Imaginen mi sorpresa cuando, la primera vez que visité España para hablar de Dante, hace ya muchos años, descubrí que en español el adjetivo dantesco significaba algo así como horrible, terrible, tremendo. Poco a poco entendí la razón del valor que la lengua española confiere a ese término: en España, de la Divina Comedia solo se leen algunos cantos del Infierno, cuyo paisaje es verdaderamente terrorífico. Un poco como sucede en Italia, donde el maravilloso texto del Quijote se reduce prácticamente a la página del combate contra los molinos de viento y, en consecuencia, de la obra maestra de Cervantes se comprende más bien poco.
He reflexionado sobre esta cuestión y me he dado cuenta de que, en el fondo, en Italia la situación no es muy distinta. Francesco de Sanctis, autor de la primera Storia della letteratura italiana (Historia de la literatura italiana), que data de finales del siglo XVIII, escribe que «en el infierno la vida terrenal está reproducida tal cual, de manera que el pecado está todavía vivo y la tierra está todavía presente en el condenado, lo que atribuye al infierno una vida completa y corpulenta, la cual se hace espíritu en los otros dos mundos, tornándose pobre y monótona». Por ello, añade, «el infierno tiene una vida más rica y plena, y es de los tres mundos, el más popular. En cambio, la vida de los otros dos mundos no tiene reflejo en la realidad, y está hecha de pura fantasía, inspirada en los ardores estáticos de la vida ascética y contemplativa». Este juicio de De Sanctis ha formado a generaciones de profesores, y en las escuelas italianas es así todavía hoy: se lee mucho sobre el Infierno, poco del Purgatorio, y casi nada del Paraíso, con la excusa de que este último es demasiado abstracto o teológico.
Pero el problema es que esto no es en absoluto así. En la Divina Comedia no hay nada de abstracto, nada que no tenga un reflejo en la realidad. La obra de Dante es, desde el primer verso y hasta el último, una exaltación plena de la realidad en todos sus aspectos: la vida personal y la vida pública, el amor y la amistad, la política y la guerra, la ciencia y la poesía… no hay ningún aspecto de la vida que Dante deje lado.
Para entender mejor esto hay que partir del inicio. ¿Qué es la Divina Comedia? Es un viaje al más allá, dirían todos al unísono, en el que Dante atraviesa los sufrimientos del infierno y las penitencias del purgatorio para llegar finalmente a la gloria del paraíso. Pero cuidado: si Dante imagina un viaje al más allá es porque en realidad quiere hablar del más acá.
Preguntémonos por qué Dante ha escrito una obra así. Se podría resumir en cuatro palabras: porque Beatrice ha muerto. Y es aquí donde hay que explicar algo. Dante se ha encontrado con Beatrice dos veces en su vida, una con 9 años y otra con 18, y estos dos encuentros le han bastado para pensar que esa mujer representaba la posibilidad de experimentar lo eterno en el tiempo, que su belleza –no solo física, sino su cortesía y su ánimo gentil– fuesen la posibilidad de experimentar en la vida algo de la belleza de Dios, una anticipación de su amor infinito, ese que todos deseamos. Esta es la historia que él mismo cuenta en el libro La vida nueva, donde narra su amor por Beatrice y testimonia que un amor así hace posible una vida nueva, más humana, más capaz de bien, de inteligencia y de perdón.
Solo que poco después Beatrice muere. Y Dante se queda con una frustración, con el sentimiento de haber sufrido una injusticia y con una profunda desilusión: ¿Pero cómo puede ser? Con ella le parecía que podía experimentar ya en la tierra ese paraíso al que todos aspiramos. ¿Y de repente ella desaparece así? ¡No es justo! Y Dante, durante algún tiempo, trata de consolarse de la pérdida con otras mujeres y se refugia en el estudio. Pero enseguida se da cuenta de que es inútil: si quiere recuperar la belleza de esa experiencia, entonces tiene que ir hasta el final y entender dónde se agarran las raíces del amor y de la muerte, cuál es el origen y el final de todos los deseos humanos, y por tanto, cuál es el origen y el final de toda la realidad.
Por eso escribe la Divina Comedia. Porque imaginar un viaje al más allá significa descubrir el fondo misterioso de la realidad, indagar sobre cuál es la trama profunda del ser, que regula y gobierna todas las vicisitudes humanas. Por eso la Divina Comedia es en realidad un viaje a la profundidad de nosotros mismos, un viaje para reconocer todo el mal del que el hombre es capaz –el infierno–; un viaje a la búsqueda de la misericordia y del perdón, de la posibilidad de que nuestro mal sea cancelado y podamos comenzar a vivir desde cero –el purgatorio–, y un viaje al descubrimiento de la belleza en la que la vida puede convertirse cuando aceptamos que estamos abrazados por la misericordia de Dios.
Por eso el séptimo centenario de la muerte del gran poeta puede ser una ocasión para aventurarnos en el descubrimiento de un hombre que ha padecido en sus carnes los dolores de la vida –la muerte, la injusticia, el exilio– pero que nunca ha renunciado al deseo de bien, de belleza y de verdad con el que hemos venido al mundo. Releer este año la Divina Comedia puede ser una momento para descubrir con Dante que en todos nosotros se esconde un deseo de bien infinito que es mucho más fuerte que cualquier derrota, de cualquier desilusión. Y que si lo seguimos hasta el final, acompañados por Virgilio y Beatrice, la vida puede ser todo lo que de verdad deseamos.