Perdió a sus padres y hermanos en el genocidio ruandés y perdonó: «Me salvó la Palabra de Dios»
Laurent Rutinduka luchó por perdonar a los asesinos de su familia. Sobre todo cuando se descubrió compartiendo parroquia con sus parientes. «Los hijos lloraban: “Sé lo que hizo mi papá”»
El sacerdote Laurent Rutinduka perdió a casi toda su familia, sus padres y siete hermanos, durante la primera semana del genocidio de Ruanda. Y, sin embargo, se despide de Alfa y Omega pidiendo que demos «una visión positiva de la historia; nada de odio ni venganza».
Destinado en España desde hace dos años, este misionero de los Sagrados Corazones recuerda que en tres meses de 1994, entre abril y julio, «milicias radicales hutus mataron a casi todos los tutsis del país». Insiste en que eran «extremistas», y en que «muchos hutus no tienen problemas con nosotros».
La raíz del problema, explica, fue «una política mal llevada desde hacía mucho tiempo». Tras la independencia de Bélgica, en 1962, se estableció un sistema democrático. «El núcleo del problema fue que los hutu, que eran mayoritarios, implantaron una democracia étnica» y empezaron a difundir «una ideología anti-tutsi».
La tensión latente y creciente se agravó aún más a raíz de la invasión a partir de 1990 de guerrillas tutsis desde Uganda. Se desencadenó entonces un conflicto, al que se intentó poner fin con un acuerdo de paz en 1993. Sin embargo, todo cambió el 6 de abril de 1994, cuando dos misiles derribaron el avión en el que viajaban el presidente ruandés, Juvénal Habyarimana, y el presidente burundés, Cyprien Ntaryamira, ambos hutu.
Masacre «familia por familia»
«Las milicias radicales hutus empezaron a masacrar a los tutsis sistemáticamente, familia por familia y zona por zona», con ayuda de los militares. El mismo 7 de abril fue asesinado su padre. Él estaba en su último año de seminario, al sur del país. Solo le quedaba un año para ordenarse. «Me lo contaron por teléfono los misioneros de la parroquia, que eran españoles».
En ella se refugiaron su madre y ocho de sus nueve hermanos. El otro había salido del país un tiempo antes. El día 11, como los misioneros se habían ido, los radicales atacaron el complejo parroquial. Solo otro de los hermanos logró huir. «Ha estado mucho tiempo traumatizado, sobre todo cuando liberaron a los asesinos», comparte.
En cuanto se desató la violencia, empezaron a asesinar también a obispos, sacerdotes y religiosas. El rector del seminario de los Misioneros de los Sagrados Corazones, el navarro Mariano Ituria, «nos sacó a todos hacia Burundi». Desde allí, la congregación los trajo a España. Rutinduka pasó un año en Santo Domingo, terminando su formación.
«Paralizado por el dolor»
Reconoce que durante un tiempo estuvo «paralizado por el dolor». No solo había perdido a casi toda su familia, sino a «mis amigos de la infancia, mis profesores. Y mi país había quedado reducido a cenizas». Después de regresar a Ruanda y ordenarse, empezó a trabajar con niños pobres, huérfanos y viudas víctimas de la violencia. «Me encontré como un médico herido, que tiene que cuidar a los enfermos cuando él mismo sigue teniendo una herida abierta».
Para superarlo, lo primero que le ayudó fue una cierta perspectiva histórica del mal en la historia de la humanidad: «La esclavitud, lo que había pasado con los judíos, el racismo en América y la historia de Martin Luther King…». Eso le llevó a aceptar un dolor tan fuerte.
Pero, al final, «lo que me salvó fue la Palabra de Dios, rezar y escribir». Siguiendo el carisma de su congregación, se centró en los corazones de Jesús y María; «cómo ella perdonó a los que mataron a su hijo y cómo a Él mismo lo mataron cuando vino con la misión de salvarnos». Así, poco a poco, «recibí la fuerza del Espíritu Santo para perdonar».
Visita en la cárcel
Había averiguado quiénes fueron los verdugos de sus padres y hermanos. Resultó que «sus familias estaban conmigo en la iglesia. Sus madres y sus hijos eran inocentes. Algunos vinieron a pedirme perdón en su nombre. “Sabemos lo que ha hecho mi papá”, me decían los niños llorando». Para promover la reconciliación, decidió visitarlos en la cárcel.
Así empezó también a predicar y promover el perdón. En las parroquias por las que pasó en su país creó grupos para supervivientes. «Es difícil, es un proceso lento y progresivo», advierte. En Ruanda, «la Iglesia ha trabajado mucho el campo de la reconciliación. Tenemos un Gobierno fuerte» y Ruanda es un país emergente. «No es que hayamos llegado» a la reconciliación, «estamos en camino».
«Algunos que no escuchan nuestro discurso y viven en su extremismo», lamenta. También reconoce que el cáncer de su país en cierto sentido ha causado una «metástasis» con la irrupción de combatientes ruandeses en el este de la República Democrática del Congo. «Pero estoy vivo y seguimos trabajando».
Con todo, subraya que su experiencia no le sirve solo con víctimas del genocidio. Tanto en su país de origen como en España, donde llegó por segunda vez hace dos años, «he acompañado a matrimonios que chocaban», y ha podido hablarles del perdón. «En la sociedad siempre necesitamos perdón». Anima a los presos a pedirlo, y cree que vendría también muy bien en el ámbito político.