Hace ya tiempo que aquí nos tomamos la vida en serie. El poder, la autoridad moral y, por lo tanto, la transmisión de valores se juegan sobre todo en el territorio de la ficción; los informativos han pasado a mejor vida. Las series españolas siguen apostando por la tele y, a día de hoy, nos sigue pareciendo exótico que alguien se atreva a vivir en plataformas como Netflix. Las chicas del cable han sido las primeras en lanzarse a la aventura, pero o mucho cambia la historia o para ese viaje se podían haber ahorrado las alforjas digitales. Más época en color sepia, más amores en tiempos revueltos, más Velvet y más Acacias 38. Nada nuevo bajo un sol que calienta poco, pero que tiene su público y que presume de ello.
Tiene mejor color de cara, sin embargo, La casa de papel, la nueva apuesta de Atresmedia, en colaboración con Vancouver Producciones, para las noches de los martes en Antena 3. La casa de papel ha recreado la madrileña Casa de Moneda y Timbre para meternos a todos en un peculiar atraco con rehenes. Aunque pueda sonar a déjà vu, en los pocos episodios que llevamos hay algo más que críticas al capital y algo más que esa habitual connivencia de fondo con los que roban, porque (ya nos conocemos el argumento) hay otros que roban más y llevan traje y corbata.
Esta vez los personajes son complejos y la trama no es eso en lo que ustedes están pensando. Hay buenas interpretaciones (Alba Flores, Miguel Herrán, Paco Tous, entre otros) y hay hasta escenas en las que se introducen argumentos interesantes sobre temas como el aborto. Luego los derroteros son otros, no esperen un mundo feliz, pero al menos reconforta que alguien no parta de la base de que el espectador es idiota. Calificada para mayores de 16 años, empezó con más de cuatro millones de espectadores, ayudada por el arrastre del fútbol, y ha ido cayendo en los siguientes capítulos. Es muy difícil mantener la tensión y el interés al nivel del arranque, pero, por el momento, aunque sea de papel, la casa se sostiene.