Pongámonos en marcha - Alfa y Omega

Pongámonos en marcha

Domingo de la 30ª semana de tiempo ordinario / Marcos 10, 46-52

María Yela
'Jesús devuelve la vista al ciego Bartimeo'. William Blake. Yale Center for British Art, Paul Mellon Collection.
Jesús devuelve la vista al ciego Bartimeo. William Blake. Yale Center for British Art, Paul Mellon Collection.

Evangelio: Marcos 10, 46-52

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí». Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí». Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo». Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama». Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le contestó: «Rabbuní, que recobre la vista».

Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha salvado». Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Comentario

El Evangelio de este domingo nos muestra a Bartimeo, mendigo y ciego, sentado al borde del camino, que al oír llegar a Jesús, se pone a gritar. Jesús, que no da a nadie por perdido, se conmueve y se para a escucharle. ¿Qué le grita? «Ten compasión de mí, quiero ver». ¿Qué le responde Jesús? «Grande es tu fe». Le cura y Bartimeo no solo podrá ya ver el rostro de Dios, sino que quedará transformado y le seguirá.

Triunfa la confianza y se enciende la luz de la esperanza, tras pasar de la oscuridad al encuentro con Jesús. Podemos establecer un paralelismo con nuestra vida: ¿Qué necesito yo para dar el paso que dio Bartimeo, encontrarle y seguirle? Preciso ponerme en pie, conocer mis necesidades, estar abierto a pedir y recibir, ser capaz de agradecer y ponerme en marcha con Él.

Para ello he de reservar momentos de soledad y silencio interno, de búsqueda de la relación con Dios, con la creación y con los demás. Es importante encontrar tiempo para conocerme, para saber de mis debilidades y fortalezas, para tender una mano y sentir el apoyo de otros también, para no desesperarme cuando me encuentre al borde del camino.

Jesús se fija en el débil y está a nuestro lado. ¿Cómo reaccionamos al paso de Jesús en nuestro día a día? ¿Lo percibimos? ¿Reparamos en este encuentro? Repasemos cómo vivimos: ¿Disfrutamos del sol o la lluvia, del techo y la comida, del trabajo y el descanso, de los que nos acompañan estando cerca o lejos? ¿Sabemos apreciar lo que nos rodea? ¿Sabemos agradecer los sucesos cotidianos? ¿Valoramos lo que recibimos y aportamos? ¿Sabemos pedir y esforzarnos cuando necesitamos hacerlo? ¿Sabemos recibir, no solo dar?

En ocasiones no encontramos nada positivo que agradecer, porque no nos encontramos bien. Nos envuelven el desánimo, la apatía, el desaliento ante las dificultades de la vida, los golpes y fracasos sucesivos; sentimos que nos defraudan personas cercanas y no desconectamos del dolor ni le encontramos sentido. ¿Sabremos acoger también esos momentos grises y, como hacen las plantas, esperar a florecer tras un tiempo de siembra y silencio? ¿Podremos aprender a abrirnos al cambio como hizo Bartimeo, a la esperanza, que no es necesariamente sinónimo de optimismo, sino algo mucho mayor?

Jesús es sensible a nuestra petición, a nuestro grito desgarrado, a nuestro llanto íntimo o nuestro diálogo en oración. Es sensible a nuestro esfuerzo y a nuestras preguntas. Nos acompaña. ¿Para qué nos creó? Reservemos tiempo para descubrirlo, para abrirnos al encuentro con Él. Cuando comprendamos con san Agustín que nos creó para vivir con Él, reposaremos en sus brazos y cada una de las 24 horas serán ofrecidas y tendrán sentido. Sabiéndole luz no temeremos, o lo haremos menos, y nos sentiremos perdonados, renovados y enviados a colaborar en la tarea de quitar clavos: al Nazareno, que nos los quita a nosotros con su entrega, a nuestros hermanos y a nosotros mismos.

Bartimeo nos enseña que no todo tiempo pasado fue mejor, que podemos avanzar y superar. Para ello, pidamos que aumente nuestra fe, porque queremos velar con Jesús, creciendo desde nuestra realidad. A veces cuesta ver a Dios en nuestras vidas, pero lo que para nosotros es difícil o imposible, no lo es para Él.

Que la esperanza tenga hueco en nosotros, que seamos sensibles a las señales que nos presenta cada jornada. Que las agradezcamos y nos transformen poco a poco. Que transmitamos esperanza con nuestro compromiso.

Es un camino en el que tropezamos, nos levantamos, nos ayudamos unos a otros. Y lo hacemos tomando la mano de quienes no pueden caminar porque están enfermos, son mayores, viven en clausura, se encuentran cumpliendo penas de prisión o están lejos, pero sí avanzan a nuestro lado. Pongámonos en marcha como Bartimeo.