Prefecto para la Iglesias orientales: «Las guerras de las que se habla no son las más importantes»

Prefecto para las Iglesias orientales: «Las guerras de las que se habla no son las más importantes»

Claudio Gugerotti es uno de los obispos que serán creados cardenales este próximo sábado. En entrevista con Alfa y Omega, comenta la situación en Rusia, Ucrania, Siria, Bielorrusia, Armenia y Azerbaiyán

Rodrigo Moreno Quicios
El prefecto del Dicasterio para las Iglesias Orientales, Claudio Gugerotti, posa para los fotógrafos junto a la Basílica de San Pedro antes de una reunión con los medios de comunicación, el día antes de que el Papa Francisco lo haga cardenal, en el Vaticano, el 29 de septiembre de 2023. Foto: Reuters / Remo Casilli.

¿Desde el Dicasterio para las Iglesias Orientales, del que es prefecto, están prestando alguna asistencia a la misión de paz encargada al cardenal Zuppi aprovechando su cercanía a la vez a Rusia y Ucrania?
Se trata de una iniciativa aparte que el Santo Padre no ha encargado a nuestro dicasterio, pero las vicisitudes son compartidas. Es evidente que lo que se consiga o no se consiga hacer en estas circunstancias condicionará la relación con las Iglesias orientales.

Acaba de volver de Siria, donde presidió en la ordenación episcopal de Hanna Jallouf, vicario latino de Alepo. ¿Cómo ha visto el país siete meses después del terremoto de febrero?
Un desastre como antes. El terremoto se ha unido a una desgracia permanente que ya dura 20 años. Uno de los países más ricos y de mayor bienestar ha sido reducido a un cúmulo de escombros y gente hambrienta. Todos han contribuido a este desastre. La cuestión interna, la relación entre religiones, los presidentes de los Estados que no aparecen y la presencia de los Estados que solo se muestran para bloquear la vida de los demás, que no son los poderosos sino los pobres. Ha sido un desastre.

¿Ha tenido algún impacto real flexibilizar las sanciones solo durante seis meses?
Yo no he visto ninguna reducción. Lo que sí he visto ha sido mucha charla sobre ello, pero si debo enviar dinero a Siria a través del banco todavía no puedo hacerlo.

Este verano estuvo en Bielorrusia, país donde también fue nuncio y donde el Papa lo envió a mediar a favor del obispo Kondrusiewicz. La guerra en Ucrania ha hecho olvidar un poco la crisis política que vivía en este país, pero ¿cómo está afectando la guerra? ¿Qué realidad vive la Iglesia, está resignada a mantener un perfil bajo?
Bielorrusia vive la situación de un país que se encuentro en medio, como el jamón de un sándwich, de una guerra explosiva. Y en una situación de tensión igual de explosiva. Se vive además un problema de estabilidad interna y libertad interna. Es una situación de gran tensión y dificultad en las relaciones. Y paradójicamente, una situación en la que la fe y el encontrarse juntos entre los cristianos desbloquea. Es como una terapia relajante en la que se redescubre al hermano y no se tiene miedo de que el otro te traicione. Hay una función profética de la fe dentro de un contexto de gran tensión.

Usted también fue nuncio en Armenia y en Azerbaiyán. ¿Qué lectura hace de la ofensiva azerí y la rendición y disolución de la autoproclamada República de Artsaj? ¿Puede aportar algo la Iglesia en ese conflicto y el drama humanitario que supone?
Cuando la prensa cubre un tema es necesario preguntarles quién les paga. Las guerras de las que se habla no son las guerras más importantes, sino las guerras a las que conviene dar visibilidad. Pienso en la situación de Sudán y en otras muchas masacres. Pero son historias que no se pagan. La primera cosa importante es entender que Nagorno Karabaj no es menos importante que Ucrania ni Rusia. Como tampoco es menos importante que Georgia cuando se invadió. Cuando estos países están cerca de ti y tienes la sensación de que afectan directamente a tu cartera cartera, inmediatamente despiertan interés. Las guerras son como la COVID-19, cuando está cerca no hay ningún periódico que no le dedique la mitad de sus páginas. No digo que no se deba hablar de Ucrania, pero sería bueno hablar de todas las guerras y pedir a los mismos poderosos que tienen intereses que las resuelvan todas si fuera posible.

¿Cómo?
Tejiendo relaciones entre ellos y renunciando a una estrategia de ajedrez que ni siquiera se hace con mucha inteligencia, solo con la vulgaridad del dinero.

¿Cree que el reciente Sínodo de los obispos grecocatólicos ucranianos sirvió para suavizar los malos entendidos entre los católicos ucranianos ante algunas actitudes o palabras del Papa?
Deberíamos preguntarles a los ucranianos, porque el Papa no ha tenido jamás ningún problema con Ucrania. Es una parte de Ucrania la que está teniendo algunas dificultades. Aquí es necesario tener presente que hay sensibilidades diferentes y que se deben respetar todas. Nosotros debemos escuchar sus reacciones y, al mismo tiempo, el Papa debe hacer de Papa, no de político que defiende a una parte. Debe ser quien construya puentes para que todos puedan transitarlo sin miedo a que una bomba de improviso haga saltar por los aires el puente y a quienes lo cruzan.