Pero tú no te rindas
El documental no oculta, por deseo de la propia protagonista, aquellos episodios en los que las crisis se producen, consciente, quizá, del valor pedagógico de la vulnerabilidad humana
El día que Céline Dion sintió por primera vez que algo no iba bien, que de su privilegiada garganta salían notas que no reconocía, que sus cuerdas vocales no le respondían y que sus espasmos le impedían controlar su torrente vocal, empezó un largo y tortuoso camino para aprender a vivir de nuevo. Porque para la intérprete de temas inolvidables como My heart will go on o I’m alive, la voz ha sido el timón que ha guiado sus días, desde que, siendo niña, cantaba ante su extensa familia de 14 hermanos, criados en medio de grandes privaciones pero con un profundo amor a la música. A los 5 años cantó por primera vez en la boda de uno de ellos; a los 13 sacó su primer disco; a los 14 ganó la medalla de oro en el Festival Mundial Yamaha Music en Tokio; a los 16 cantó para el Papa Juan Pablo II en el Estadio Olímpico de Montreal y a los 20 (año 1988), representó a Suiza en Eurovisión con la canción Ne partez pas sans moi, lo que la dio a conocer en el panorama musical internacional.
A partir de ahí, y con el impulso de su mánager y después marido René Angélil, comenzó una meteórica carrera de 27 discos —de los que ha vendido 250 millones de unidades—, cinco premios Grammy, doce World Music Awards, dos Óscar y dos Globos de Oro, entre otros premios, catapultándose como la artista francófona más exitosa de todos los tiempos. Hasta que, en julio 2019, Céline Dion se subió por última vez al escenario para no volver a hacerlo. Porque una enfermedad neurológica autoinmune y progresiva, denominada síndrome de persona rígida, se manifestó de la forma más cruel posible, paralizando no solo los músculos de su cuerpo, sino su potente y prodigiosa voz. Lo cuenta ella misma, entre lágrimas, en el documental I’m Céline Dion, que esta semana se ha estrenado en Amazon Prime. Bajo una tenue luz, sin maquillar las huellas que la fuerte medicación está dejando en su rostro, Dion desnuda su dolor físico y mental ante un público con el que se siente en deuda y al que necesita casi gritarle, a pesar de su voz quebrada, que no dejará de luchar. «Estoy trabajando duro todos los días, pero tengo que admitirlo: está siendo una dura lucha. Echo de menos a mis fans, mucho de menos. Si no puedo correr, caminaré; si no puedo caminar, me arrastraré. Pero nunca pararé», dice.
El documental, dirigido por Irene Taylor, muestra el día a día de la artista con la enfermedad, su trabajo por recuperarse, su rehabilitación… sin ocultar, por deseo de la propia protagonista, aquellos episodios en los que las crisis se producen, consciente, quizá, del valor pedagógico de la vulnerabilidad humana. Y, a pesar de que es su voz la única que se escucha, constantemente está rodeada de las personas que la cuidan y acompañan: sus músicos, sus asistentes, su médico, sus hijos… A ellos les dedica una parte importante de su relato, en el que repasa también algunos momentos de una vida marcada por «el amor a mi familia, a mis amigos y a la música». Un amor que aparece como un baluarte frente al sufrimiento y la enfermedad, como dice una de sus conocidas canciones: «Es lo que hay, pero tú no te rindas, porque el amor siempre vence».
Otro de los momentos especiales del documental, como ella misma confesó durante la presentación en Nueva York, es en el describe su reacción al leer su diagnóstico: «Siempre me he comparado con una manzana y, en ese momento, me propuse que los fans no siguieran haciendo cola si no tenía manzanas brillantes que ofrecer». Pero, inmediatamente, su voz se quiebra al leer un mensaje de un admirador. «Me hizo caer en la cuenta de que no estaban aquí por las manzanas, sino por el árbol».
En uno de sus múltiples textos dedicados a los árboles, el escritor y filósofo Hermann Hesse dice que «nada es más sagrado ni más ejemplar que un árbol fuerte y bello […]. Cualquier hijo de campesino sabe que la madera más dura y noble es la que tiene los anillos más estrechos, y que arriba en la montaña, en constante peligro, crecen las ramas más inquebrantables, las más fuertes y ejemplares». De esto va esta historia; de la belleza del árbol, aunque este haya perdido el último de sus frutos.