En realidad, la chica más famosa de Netflix podría haber encontrado 20 razones, o 30, o muchas más: siempre hay motivos para tirar la toalla. Pero nunca son suficientes. Por 13 razones (13 reasons why) ha enganchado a adolescentes de todo el mundo porque les pone delante de los ojos, bien encuadrada e iluminada, una parte de la realidad que ellos viven.
Se dice, para defender la necesidad de una serie como esta, que transmite casi en directo los motivos por los que una joven de 17 años se corta las venas y luego se lo reprocha a otras 13 personas; que hacía falta visibilizar el problema del acoso escolar, el del exhibicionismo digital, el del rumor maledicente y, finalmente, el del suicidio. Y es verdad: vivimos con el dolor de nuestros hijos en standby, haciendo como que no pasa, dando palmaditas en la espalda a quien necesita un abrazo en el alma. Pero no basta con señalar el problema y deslumbrar a medio mundo con una efectiva y pagadísima puesta en escena: hay que proponer una alternativa. Y en esto cojea la serie de Netflix.
Hay tristeza en el corazón de muchos jóvenes porque hay una herida. Busquemos los porqués de esa cicatriz y pongamos encima la tirita adecuada. Demos 13 o 13.000 razones para vivir a quien necesita consuelo. Y empecemos por decirle lo más obvio: tu vida es un regalo tan grande que ni siquiera es tuya. La chica de Netflix no sabía esto, le habían hecho creer que todo dependía de ella, como si su presente, por duro que pudiera ser, fuera una posesión, como si de la emoción concreta de un momento dependiera el sentido de su vida entera.
Pero también hay luz en la serie, un gran hallazgo del que no he leído mucho: el amigo de Hannah cree en la verdad. No se deja llevar por el qué más da que ha colonizado a su generación y se pelea con todos los molinos de viento de su instituto para dar testimonio de lo que está pasando: todos han matado a su compañera y nadie se quiere dar cuenta. Pero en la serie, o en la famosa y desgraciada Ballena azul, lo que subyace, además, es el peligro de una vida no auténtica, centrada en lo accesorio, en la imagen de fuera y no en la semántica del corazón.
Firmemos lo de Han: «La sociedad de la transparencia es una sociedad de la desconfianza y de la sospecha, que, a causa de la desaparición de la confianza, se apoya en el control». Y demos una razón nueva a esos jóvenes que sienten en su pecho la tiranía de la desesperanza: vince in bono malum.