Pizzaballa, en la Misa de Pascua: «El Señor no nos abandona en los brazos de la muerte»
El administrador apostólico del Patriarcado Latino de Jerusalén, monseñor Pierbattista Pizzaballa, comparó en la vigilia pascual el miedo, desconcierto y añoranza de seres queridos causados por la pandemia con los sentimientos «de las mujeres en la mañana de la primera Pascua»
El Santo Sepulcro fue, como cada año, el primer lugar del mundo donde se celebró la Resurrección de Jesucristo: a las 8 de la mañana del Sábado Santo; una peculiar hora que se debe a los usos marcados por el statu quo de la basílica. Este año, como en tantos otros lugares del mundo, la celebración tuvo lugar a puerta cerrada a causa de la pandemia del COVID-19.
El administrador apostólico del Patriarcado Latino de Jerusalén, monseñor Pierbattista Pizzaballa, aprovechó la ocasión para subrayar que «lo que estamos experimentando estos días es lo más cercano a la experiencia de la Pascua». Aludía al miedo, al desconcierto y a la añoranza de rostros queridos causados por la muerte de tantas personas y por las políticas de distancia social y confinamiento. «¿No es así como se sentían las mujeres en la mañana de la primera Pascua? ¿No eran esos los sentimientos de los discípulos después del dolor del Viernes Santo y el silencio del Sábado Santo?».
Frente a estas vivencias, sin embargo —continuó—, surge la verdadera alegría pascual, que nos da una nueva manera de mirar al dolor y a la ausencia. Porque es precisamente en la imagen de una tumba vacía, «tan querida y siempre poderosa», de donde puede nacer la esperanza.
«Nada impedirá que la Buena Noticia resuene»
Al día siguiente, domingo de Resurrección, monseñor Pizzaballa presidió la Misa de Pascua desde el mismo lugar. Reconoció que la imposibilidad de celebrar estos días la salvación había supuesto para muchos cristianos una mayor toma de conciencia «de nuestra fragilidad y nuestros límites». Pero Dios no nos abandona «en los brazos de la muerte. Señor, sabemos que estás vivo y estás aquí, con nosotros. Tu amor nos sostiene, ilumina nuestra existencia y consuela nuestras frágiles esperanzas».
Durante la celebración, tuvo lugar un gesto particular de este lugar: desde cuatro puntos del edículo, la peculiar estructura que alberga la tumba de Cristo, se anunció a los cuatro puntos cardinales su victoria sobre la muerte. «Nada impedirá que la Buena Noticia de la Resurrección resuene en Jerusalén ni en ninguna otra parte de nuestro mundo, aunque este año no haya gritos de “aleluya”», afirmaban unos días antes los patriarcas y líderes eclesiales de Tierra Santa en su mensaje de Pascua.
«La observancia de la Cuaresma, Semana Santa y Pascua este año está rodeada de muchas preguntas, complejidades e incertidumbres, especialmente a la luz del sufrimiento, la enfermedad y la muerte de tantas personas por todo el planeta», reconocían los patriarcas ortodoxos y de las iglesias no calcedonianas, junto a monseñor Pizaballa, el custodio de Tierra Santa, y los líderes de varias confesiones católicas de rito oriental y evangélicas.
Pero —respondían— «la Resurrección nos da seguridad de que incluso en medio de la muerte y el sufrimiento, Dios está ahí y la muerte de Cristo nos da la victoria». También subraya la responsabilidad de los cristianos de consolar a los que sufren, atender a los enfermos y asistir a los necesitados. Y llama a la humanidad a caminar hacia «un tiempo de renovación y a avanzar hacia un futuro lejos de la opresión, la discriminación, el hambre y la injusticia».
La única vacuna
También en su mensaje de Pascua monseñor Francesco Patton, custodio de Tierra Santa, aludía a la emergencia sanitaria mundial. Después del conducir a los fieles a través del relato de la aparición del Resucitado a María Magdalena (sus pies mojándose de rocío mientras el alba empieza a dejar ver los perfiles de las cosas, el sobresalto del sepulcro vacío, la ceguera de pensar que Jesús es el jardinero que se ha llevado el cuerpo, hasta la alegría de reconocerlo al oír su nombre), el franciscano de origen italiano afirmaba que «hoy, cuando la pandemia todavía está sembrando muerte por todo el mundo, siento que depende de mí y de ti, de cada uno de nosotros, aceptar la invitación de Jesús» a la Magdalena: «Ve a mis hermanos y diles que me has visto. ¡Diles que estoy vivo! Que el aguijón del mal está roto, que todavía puede hacer daño pero ya no puede matar».
Desde el mismo lugar en el que la Magdalena recibió ese anuncio, el custodio subrayaba que «la esperanza no es la proyección de mis deseos, sino Cristo resucitado que la vencido a la muerte» y que, tomando sobre sí todo el mal a lo largo de la historia, «todo el mal en cada uno de nosotros, ha vencido toda forma de mal». O, como añadía con una metáfora muy actual, «acogerle con fe es recibir la única vacuna que puede salvarme del virus de la muerte, del miedo y de la angustia, del virus del mal que infecta nuestra humanidad y nuestra historia, del virus de una vida sin sentido ni propósito».