Los ciudadanos de los 27 países de la Unión Europea se embarcarán entre este 6 y el 9 de junio en un nuevo proceso de toma de decisión sobre qué Parlamento Europeo tendremos los próximos cinco años. El voto al Parlamento Europeo es una acción no menor, es el único mecanismo de participación directa que los ciudadanos de la Unión tienen en su mano para influir, posicionarse o dibujar la configuración de un órgano político que sí pesa en la política europea.
En España votaremos el próximo 9 de junio para elegir a 61 representantes de los 720 miembros del nuevo Europarlamento. Los españoles debemos tomar conciencia de que este votará el siguiente presupuesto de la Unión, elegirá quién preside la Comisión Europea y determinará las prioridades estratégicas en función de las cuales la Comisión Europea implementará sus políticas y regirá una economía de casi 450 millones de personas. Con menor peso político que la Comisión o los Gobiernos nacionales, el Parlamento Europeo es la voz de los ciudadanos de los Veintisiete en la arquitectura política de la UE y permite una política auténticamente democrática en un momento de auge de las corrientes euroescépticas.
En el 60 aniversario de la publicación de Pour l’Europe apelamos a Robert Schuman, padre y fundador de la Unión Europea, quien señaló el Parlamento Europeo como el escenario de codecisión de la ciudadanía para hacer equilibrio con los Gobiernos nacionales, el lugar donde se debían someter a votación directa todas aquellas políticas esenciales y las que afectaran especialmente a la soberanía nacional o a la moral de los pueblos europeos, para lograr en el marco del mundo globalizado una Europa integrada fuerte, ágil, útil y eficaz al servicio de la paz, la cooperación internacional y la generación de un equilibrio internacional entre Estados Unidos y las potencias asiáticas, desde China a la India.
Sin embargo, la realidad europea se aleja en este momento de esta visión. La campaña de estas elecciones de 2024 ha mostrado signos de una creciente polarización, auspiciada por campañas particulares como ha sucedido en España. También se da el fenómeno del auge en Europa de partidos euroescépticos como Identidad y Democracia y Conservadores y Reformistas Europeos. No es inviable que solo estas dos formaciones puedan consolidar una cuarta parte del total de los escaños del Parlamento. Dicho cambio dificultaría el proceso legislativo hasta llevarlo a una situación de parálisis. Países como la República Checa, Finlandia, Italia o Suecia ya tienen mayoría de corrientes euroescépticas. El resultado va a ser la configuración de un espacio más fragmentado en el cual el resultado de las votaciones va a dificultar la generación de acuerdos en aspectos cruciales.
Más allá del cambio del reparto de escaños en la Eurocámara, en el que en todo caso los principales grupos favorables a la Unión que se sitúan alrededor del centro político —el centro derecha, el centro izquierda, los Verdes y los liberales— mantendrían una mayoría menor que en la legislatura saliente, el foco está en la preparálisis europea a la que nos vemos abocados. La Unión Europea puede ralentizar el proceso de toma de decisión política y perder competitividad y protagonismo ante el auge de Estados Unidos, China o Japón. La UE se aleja de la «última oportunidad europea» para una nueva gobernanza de la globalización.
¿Qué nos ha traído aquí?
La irrupción de la ideología en el marco europeo y el parcial abandono del sentido comunitario han permitido que los nuevos ismos se instalen en una Unión Europea que se aleja de su propósito original. La generación de legislación contraria a los valores fundacionales, como pudiera ser el reciente intento de inclusión del derecho al aborto en la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE, logra un efecto antítesis: sucede que los valores intrínsecos a la dignidad humana que fundaron la Unión pueden estar siendo aislados, incluso excluidos políticamente con serias implicaciones. Si perdemos el sentido de qué es ser europeo, nos alejamos de nuestra potencialidad. Y, en paralelo, crecen corrientes contrarias a Europa y tendencias excluyentes que Schuman ya anticipó que regresarían si no construíamos un marco democrático reformado y avanzado. En este cambio de creciente ideologización, la reacción de algunos países es de repliegue y de irrupción de un nuevo proteccionismo; véanse países como Polonia o Hungría y otros como Francia o Italia.
Ante la fragilidad, es necesario participar y ejercer el derecho al voto desde un sentido de responsabilidad ciudadana. Debemos hacer presente un modo de entender la Unión Europea como proyecto para responder en los próximos cinco años a cuestiones urgentes: el avance de la ampliación a países del Este y la profundización en la integración política; la influencia en la resolución de la guerra entre Rusia y Ucrania y la reconstrucción, con su impacto en el presupuesto; la generación de políticas de una unidad sin imposición ideológica; la aprobación de presupuestos que atiendan al impacto en todos los ciudadanos, especialmente en los grupos vulnerables; el cuidado del entorno desde una ecología integral imprescindible.
La defensa de los derechos fundamentales en el seno de la UE y fuera de nuestras fronteras es un imperativo de acción en política de seguridad y defensa, en la lucha contra las mafias y quienes vulneran el espacio de libertad y justicia, en la defensa de las libertades, pilar de la UE, y también de la libertad religiosa en el mundo. Todo ello se trabajará en el marco del Parlamento Europeo. Debemos votar con la mirada puesta en la mejor Unión Europea posible, debemos votar conscientemente para hacer Europa.