Por aquí anda Cristo
Salieron al paso del Señor los que flaquean en la fe, los que iban a Cafarnaún. Si Zaqueo viviese hoy, estaría en Triana
Pongámonos todos en pie sombrero en mano para admirar en la madrugá al Santísimo Cristo de las Tres Caídas a su paso por las calles de Sevilla, es decir, del mundo. Si Ramón Cué encontró a su Cristo roto en el Jueves Santo, nosotros podemos perfectamente encontrarnos esta majestuosa figura en procesión por la calle Pureza, donde estallaron el frenesí y el éxtasis.
Del Señor dijeron de todo. Lo acusaron de blasfemo e impío. Lo torturaron. Lo abandonaron sus amigos. Lo negó tres veces aquel sobre quien edificaría su Iglesia. Su vida valió menos que la de Barrabás, revoltoso y homicida. Se repartieron sus ropas. Lo crucificaron entre dos ladrones. A los ojos del mundo, era un perdedor. Mientras recorría la Vía Dolorosa cargando con su cruz, se dirigía a consumar la redención de la humanidad, pero todo parecía igual que siempre: otro ejecutado de una forma atroz. Lo mencionó maravillado y conmovido un amigo sacerdote mientras caminábamos desde la Puerta de los Leones hacia el Santo Sepulcro: Cristo estaba salvando al mundo y el mundo no se enteraba.
Pero esta multitud arracimada, dotada de vida propia, sí se enteró. Llegaron de todas partes, de todos los barrios de Sevilla –¡viva Triana!–, de toda la provincia, de toda Andalucía, del resto de España, del mundo entero, para ver las procesiones estremecedoras que comenzaron en la madrugada. Cada uno trajo, como este Cristo que carga con nuestros pecados, esa cruz que lleva sobre sí en su día a día. Llegaron los que sufren la soledad y el abandono, los descartables, los más pobres. Salieron al paso de Nuestro Señor los que flaquean en la fe, los que dicen ser «creyentes pero no practicantes», los que iban a Cafarnaún porque decían que había uno que curaba y expulsaba demonios. Si Zaqueo viviese hoy, estaría aquí, en estas calles de Triana.
El Cristo de las Tres Caídas salió así, como corresponde, acompañado por el pueblo, que ha hecho de la devoción y la piedad populares una manifestación de religiosidad, cultura y belleza inigualables. ¡Ay! Esta fotografía no puede traernos el olor del incienso ni las saetas que perforaron la noche ni el calor de las velas. No hay silencio clamoroso como el de la madrugada –y amanecer– de Sevilla. Es cierto: aquel día, en Jerusalén, todos habían dejado solo al Señor –no, todos no: ahí estaba su madre, al pie de la cruz, con las buenas mujeres y san Juan–, pero aquí estaban todos los sevillanos que salieron a acompañar al Señor el pasado Jueves Santo. Si Sevilla fue, ese día, el mundo, los sevillanos representaron de algún modo a la humanidad entera.
Pero me callo ya, que Cristo salió hace un rato de Triana con el centurión romano y las mujeres y los niños de Jerusalén. Ya llega por esa calle abriéndose paso entre los fieles, los devotos y los turistas. A todos los llama y los espera el Padre misericordioso. Con Él nunca se sabe. Uno va a Sevilla porque le dijeron que es todo muy bonito y se encuentra con Cristo en una calle como Ramón Cué se lo encontró en el Jueves Santo. Ahí es donde ahí que buscarlo, por las calles y las plazas, porque está vivo. Ha resucitado.
Ahí llega la imagen. Con tantos reunidos en su nombre; por aquí debe de andar Cristo mismo.
No dejen de buscarlo.
Feliz Pascua.