrisa y a la vez me causa cierto desasosiego. Rezar el rosario es inofensivo. El que no tenga fe le reconocerá, al menos, el carácter terapéutico de algunas técnicas de relajación basadas en repeticiones. Esa es una de las cosas que me evoca aquel poema que escribió Unamuno en Hendaya: «Dios te salve, María / las olas vienen. / Santa María, las olas van. / Dios te salve, María, / rezan las olas. / Santa María, reza la mar». Pero al mismo tiempo sé que el rosario es un arma poderosa; que la Madre de Dios escucha con cariño a quienes lo rezan y tiene la capacidad de cambiar el curso de la historia. Claro que eso lo sé por la fe, y no soy capaz de ver de qué manera alguien que carezca de ella puede ver una amenaza en un grupo de personas que rezan. Por eso la imagen de esa pequeña cruz colgando de las cuentas de un rosario frente al casco de un antidisturbios me impactó tanto.
Por si no está muy enterado del asunto, le hago un resumen: desde que el PSOE pactó con Junts la investidura de Pedro Sánchez a cambio de la amnistía, todos los días se reúne un variopinto grupo de manifestantes frente a la sede del partido socialista, en la central calle Ferraz de Madrid. Entre otras sensibilidades, hay allí un grupo de católicos que reza el rosario por España en la esquina de Ferraz con Marqués de Urquijo, frente a la iglesia del Inmaculado Corazón de María. Y desde el pasado lunes lo tienen prohibido. Abogados Cristianos ya ha presentado una denuncia al respecto.
Permítanme aquí un excursus: aunque no oculto mi profundo descontento ciudadano con las truculentas maniobras del Gobierno para aferrarse al poder, me parece más importante recordar a los lectores de Alfa y Omega que no hay una postura católica en este conflicto político y que nuestra libertad de conciencia nos permite situarnos al lado que queramos, o de perfil o haciendo el pino. Digo más: ojalá hubiera una concentración masiva de católicos proamnistía rezando el rosario en la plaza Sant Jaume. Yo solo doy ideas.
En cualquier caso, y con independencia de su postura política, es una muy mala noticia que se prohíba a alguien rezar en España, que es un Estado aconfesional, no un Estado laico. Esto debería escandalizarnos, entre otras cosas, porque no es la primera vez que sucede. ¿O no se acuerdan ya de los meses que pasamos sin poder comulgar ni confesarnos? Tiendo de natural al optimismo, pero me ensombrece la mirada de que la libertad religiosa haya pasado de ser un derecho indiscutible a una posibilidad supeditada a un bien mayor que, además, decide el poder político. Que, como al tío Pascual, al Gobierno le parezca peligroso que se rece el rosario y se vea justificado para prohibirlo.