Peregrinación a Fra Angelico
El Museo del Prado celebra su bicentenario con la excepcional muestra Fra Angelico y los inicios del Renacimiento en Florencia, que se puede visitar hasta el 15 de septiembre
En pleno Quattrocento, el gran humanista Leonardo Bruni escribió que «todo oprimido, todo perseguido, todo exiliado, todo combatiente por una causa justa es idealmente florentino». Representaba así el espíritu que von Martin describió en su Sociología del Renacimiento y que Kenneth Clark resumía citando a Protágoras: «El hombre es la medida de todas las cosas». Pero el hombre ligado a su Creador, tal como muestran las formas de Fra Angelico y los significados de las pinturas recogidas en la excepcional muestra Fra Angelico y los inicios del Renacimiento en Florencia, que se puede visitar en el Museo del Prado hasta el 15 de septiembre.
La pinacoteca nacional ha decidido celebrar su bicentenario con esta exposición, hecha a la medida de sus visitantes, con una afluencia de 70 personas cada 15 minutos, y sin visitas en grupo, para favorecer el silencio requerido por la belleza de su recorrido. Desde su inauguración se ha convertido en el lugar al que peregrinamos los devotos del beato Guido di Pietro, en busca de la luz que emana de la Anunciación restaurada, protagonista de la muestra, así como de las obras que la acompañan en una monografía pictórica del maestro que podría calificarse –en palabras de Miguel Falomir, director del museo– de «exposición de tesis».
Su recorrido abre horizontes sobre el pintor, pues hasta ahora hablar de Fra Angelico era prácticamente hablar de la Anunciación, olvidando su contextualización en el Quattrocento italiano, como un agente más del esplendor de la Florencia del siglo XV.
Lorenzo de Mónaco
Entramos en esta exposición buscando sumergirnos en un mar de dorados, azules y rosas delicadísimos y nos encontraremos inmersos en un océano mayor de corrientes que convierten a Fra Angelico en paradigma de su época. En la primera sala está esbozada la vida de nuestro hombre, un pintor de una profunda religiosidad que supo volcar en sus pinturas; vida y obra constituyen un todo inseparable trabado por su profesión solemne como dominico, en 1420, en el monasterio de Santo Domingo de Fiesole, donde podrían contemplarse originalmente algunas de las pinturas actualmente expuestas en el Prado, como los Beatos dominicos (h. 1419-1422), que formarían parte del retablo mayor de Fiesole. Para entonces Fra Angelico ya habría completado su formación bebiendo esencialmente de dos fuentes, la pintura del gótico más tardío, de la mano de Lorenzo de Mónaco, y la miniatura, en el scriptorium de la parroquia de San Miguel Visdomini, donde ingresó con su hermano Benedetto.
Por eso el comienzo de la exposición recuerda al maestro florentino Lorenzo de Mónaco, que acogió como aprendiz al joven Guido di Pietro, introduciéndolo en el lenguaje pictórico del Otoño de la Edad Media –utilizando la expresión de Huizinga–, con la aplicación de dorados y el uso de una paleta cromática viva y contrastada que la exposición ha sabido recuperar en todo su esplendor. Este maestro, perteneciente a la orden camaldulense, mostró a Fra Angelico las fórmulas de representación dominantes en la iconografía cristiana, si bien nuestro autor las reinterpretó y enriqueció con notable creatividad, como se observa en La Virgen y el Niño con cuatro ángeles (1417-1419), representativa de su producción inicial. Una detenida contemplación permite advertir cómo en algunas pinturas atribuidas a Lorenzo de Mónaco ya se propone la participación de su joven discípulo, como en el Milagro de los panes y los peces o Cristo lavando los pies a sus discípulos, dos trabajos a tinta sobre pergamino datados entre 1410 y 1412.
El experto en miniaturas
La minuciosidad adquirida gracias a su labor como miniaturista de códices se pone de manifiesto en la Historia de los padres del desierto, pintada por Fra Angelico hacia 1420, y que nos recibe en la segunda sala de esta magna exposición. Con gran detallismo el pintor presenta a los santos anacoretas como actores de un mismo paisaje escarpado, como modelos de mortificación, tentaciones y sacrificios que les llevaban a dominar el cuerpo y salvar el alma. Los atributos iconográficos nos llevan a la individualización de figuras y escenas, si bien para el espectador actual estos motivos pueden resultar jeroglíficos indescifrables, alejados de su cultura. Sin embargo, desde el mundo medieval, el hombre estaba familiarizado con las historias de santos que luchaban contra demonios o se encaramaban a columnas, como Simeón el Estilita. Sus relatos se difundieron desde finales del siglo XIII por la Leyenda Dorada, fuente literaria de carácter hagiográfico afín a Fra Angelico, dado que su autoría obedece al dominico Santiago de la Vorágine.
En esta sala segunda se muestra además como la tradición no está reñida con la consideración de un Fra Angelico inmerso en las renovaciones de su tiempo, imbuido en la Florencia del siglo XV, que contemplaba con admiración la monumentalidad de la cúpula de Brunelleschi, gustaba de la belleza escultórica de Donatello o de Ghiberti y propiciaba la nueva concepción pictórica de Masaccio o Filippo Lippi. Este diálogo entre iguales ha sido recreado haciendo coexistir en el mismo espacio expositivo el San Pablo de Masaccio (1426) con los relieves de bronce y terracota del taller de Lorenzo Ghiberti y de Donatello.
