Pentecostés es siempre un gran día en la Iglesia católica, pero en la aldea onubense de Almonte, ese día tiene un particular relieve: se celebra la romería de Nuestra Señora del Rocío, cuya preparación transcurre durante todos los días del año. Paralelamente, hay otros tres momentos destacados en el santuario, la Candelaria, la Vigilia de la Inmaculada y el llamado Rocío chico, a mediados de agosto.
Cada año, en la fiesta de Pentecostés, miles de peregrinos acuden a ese lugar paradisíaco que parece no estar en el tiempo. Mañana de luz, romeros y peregrinos llenos de alegría y esperanza, con sus respectivas Hermandades, atraviesan el río o los arenales entre viejos pinos y brezos. Al igual que los apóstoles, los rocieros peregrinan por pueblos y aldeas.
Históricamente, está fundada en 1550 la primera hermandad rociera, siendo el año 1788 cuando se tienen noticias de las reglas más antiguas, y 1919 es el momento de la primera romería. Originalmente, la Virgen fue encontrada por un pastor, y el rey Alfonso X el Sabio, en 1275, construyó una ermita, posteriormente se erigió una capilla: en la actualidad se ha solicitado sea declarada basílica menor.
Juan Pablo II visitó entusiasmado el Rocío el 14 de junio de 1993, y desde allí nos invitó a participar como peregrinos en la misión de la Iglesia: en las raíces profundas del Rocío aparece la fe en Dios, la devoción a la Virgen y la fraternidad cristiana. El Papa enamorado de María nos invita a hacer del Rocío una verdadera escuela de vida cristiana.
El Rocío, la romería y la procesión permanecen siempre en la mirada del peregrino. Lloran los pinos del coto despidiendo a su Señora, los repiten el eco, las guitarras y las gargantas de los rocieros, conscientes de que el vocablo rociero significa alguien que va por los senderos y pisa los arenales realizando el camino que siempre será una experiencia espiritual inolvidable.
Como el viento recio que invadió a los apóstoles el día de Pentecostés, sentimos el soplo del Espíritu Santo. Aquí también sopla un viento foráneo, a veces fuerte procedente del océano Atlántico.
Rezo del Rosario, Santa Misa y procesión, bautismo tradicional en las aguas del río Quema. En la madrugada del lunes de Pentecostés, con las primeras luces del día, los vecinos de la cercana aldea de Almonte sacan el paso de la Blanca Paloma, de la Pastora y Reina de la Marisma. En el aire siempre una plegaria: Dios te Salve María, llena eres de Gracia, Dios te Salve, Reina y Madre de Misericordia. El Rocío es Cielo, es Espíritu Santo, es fuerza para continuar viviendo como cristianos.
La Cruz de la última Jornada Mundial de la Juventud peregrinó también hasta allí, testigo de ello, la marisma envuelta en leyenda. El Rocío es siempre acogida y súplica, serena plegaria y sosegada tristeza.
Que el Rocío del Espíritu Santo riegue nuestros corazones y que la llama del fuego del camino limpie nuestra alma. Que el Espíritu Santo, con el suave rocío de su venida, haga florecer en nuestras almas el amor a la Madre de Dios. El camino rociero transforma.