Perú despide a la misionera italiana que cambió los Andes por las chabolas
El Papa ha condenado la «injustificable» agresión que acabó con la vida de Nadia de Munari, y ha recordado a «tantos otros» misioneros que han dado la vida sirviendo «con abnegación» a los demás
El Papa Francisco ha manifestado su «más firme reprobación» por la «injustificable» agresión que sufrió hace una semana la misionera laica Nadia de Munari en Chimbote (Perú). Gravemente herida, falleció el sábado en Lima. Su muerte se suma a la de «tantos otros» misioneros que «cumplían con abnegación su servicio al servicio del Evangelio y de la asistencia a los más necesitados e indefensos». Así se lee en el telegrama enviado por el secretario de Estado del Vaticano, cardenal Pietro Parolin, con motivo de su funeral, celebrado este miércoles.
Sus condolencias se suman a las de Beniamino Pizziol, obispo de Vicenza (en Italia, de donde era originaria), que ha aludido también a «lo delicado que es el trabajo de tantos misioneros en el mundo». De Munari, recuerda que «era una persona estimada y querida por todos». También el arzobispo de Lima, Carlos Castillo Mattasoglio, se mostraba «conmovido» por lo ocurrido a «una mujer tan noble. No puedo concebir cómo ha podido ocurrir un asesinato como este».
La misionera laica, de 50 años, fue atacada con un hacha mientras dormía. Sus compañeros dormían en otra ala del edificio y no oyeron nada. Solo la descubrieron, aún con vida, al ver que no iba a desayunar al día siguiente. A pesar de ser trasladada a Lima, capital del país, donde una operación de urgencia pareció tener éxito, en la madrugada del sábado sufrió una parada cardiaca.
Activa y «mística»
El obispo de Chimbote, Ángel Francisco Simón Piorno, que presidió su funeral, la ha definido ante los medios «como una persona muy dedicada al trabajo, pero también de gran espiritualidad, como una mística». Más que hablar y organizar reuniones, «era una persona que actuaba».
De Munari pasó 26 años en Perú con la ONG italiana Operazione Matto Grosso. Fundada por el salesiano Ugo de Censi, trabaja por la educación de la infancia en América Latina. Ya en 1992 y 1997 otros dos misioneros suyos, un laico y un sacerdote, habían sido asesinados. Primero estuvo en la zona de la Sierra, en plenos Andes, a 3.200 metros sobre el nivel del mar, promoviendo la formación profesional de los jóvenes.
Acompañando a los inmigrantes
Hace seis años, llegó a Nuevo Chimbote para acompañar y asistir a las numerosas familias andinas que emigraban a esta ciudad de la costa. «Eran cada vez más las de mi entorno que se marchaban», contaba hace unos años a una radio local, en una entrevista recogida por Mondo e missione () «No entendía cómo podían dejar sus cosas, su casa y sus afectos».
El contraste entre una zona llena de naturaleza y los barrios de aluvión de las afueras de Chimbote era extremo. «Había muchas familias jóvenes, de 20 o 23 años, con varios niños pequeños» para los que entre las chabolas no había «un ambiente sano». Los padres tenían miedo «y los niños se quedaban encerrados en casa delante de la televisión o del móvil», describía la misionera. Con la ayuda de 1.500 jóvenes de los que se habían formado con la ONG en los Andes, empezaron a construir proyectos entre las chabolas, donde no había ni agua corriente.
«Más violencia y soledad»
Ahora, De Munari estaba al frente de seis jardines de infancia y de una escuela primaria en un barrio pobre de Nuevo Chimbote. Aunque la pandemia había interrumpido las clases, nunca se dejó de cocinar para los pequeños. Ella, además, repartía alimentos por las casas. No hay indicios sobre los autores o los motivos del ataque, ya que se trataba de una persona querida por todos.
Pero ella misma reconocía hace años que la zona era peligrosa. «En la ciudad hay más violencia, más soledad. Los vecinos no se conocen», y las personas que han dejado toda su familia atrás no tienen red social en un ambiente en el que hay una gran «desconfianza hacia el otro». Sin embargo, allí permanecía, convencida de que «todos hemos sido creados para donarnos a los otros, y lo que nos hace más felices es descubrir que todo lo que tenemos, que sabemos hacer y que nos han enseñado podemos compartirlo».
Con 81 años al Amazonas
Solo diez días antes del asesinato de De Munari, Perú se despedía de otro misionero italiano. Marcelo Angiolo Melani, italiano de origen, había decidido a los 81 años trasladarse a la selva amazónica peruana desde Argentina. Allí había sido misionero desde 1971, y entre 2002 y 2011 fue obispo de Neuquén. Ya jubilado, en 2019 sintió como dirigida a él la llamada del Sínodo de la Amazonía sobre la urgente necesidad de misioneros en esta región.
«La vida cristiana es una vida misionera. No tenemos miedo a recorrerla. Con Jesús todo es posible», compartió por aquel entonces. Solo un año y medio después, la COVID-19 acabó con este misionero, que entregó 50 años de su vida a América Latina.