Pobre Butterfly - Alfa y Omega

No es igual escuchar Madama Butterfly en el Teatro Real con la apasionante dirección musical de Nicola Luisotti que observar la estática y fea versión escénica de Damiano Michieletto que la acompaña. El éxito de la ópera de Puccini es una tentación para los registas: ¿Cómo me diferencio de centenares de montajes previos? El director musical se esfuerza por hacerlo mejor; el de escena, por hacerlo distinto.

Michieletto instala un cuadrilátero transparente rodeado de enormes carteles publicitarios de extrarradio, donde actitudes sexis y dibujos de falsa ingenuidad actualizan una historia de desencuentro de culturas para traerla a un moderno entorno de turismo sexual. La ambientación podría funcionar, pero ningún personaje (Butterfly incluida) tiene el menor aspecto positivo. Son interesados, despectivos, manipuladores, cuando no malvados. Mientras la música, la letra y hasta las voces aspiran a emocionar planteando la duda de si hubo verdadero amor entre la adolescente japonesa y el marino estadounidense que a la postre la utiliza maritalmente (lo que viene a ser un conflicto dramático), Michieletto muestra una mera transacción capitalista, como si esa vertiente mercantil fuese la que más pudiese conmocionar a unos espectadores que llegan a pagar hasta 364 euros por localidad.

Es razonable querer alejar el fantasma de la cursilería cuando se escenifica a Puccini, pero este es un relato de emoción, belleza y contraste. La fealdad, aquí, aleja del drama: en cuanto se levanta el telón, la noción del mal se adueña y ya no hay evolución. Es una pena porque todo clásico necesita ser adaptado. Las puestas en escena son hijas de un tiempo, una cultura, una sociedad; en teatro, el historicismo impide que la fuerza emotiva del original dialogue con los nuevos espectadores. Las artes escénicas evolucionan al ritmo de la sociedad. Ver hoy la Butterfly de 1904 no sería más convincente que esta, pero al menos tendría valor cultural. El talento de un adaptador se muestra cuando se encuentra una solución escénica que transmita al espectador contemporáneo la misma intención y hasta emoción pretendida por el creador en su momento; o, si no, cuando lo transforma en algo completamente nuevo y distinto. En ese sentido, hasta Miss Saigón es preferible a esta aburrida Butterfly que sin embargo suena como los ángeles.