Pinocho: ni Disney, ni Chucky
Confieso que no he vuelto a ver el Pinocho de Disney, pero todos guardamos en la retina a ese niño de minipantalón tirolés con cara de rebueno y lacito pasteloso al cuello, que hacía sus travesuras sin perder…
Confieso que no he vuelto a ver el Pinocho de Disney, pero todos guardamos en la retina a ese niño de minipantalón tirolés con cara de rebueno y lacito pasteloso al cuello, que hacía sus travesuras sin perder una gota de ingenuidad, así como muy rico todo él. Siento provocar pérdidas de inocencia en los lectores si afirmo que Disney apenas retrató al personaje del cuento de Collodi. El original de la fábula era un desaprensivo muñeco de madera que va optando decididamente por hacer las cosas mal. Muy niño y muy de madera, pero muy decidido en lo suyo. Denuncia a Geppetto por malos tratos, es mentiroso y capaz de matar a un grillo centenario porque intenta reconducirle en la vida con cháchara de conversación (sí, Pepito Grillo es asesinado, que se sepa).
Hay otra interpretación, en las antípodas de Disney, que dibuja del original una imagen parecida a Chucky, aquel niño diabólico de la gran pantalla que se convirtió en icono del terror a finales de los ochenta. Tampoco es eso, por favor. Carlo Collodi muere en 1890, hace ahora 125 años. En 1880, empieza a escribir Storia di un burattino (Historia de un títere). A medida que la trama fluye, Pinocho va apareciendo cada semana en Il Giornale dei Bambini, un periódico italiano exclusivamente pensado para pequeños lectores, aunque las desventuras y el lento aprendizaje de Pinocho en la vida vienen acompañados de pasajes duros de digerir por un chaval. Recuerdo la escena del zorro y el gato que intentan ahorcar a Pinocho: a ver qué padre de la asepsia posmoderna no hubiera puesto un pleito a Collodi. La escuela de nuestro títere es la vida, con su pléyade de sorpresas, muchas de ellas amarguísimas. A cada poco un reto, y con él la responsabilidad de saber elegir.
La clave de Pinocho –es mi tesis– está en que la realidad le va imponiendo el desafío de la decisión. Se formará en el colegio y aprenderá a leer, pero no es la cultura libresca la que le salvará de una elección equivocada, sino la directriz de humanidad que lleva escondida en las vetas de su madera. Además, en el cuento aparece la firmeza de que, aunque sus elecciones sean muchas veces equivocadas, hay una mano invisible que no lo suelta y lo conduce a una realización personal. Lo de menos es que el Hada al final le toque con su varita, sino que su misterioso aprendizaje le conduce a dar su vida por Geppetto, entonces se convertirá en niño. Y colorín colorado…