Premio a la labor de los combonianos en el mayor vertedero de África oriental
La revista Mundo Negro entrega este sábado su premio a la Fraternidad 2021 a la parroquia de Kariobangi, durante un encuentro sobre los retos de las ciudades africanas
Unas 10.000 personas viven en torno al vertedero de Dandora, el más grande de África oriental. Está situado en la capital de Kenia, Nairobi. En realidad, solo una minoría de ellas sobrevive rebuscando en la basura. El 90 % de los vecinos son jóvenes y familias, muchos recién llegados de otras partes del país.
Suelen dedicarse a trabajos informales como la construcción, la jardinería, la limpieza, la venta ambulante o el servicio doméstico. Viven allí «porque es lo único que se pueden permitir», explica a Alfa y Omega Andrew Wanjohi, párroco de la parroquia de Kariobangi, que tiene una capilla en Korogocho, uno de los barrios chabolistas de Dandora.
Se trata de distritos donde el agua corriente y el alcantarillado no alcanzan a toda la población, explica el sacerdote comboniano. A la debilidad institucional se suma el hecho de que, por tratarse de un asentamiento informal, muchos de sus habitantes no están registrados y, por lo tanto, los servicios están planificados para una población social mucho menor. «Toda el área está muy sucia», apunta.
Los barrios, además, son inseguros porque «quienes trabajan en el vertedero suelen hacerlo bajo la influencia del alcohol o la droga» para soportarlo. Es un trabajo «humillante», y no exento de riesgos como accidentes («a veces surgen como pequeños volcanes» entre los desperdicios) o intoxicaciones alimentarias por comer alimentos en mal estado. Por otro lado, entre toda la población de Dandora «hay muchos asmáticos» porque «en la estación seca» el aire se llena de «nubes» químicas, producto de las reacciones que se dan en la basura.
Los retos de las ciudades africanas
Es una de las realidades de las ciudades africanas que la revista Mundo Negro quiere mostrar en su 34 Encuentro África, que se celebra este sábado sobre el tema Un continente urbano. Durante el mismo, Wanjohi recogerá el Premio Mundo Negro a la Fraternidad 2021, concedido a su parroquia por la labor que hacen en Dandora. Los cinco combonianos que la forman han puesto en marcha, gracias a 100 trabajadores, toda una red de servicios.
El Programa Comboni de Salud, por ejemplo, atiende y hace un seguimiento en su dispensario a personas seropositivas. También tienen un proyecto de fisioterapia para los niños con algún tipo de discapacidad física, como parálisis cerebral. «Sus madres no pueden permitirse el ir a un gran hospital o un buen tratamiento», explica el sacerdote.
Otra faceta clave es la educativa. Kariobangi gestiona tres colegios de Primaria, uno de ellos «en el corazón del barrio chabolista», explica su párroco. No cuentan con ningún centro de Secundaria. A pesar de los esfuerzos de las autoridades, lograr que todos los niños continúen sus estudios sigue siendo un reto. Oficialmente, «más del 90 % pasa de Primaria a Secundaria. Pero la mayoría van a clase de forma intermitente y sacan malas notas».
Su apuesta es «ofrecer a los chicos una educación de calidad aquí para que luego puedan ir a un buen instituto en otro lugar de Nairobi». Hay algunos a un coste asumible a los que pueden llegar andando. Para otros, algunas ONG les ofrecen becas. «Los niños aquí tienen mucho talento, solo necesitan que alguien se ocupe de ellos», subraya Wanjohi.
Música en el vertedero
Por eso, dos de los proyectos de los que está más orgulloso son la Sociedad Deportiva San Juan y el Guetto Classic Music Programme. El primero se puso en marcha, relata, para mantenerlos alejados de la calle. «En el barrio no hay ningún lugar al que puedan ir a jugar. Aquí la vida es muy dura» y podrían terminar convertidos en pequeños delincuentes. Mediante el deporte, pueden descubrir aptitudes ocultas. De hecho, «tenemos varios deportistas buenos, que han llegado a competir a nivel nacional».
También el programa de música les ha permitido descubrir algún temperamento artístico que habría pasado desapercibido entre chabolas y basura. Con el añadido de que «la música es sanadora, es como una terapia» que ofrece a los chavales una forma de lidiar con los problemas del día a día y los que viven en casa.
Para aquellos muchachos a los que no llegaron estos proyectos de prevención, otro sacerdote abrió un centro de formación profesional en el que pueden aprender oficios como carpintería o mecánica. Y las Misioneras Combonianas ofrecen a las mujeres que no terminaron su educación cursos de peluquería, diseño de moda o catering. «Cuando se empoderan y pueden tener más ingresos, mucha gente se muda fuera de esta zona». Pero el trabajo nunca termina, porque «en la parroquia siempre veo caras nuevas», resalta Wanjohi.
100 comunidades de base
«Mi vida como párroco consiste sobre todo en coordinar a todas las ONG y los grupos», reconoce. Porque, aunque buena parte de su labor es de promoción social, a la parroquia de Kariobangi no le falta vida de fe y comunitaria. En efecto, la base de la parroquia son las pequeñas comunidades, de entre 30 y 50 personas, que se reúnen para compartir la vida y la fe por zonas.
«Se junta para rezar, para debatir cuestiones» que les afectan, para «apoyarse mutualmente, para celebrar y para llorar juntos». En este momento, son más de 100 grupos. Por eso, aunque los cinco sacerdotes intentan estar disponibles, «se organizan por su cuenta» gracias a la gran implicación de los laicos. «Tenemos mucha suerte de tenerlos».