«¿Por qué gastar dinero en lo que no alimenta?»
XVIII Domingo del tiempo ordinario
El título que encabeza estas líneas no procede del Evangelio, sino de la primera lectura del próximo domingo. Sin embargo, toca de lleno un tema central que aborda el pasaje de san Mateo. Tenemos ante nosotros uno de los seis relatos de la multiplicación de los panes, uno de los textos más atestiguados de la tradición evangélica, algo que muestra la amplia resonancia que tuvo en los discípulos desde las primeras comunidades y que, al mismo tiempo, ha influido tanto en la comprensión de la Eucaristía a través del vínculo pan-Eucaristía. Pero no solo. El pasaje presenta al mismo tiempo las claves fundamentales para entender cómo es cualquier don que Dios da a los hombres.
La condición es la escucha
El marco en el que se desenvuelven este episodio y, en consonancia con él, la primera lectura, está dominado por la riqueza y, en cierta medida, por el exceso. Y no solamente de los dones que Dios nos da, sino también de las personas que van a beneficiarse de los mismos. Y este es un dato interesante. Aunque tenemos ejemplos de signos realizados en ámbitos particulares o familiares, como, por ejemplo, en las bodas de Caná, la multiplicación de los panes se realiza ante la «multitud». En ese grupo caótico de personas están representados todos aquellos que, a lo largo de los siglos, han sido y están siendo beneficiados por la acción de Dios. No resulta difícil imaginarnos la escena, con personas de todo tipo y condición, y con varios puntos en común: no pertenecen a un grupo privilegiado, humanamente hablando; se han encontrado con Jesús; y están necesitados, no solo de alimento, sino, ante todo, de compasión, de salud o de esperanza. Lo que a los ojos de los discípulos, en el diálogo con Jesús, puede ser considerado como una masa informe, reflejada en el término «multitud», para Jesús es, sin embargo, objeto de un amor particular. De hecho, lo primero que hizo el Señor al desembarcar es compadecerse de ellos y curar a los enfermos. Así pues, es evidente que la acción de Jesús no busca en primer término cumplir con sus oyentes, realizando una especie de acto de cortesía para que vuelvan a sus casas cenados. Pero tampoco pretende únicamente proporcionar un alimento meramente físico. Cuando la primera lectura, de Isaías, hace una llamada a los sedientos y a los que no tienen dinero y les dice: «inclinad vuestro oído, venid a mí: escuchadme y viviréis», está proclamando qué es lo que sacia de verdad el corazón de hombre. El profeta se refiere con claridad a la Palabra del Dios como el verdadero alimento a través del cual tendremos vida. La condición, pues, para ser alimentado, es la escucha.
«Comieron todos y se saciaron»
Uno de los puntos que más destacan en el Evangelio de este domingo es el manifiesto paralelismo entre algunas de las expresiones utilizadas en el mismo y la celebración eucarística. Las locuciones «alzando la mirada al cielo» y «pronunció la bendición», así como los verbos «tomando», «partió» y «dio» revelan una nítida asociación entre la multiplicación de los panes y la celebración eucarística. Además, este alimento se presenta como el que es capaz de saciar realmente. Frente al lugar desierto en el que se realiza el milagro, que concuerda con el lugar de los sedientos de la lectura de Isaías, Jesús se ofrece como el que puede colmar el hambre y la sed más profunda. Para ello pronuncia una bendición dirigida al Padre, a modo de acción de gracias de quien reconoce la desproporción entre lo poco que tiene y lo mucho que puede recibir de Dios. Este elevar la mirada al cielo, esperándolo todo del Señor, corresponde con la hondura y confianza con las que debe nacer la oración cristiana. A pesar de que la seguridad de que Dios va a otorgarnos su don debe prevalecer en nuestra oración, Jesús nos pide también colaborar con él. El «dadles vosotros de comer» supone una nítida llamada, en primer lugar, a ser conscientes de que podemos colaborar con la acción de Dios en beneficio de los hombres y, en segundo lugar, a ser testigos con nuestra propia vida de la compasión y misericordia que Dios realiza en nuestro favor.
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan Bautista se marchó de allí en barca, a solas, a un lugar desierto. Cuando la gente lo supo, lo siguió por tierra desde los poblados. Al desembarcar vio Jesús una multitud, se compadeció de ella y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida». Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer». Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces». Les dijo: «Traédmelos». Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos 5.000 hombres, sin contar mujeres y niños.