«Preparad el camino al Señor»
II domingo de Adviento / Evangelio: Lucas 31, 1-6
En este segundo domingo de Adviento la Palabra de Dios nos invita a meditar sobre la venida del Señor, a través de la figura de Juan el Bautista, quien resume en sí mismo todo el Antiguo Testamento y lo une al Nuevo. Así, Lucas presenta de una manera solemne la entrada en escena del precursor: «En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, mientras Poncio Pilato era procurador de Judea, […] bajo los sumos sacerdotes Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto» (Lc 3,1-2).
A través de esta introducción tan particular, Lucas nos muestra cómo el Evangelio quiere ser historia (hasta donde sea posible), pretende ser información objetiva también para los no creyentes (aquellos que viven en el Imperio, y se interrogan sobre ese tal Jesús al cual adoran los cristianos), aunque sin dejar de ser Evangelio dirigido a la fe. Así, lo primero que lleva a cabo el evangelista es aquello que hace un historiador: datar, señalar fechas. Porque se trata de acontecimientos reales. Lucas dejará claro desde el principio que esto no es una filosofía ni la enseñanza de unos maestros, ni un invento humano, sino que es algo que ha sucedido realmente, y que se puede dar cuenta de ello. También esta introducción testimonia la vocación profética de Juan, que acepta ser instrumento de la Palabra de Dios. A través de la escucha obediente y el consentimiento de un hombre dispuesto a darle voz, a través de Juan, que se convirtió en profeta, la Palabra –que es la verdadera protagonista– puede llevar a cabo el camino de la salvación.
La historia de Juan se desarrolla en el desierto, un lugar muy especial donde la persona entra en su alma en silencio, donde es posible simplificar la vida, en la soledad más profunda, a la que Dios nos lleva para escuchar mejor su voz, que siempre habla al corazón (cf. Os 2, 16). Así, Juan, que ya se ha convertido en el mensajero de la Palabra, «recorre toda la región del Jordán predicando un bautismo del arrepentimiento para el perdón de los pecados» (Lc 3,3). El lugar es el Jordán, un río que atraviesa el desierto en el mismo sitio donde muchos siglos antes un pueblo fugitivo cruzó las aguas para llegar a la tierra prometida (cf. Jos 3,14-17). Ahora se pasa de nuevo por el agua, pero hacia una tierra diferente: ya no es un territorio, sino el perdón de los pecados. De este modo, Juan llama con fuerza a la conversión, es decir, a volver a Dios mediante un cambio de mentalidad, que se debe traducir en obras concretas (cf. Lc 3, 8).
Es significativo cómo Lucas recurre a la Escritura (Lc 3,4-6), citando un pasaje del profeta Isaías, para expresar la misión del Bautista: «Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; que se eleven los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios» (Is 40,3-5). Son palabras de consuelo, que anuncian el nuevo éxodo definitivo que Dios ha preparado para su pueblo. Al mismo tiempo, son una advertencia urgente para quienes leen y meditan el Evangelio: al igual que Juan, el cristiano está llamado a preparar cada día un camino en su interior. Nuestro corazón, tortuoso e impenetrable, se vuelve tantas veces inaccesible, de tal manera que entre nosotros y el perdón de Dios hay un sendero lleno de baches, de barrancos por llenar, que son auténticos abismos, desilusiones,
desánimos y desesperanzas… Pero también hay montañas que bajar: orgullos y soberbias, pretensiones arrogantes, y todo lo que nos haga volar por encima de nosotros mismos. Por estos caminos la Palabra de Dios no puede llegar al corazón. Así, quien quiera seguir a Jesús y ver «la salvación de Dios» está llamado a la conversión.
Con Juan Bautista, el precursor, Dios está a punto de visitar a su pueblo. La voz que clama en el desierto nos prepara para el juicio de Dios, no con actos puramente externos, sino con la conversión del corazón. El Adviento es un tiempo de cambio radical, un momento propicio para preparar el camino del Señor, una oportunidad única para hacer limpieza en nuestro interior y ordenar los sentimientos para que venga el Reino de Dios. Vivamos intensamente este tiempo previo a la Navidad, que nos invita a renovar nuestra esperanza, a profundizar en la espera de Jesucristo. Y mientras nos vamos acercando a tocar la carne de la Palabra, sintamos cómo la Navidad tira de nosotros, acelera el tiempo y mete en nuestra alma con prisa y urgencia el mismo grito del profeta Isaías: «Preparad el camino del Señor».
En el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Voz del que grita en el desierto: Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos; los valles serán rellenados, los montes y colinas serán rebajados; lo torcido será enderezado, lo escabroso será camino llano. Y toda carne verá la salvación de Dios».