Estoy seguro de que todos los lectores han tenido alguna vez en sus manos uno de esos viejos tomos blancos, editados por Molino, de portadas sesenteras ilustrando dagas, mapas, flores o sarcófagos ensangrentados y en cuyo interior encontrábamos las magníficas historias de Agatha Christie. Puede que, con suerte, hayan leído alguna de ellas o, con mucha suerte, casi todas. Puede, incluso, que lo que digo a continuación ya lo supieran pero, en cualquier caso, no está de más recordar que, si aquello les gustaba, tienen a su disposición en Filmin la serie completa de Poirot, protagonizada por David Suchet, que es, quizá, la más emblemática de todas ellas. No lo sé.
De esta arquetípica serie policiaca que nos cuenta todos y cada uno de los innumerables casos del detective privado Hércules Poirot, ese excéntrico personaje de bigote encerado y bastón creado por la prolífica autora británica, solo pueden decirse maravillas. Pero, al igual que para las novelas de Agatha Christie, me gustaría hacerles una advertencia: libros y serie han de ser disfrutados poco a poco, pacientemente y de manera comedida, pues de ser devorados rápido y mal nos exponemos a que los capítulos terminen por volverse predecibles, tramposos y, finalmente, aburridos. No sirven, quedan advertidos, para esos maratones de fin de semana que uno, de vez en cuando, está bien que se dé.
Ahora bien, si no les importan las trampas argumentales o conocer quién es el asesino de tantas veces que han visto la serie, les aseguro que ponerse un capítulo de cuando en cuando de este tipo de entretenimiento tan amable —y hoy, en concreto, de Poirot— es cura para muchos de los males estresantes del mundo. Series que reconfortan, calman, reducen el ritmo cardíaco y son un poco refugio, como siempre. Tienen algo feliz y reparador, por lo que bien podría decirse eso de que, parafraseando a los británicos y sus manzanas, «a chapter a day keeps the doctor away».