Se llama Pilar y lleva casi cuatro décadas dando su vida por los abandonados de Pakistán. Es una de las muchas monjas que, a lo largo y ancho del planeta, entregan todo lo que tienen –todo– por hacer la vida más fácil, más llevadera, mejor, a quienes peor lo tienen en este mundo. Es una más entre muchas, pero su historia ha llegado a España en una crónica del periodista Jaime León, de la agencia EFE, en un momento concreto: en pleno mes de mayo, cuando millones de españoles presentan ante HaciendaSomosTodos su declaración de la renta y eligen si marcar una casilla –la de fines sociales–; la otra –la de la Iglesia católica–; o las dos (yo recomiendo esta última opción, pero no nos desviemos del camino, que hablamos de la monja Pilar).
Pilar Ulibarrena tiene 83 años y lleva –salvo un paréntesis de siete años para cuidar a sus padres hoy fallecidos– desde 1968 en Pakistán, donde ha vivido golpes de Estado, guerras y el avance de un islamismo radical que ha obligado a su congregación, las Franciscanas Misioneras de María, a cambiar el hábito por la ropa de calle para no llamar la atención.
Ha superado varios episodios de fiebres tifoideas y sigue, inasequible al desaliento, atendiendo a niños abandonados –pide ayuda para rehabilitar el ascensor que lleva al ala infantil del hospicio San José– a hombres moribundos y a mujeres repudiadas por sus maridos, como Rehana, de 40 años, que se rompió la columna en los 90 y fue llevada al hospicio por su marido, que quería volver a casarse. En el hogar de Pilar hay hueco para todos y, si llegan dos enfermos, uno cristiano y otro musulmán, se atiende primero al que esté más grave.
Pero la verdadera noticia en esta biografía de Pilar es que no hay noticia, porque no hay nada en la vida de esta monja que no hagan, en multitud de países, monjas, sacerdotes y misioneros de distintas congregaciones.
Estamos acostumbrados a oír que la Iglesia católica es la mayor y mejor ONG del mundo y estamos acostumbrados, también, a asistir con rutinaria normalidad a una entrega absoluta y total de la propia vida por los demás. Pongámonos, por un momento, en la piel de la monja Pilar. O de las otras religiosas que viven con ella. Pobreza, incomodidades, miseria, dolor… y así toda la vida. No unos meses de verano ni unos años de solidaridad. Toda la vida. Merecen, no una crónica, sino una novela cada una.