Nuestro recorrido nos transporta a la Florencia del siglo XV, una ciudad de gran prosperidad comercial, dominante en el comercio textil, como revelan los terciopelos y dalmáticas llegados desde el Museo Bargello (Florencia), y como refleja Fra Angelico en su riquísimo tratamiento de túnicas y mantos, en sus bordados de plata y oro, en La Virgen de la Granada (h. 1424-1425), temática también recreada por un relieve de Donatello presente en la muestra.
La Florencia cortesana
El esplendor artístico del que participaba Fra Angelico se vio propiciado por el Papa Martín V (1369-1431), recordado en la sala tercera, descendiente de los Colonna, grandes mecenas de las artes. El Pontífice, unificador de la Iglesia en Occidente, envió embajadas a Constantinopla a fin de superar el cisma de Oriente, lo que propició la llegada hasta Florencia de manuscritos y tratados que enriquecieron el panorama artístico, recuperando la simbiosis entre la tradición occidental y la oriental, tan presente en el simbolismo de la pintura de Fra Angelico. Así se advierte que el arte no es ruptura o reacción frente a formas definidas en épocas anteriores, sino respuesta a las inquietudes del hombre y vicisitudes de la historia en sus distintas épocas. En este sentido, también la exposición pone de manifiesto que para Fra Angelico la pintura es inseparable de la liturgia, especialmente en tablas como La coronación de la Virgen y la Adoración del Niño con seis ángeles (h. 1429), que sabemos que era llevada procesionalmente hasta el altar de la iglesia florentina de Santa María Novella coincidiendo con las grandes solemnidades litúrgicas. Este aspecto, presente en nuestro recorrido especialmente en las salas cuarta y sexta, nos invita a recordar la teatralidad de las grandes fiestas cortesanas de la Florencia de los Medici y nos ayuda a reconsiderar como el nacimiento del mundo moderno es inseparable del florecer de las artes, porque el hombre está creado para la belleza.
Rompiendo tópicos
La quinta sala paraliza al espectador con La Anunciación (h. 1425-1426), recuperada en todo su esplendor por la excelente restauración llevada a cabo en el Museo del Prado y que recoge parcialmente el documental que cierra la muestra. Los reflejos del oro, el brillo del lapislázuli, la minuciosidad del Paraíso nos atrapan y nos invitan a participar en esta síntesis de la historia de la salvación regida por el designio misericordioso de Dios para con el hombre. La creatividad del pintor exalta a la Virgen como «nueva Eva», pintando las palabras de san Ireneo: «El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María».
La renovación de Fra Angelico respecto a la iconografía de la Anunciación se explicita en la exposición al contemplarla en paralelo con las realizadas por su coetáneo italiano Paolo Ucello (1397-1475) o por la del flamenco Robert Campin (1375-1444), todas de los años 20 del siglo XV. Contemplando la Anunciación de Fra Angelico el espectador se siente privilegiado al evocar la jornada de 1611 en que los monjes de Fiesole se vieron obligados a vender esta maravillosa tabla a Mario Farnese, quien a su vez se la regaló al duque de Lerma, valido de Felipe IV.
En la exposición podemos observar cómo la renovación iconográfica no afectó únicamente a la escena principal sino también a la predela que, cerrando un programa unitario, muestra un ciclo de escenas de la vida de la Virgen.
La Florencia cortesana
La nueva consideración de Fra Angelico se completa al final de la exposición mostrando su incidencia no solo en su taller, ni entre sus coetáneos italianos, sino también entre españoles como Pedro Berruguete (1450-1504), pintor de la corte de los Reyes Católicos que también se movió entre la tradición tardogótica y las novedades llegadas desde el Renacimiento italiano.
Al culminar nuestra visita y nuestro recorrido por la exposición nos encontramos ante un Fra Angelico conocedor de su época, instruido en las fuentes literarias que inspiraban su iconografía, consciente de que, como apunta el tratadista y arquitecto italiano Leon Battista Alberti en De Pictura (1436), los escritos ofrecen «creaciones nuevas o cuando menos ayuda para arreglar bellamente la historia».
La muestra abandera una nueva percepción del maestro florentino, superando las corrientes historiográficas que, con cierto carácter peyorativo, presentaban a Fra Angelico como pintor arcaizante, como el «último esplendor del Medievo».
Hay que recordar que la finalidad de su pintura no era únicamente ornamental, como muestran especialmente las pinturas realizadas originalmente para los monasterios dominicos de Fiesole y San Marcos (Florencia), donde el pintor vivió. En este último las pinturas de las celdas evidencian el deseo del Fra Angelico de transportarnos desde la belleza material hasta la belleza espiritual, tal como había reclamado san Juan Damasceno y como, en una espiritualidad afín a nuestro pintor, afirma santo Tomás de Aquino respecto a la Belleza como reflejo de Dios e instrumento para llegar a Él. Es esta concepción la que le valió a Fra Giovanni el sobrenombre de Fra Angelico.
Es ahora momento de volver la vista atrás. El visitante entró en la exposición en busca de la belleza. Ahora ha visto estos ángeles luminosos y estos rostros confiados en Aquel que todo lo puede. Ante la visita de Gabriel, María se entrega a Aquel que llamó a Abraham para que saliera de Ur de Caldea y se pusiese en marcha; que guió al pueblo de Israel a través del desierto y que suscitó profetas que lloraron sobre Jerusalén y anunciaron la esperanza; que expulsó a Adán y Eva al Paraíso y prometió un Redentor para la humanidad. En estas tablas policromadas que merecen no ser de este mundo, se encierra una Verdad que no caduca ni envejece. Nosotros hemos podido contemplarla.
María Rodríguez Velasco @mrodrivelasco / Ricardo Ruiz de la Serna @rrdelaserna
Universidad CEU San Pablo