Es el año 1996 en Viena, y un maduro político de gran prestigio del Partido Popular, Arnold Eastman, recibe en su casa a una joven promesa del mismo partido, Gerhard Bauer. Eastman tiene una proposición que hacerle. El político conservador está cerca de alcanzar el poder, pero para ello necesita encomendar a Bauer una importante misión. Hay otra figura que no aparece, pero que está permanentemente en escena: es Hoffmann, un benefactor de la humanidad «que ayuda a la Cruz Roja, Amnistía Internacional y a la Unesco». Así se le describe, literalmente.
Eastman y Bauer parecen, inicialmente, dos caracteres contrapuestos. En el encuentro, Eastman le va contando a Bauer cómo es el mundo realmente: los mercados son quienes manejan los hilos en la sombra, los políticos no dejan de ser sus marionetas, las guerras son el modo de frenar la población en los países pobres, etc., etc., etc. No hay otra manera de ser, ni la habido nunca, si se quiere progresar en la política. No hay decencia.
Bauer —Eduard Farelo, una preciosa voz, por cierto— de todo esto, al parecer, no tenía ni idea, y pasa de la admiración por Eastman a la indignación y la rabia a velocidad de vértigo, a medida que éste le cuenta no sólo cómo es y ha sido siempre el sistema, sino su propia biografía. La excelencia de Emilio Gutiérrez Caba interpretando a Eastman, y la dificultad a la que se enfrenta Eduard Farelo con un papel que primero se reduce casi a escuchar y al gesto y luego, afortunadamente, crece, son ambas patentes. Sólo al final de la obra, en su último tercio, se pasa del casi monólogo a un diálogo de ambos y a una acción de más fuerza. La trama se desliza finalmente algo hacia el thriller y termina con un interesante desenlace sorpresa.
El autor del texto y director, Roger Peña Carulla, parece evocar con esta obra de ficción -se recalca esto, es ficción- algún conocido suceso con un político austriaco de proyección internacional. Aunque, haciendo cuentas con las fechas en las que tiene lugar —1996—, no acaban de cuadrar los hechos, ya que aquello sucedió en los 80 y por la edad del sujeto hubiera sido imposible que sucediera bien avanzados los 90. El argumento chirría, parece tomado por los pelos. ¿Por qué, pues, ese 1996? Quizás esa fecha especificada en el texto pudiera sugerir la llegada al poder a nuestro país de otro político, conservador también, para más señas. Y así, parece que lo que aquí se cuenta entronca con algo tan actual como la corrupción y las acusaciones a diestra y siniestra —pero sobre todo a diestra— de que todo es mentira, deshonestidad. De hecho, su autor así presentaba la obra hace unos meses: «Venid e indignaos con nosotros».
Poder absoluto se desliza así entre las teorías conspiratorias de Cuarto Milenio, el 15-M y aquellas caricaturas de «los ricos» o los políticos de la propaganda fascista, nazi o comunista de los años 30: barrigudos y siniestros seres culpables de todo siempre. En algún momento bueno recuerda algo a Fausto, o más bien al anuncio de Mercedes Benz donde Dafoe es Mefistófeles: aquí, a Eastman solo le faltan las uñas del diablo, es un malo completo. Vaya por delante que la pasión y la dedicación de Gutiérrez Caba y de Eduard Farelo son notables y muy de agradecer ante las limitaciones del texto.
En definitiva, el sesgo ideológico y la pretensión de ser una obra de tesis se apropian de Poder absoluto cayendo en el exceso de discurso, rozando a veces lo esperpéntico y lo inverosímil, en un batiburrillo de padre y muy señor nuestro. La política sin duda alguna da para revisitar a Fausto una y mil veces, para thriller diversos con cadáveres escondidos e indeseables, y para lo que sea menester teatralmente, ya sea drama, tragedia o comedia. No es cuestión pues de no cargar las tintas, sino de saber hacerlo sin caer en el panfleto.
Poder absoluto es así, contra lo que pudiera pretender, una obra complaciente: dice en definitiva lo que una parte del público quiere oír. Y lo hace del modo más actual, esto es, con simpleza y faltando a la verdad, aunque sea ésta poética. El cabreo, la indignación, como alguien ya escribió, es hoy el opio del pueblo. Y eso es lo que parece que queda.
★★☆☆☆
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ESPECTÁCULO FINALIZADO