El presidente de la Conferencia Episcopal no tiene algo así como «un programa de gobierno», pero siempre es interesante observar los acentos que marca al estrenar su servicio. Una clave en las primeras intervenciones de Luis Argüello es la necesidad de pasar de la identificación mecánica entre Iglesia y sociedad a la conciencia de que un cristiano se hace, no nace como tal. Por tanto, la cuestión del itinerario de la fe y el desafío de la misión en una sociedad crecientemente alejada de su raíz cristiana.
Cuando se le pregunta sobre la necesidad de una rápida adaptación de la Iglesia a los tiempos observa que «la realidad a la que nos dirigimos es el corazón, y los caminos del corazón son más lentos». La gracia y la libertad no se someten a las planificaciones. Ante el problema de la escasez de sacerdotes se pregunta cuál es la primera vocación deficiente en nuestra Iglesia y responde: «La vocación al matrimonio abierto a la vida es la que ha caído más». El verdadero reto es que todos los bautizados asumamos de manera adulta la comunión y la misión de la Iglesia, «todos discípulos y todos misioneros», que es, a su juicio, el gran objetivo para el que el Papa ha convocado el reciente sínodo.
En cuanto a las relaciones entre la Iglesia y el Gobierno, asunto que el nuevo presidente conoce a fondo, mostró el deseo de una colaboración respetuosa y a la vez crítica, partiendo de que ningún poder del mundo debe divinizarse. La Iglesia quiere servir a la convivencia en este momento de polarización, y eso implica reivindicar principios básicos como la seguridad jurídica, la separación de poderes y la lealtad a la palabra dada. Diálogo y colaboración sin perder el horizonte de la verdad.
Argüello reconoce que los números de la institución disminuyen y el alejamiento de muchas personas es evidente, pero «si estamos atentos, descubriremos también muchos latidos del corazón humano para los que el Evangelio de Cristo tiene una luz y un suelo firme que aportar». Y expresó el deseo de que esa respuesta la ofrezcan sobre todo los laicos en sus ambientes, y que «espoleen nuestro ministerio episcopal para iluminar la realidad desde el Evangelio y la doctrina social de la Iglesia».