Por primera vez «la gente muestra su descontento con Hizbulá en público»
«Lo de la madrugada de este martes sonó distinto», asegura desde el Líbano un franciscano sin saber si la invasión israelí es el preludio de otra guerra
Las explosiones causadas por los tanques y la densa andanada de artillería al sur del Líbano sacaron de la cama de un respingo al franciscano Toufic Bou Merhi. «Estamos en una zona objetivo de los bombardeos. Hasta la mañana del domingo estuvimos bajo las bombas. El lunes nos pareció que había una pequeña tregua, pero lo de la madrugada de este martes sonó distinto», asegura con angustia, sin saber aún si la invasión israelí y la respuesta con cohetes por parte de Hizbulá serán limitadas o son, en cambio, el preludio de una larga guerra.
El convento franciscano de la Custodia de Tierra Santa donde vive está a las afueras de Tiro, a unos 20 kilómetros de la frontera, pero se mantiene en pie solo gracias a sus gruesos muros centenarios. En los últimos días la aviación israelí ha bombardeado varias veces esta ciudad costera del Líbano y muchas de las casas de sus vecinos son ahora un amasijo de escombros. En una ocasión incluso «cayeron piedras en nuestro patio, lo que desató el pánico» entre las 160 personas que acoge en el monasterio, reconvertido desde hace diez días en un albergue improvisado. «Acogerlos con amor es lo único que podemos hacer. Son todos musulmanes. Sabemos que el hambre, la sed, el frío, el miedo, el dolor no tienen ni fe ni color», remacha.
Para que la paz y la reconciliación lleguen, el Patriarcado de Jerusalén ha invitado a los católicos a participar en una jornada de oración, ayuno y penitencia el lunes 7 de octubre, una fecha que —según explican en un comunicado— «se ha convertido en símbolo del drama que estamos viviendo». Ese día, hace ahora un año, la organización terrorista Hamás atacó por sorpresa Israel dejando casi 1.200 víctimas mortales. «Que cada uno de nosotros, con el rosario o de la forma que considere oportuna […] encuentre un momento para detenerse a orar y llevar al “Padre misericordioso y Dios de toda consolación”, nuestro deseo de paz y reconciliación», escriben.
El suelo está repleto de hileras de colchones y sábanas, donde tratan de conciliar el sueño entre el llanto de los niños y los gritos desesperados de los que han perdido a algún familiar o amigo. Como Sila, que ha gastado todas sus lágrimas. Lo último que escuchó esta niña libanesa de 6 años fue el tremendo impacto que reventó los cristales de su casa. Cuando despertó, solo pudo echar a correr. Llegó el sábado con la cara desencajada a las puertas del convento. «Estaba exhausta y muy asustada, no paraba de llorar», recuerda el franciscano. También nos cuenta la historia de Abbas, el panadero del barrio, que, a pesar del peligro, quiso ir su antiguo obrador para hacer pita, el pan típico libanés, para todos. «Mientras cocinaba, un cohete le alcanzó y falleció en el acto», dice conmocionado.
Tampoco se olvida de las familias del pueblo cristiano de Deir Mimas, justo en la frontera —a dos y once kilómetros respectivamente de las ciudades israelíes de Metula y Kyriat Shmona—. Cada domingo solía recorrer con su coche repleto de comida y medicinas los 30 kilómetros que le separan de él para entregárselas a los pocos fieles que quedan y celebrar Misa con ellos. Pero ahora las carreteras «están bloqueadas con enormes atascos y es imposible llegar», lamenta.
Incluso de forma previa a la operación terrestre el miedo se había apoderado del país. «Muchas familias abandonan sus coches porque se les acaba el combustible y las gasolineras no funcionan para proseguir a pie su huida hacia el norte», constataba poco antes el hermano de La Salle Guillermo Moreno. Asiste desde el 2016 a unos 1.300 refugiados sirios en el centro Fratelli, enclavado en el pueblecito de Rmeileh, cerca de Beirut. Ahora ha tenido que cerrar. «La tensión es muy alta, nos han aconsejado marcharnos por razones de seguridad, pero tenemos que evaluar qué hacemos. Varios hermanos maristas y de La Salle del norte se han ofrecido a acogernos».
En las calles se respira desesperación. Antes de la incursión israelí, Líbano ya era un país moribundo, en bancarrota económica y con una crisis política galopante. En los supermercados «están racionando los bienes de primera necesidad como el pan» y empieza a escasear el agua. Por primera vez «he visto que la gente muestra en público su descontento con Hizbulá, al que considera culpable de esta situación». El asesinato del líder del movimiento terrorista chiita del Líbano, Hasán Nasralá, que ya ha sido sustituido por su primo, ha provocado un terremoto en Oriente Medio de consecuencias impredecibles y muchos temen ahora una venganza coordinada por Irán.