Peluqueros formados en la Cañada Real - Alfa y Omega

Peluqueros formados en la Cañada Real

Begoña Aragoneses
Luisa María indica a José cómo preparar una cabeza para mechas. Foto: B.A.

«Mira cómo tengo las manos». En el autobús que hace la ruta de Cáritas Diocesana de Madrid por la Cañada Real, José nos muestra los cortes que la recogida de chatarra le provoca. Gitano, 23 años, se ha subido con su mujer, Carmen (20) –con la que se casó por la ley gitana hace seis años– y su hija, Coral (3). El matrimonio va al taller de peluquería de Cáritas; la niña, a la escuela infantil gestionada por El Fanal con el respaldo de CaixaProinfancia. En el asiento, al lado de José, se coloca Juanillo, que es su sobrino aunque el niño le llama hermano. «Como no tiene padre…». Juanillo lleva un corte de pelo escalonado y desigual, con flequillo largo, muy moderno, que le ha hecho el propio José. Vamos descubriendo sus habilidades y todo lo que está aprendiendo en las clases del peluquería, a las que asiste desde hace tres años –aunque en realidad el programa es de dos–. «He aprendido a coger los rulos, los bigudíes, hacer mechas con plata y con gorro, a cortarle los pelos a los chicos…».

José nació en Las Barranquillas, pero cuando tenía 3 años se trasladó con su familia a Cañada. El primer poblado fue en su día el mayor supermercado de la droga; cuando se desmanteló, tomó el relevo la Cañada. Nos sigue contando que también ha aprendido a arreglar barbas; él mismo se retoca la suya. Carmen ha empezado en el taller este curso. Lo hizo impulsada por su marido, y está descubriendo que le gusta mucho. Sueña con que le abra la posibilidad a un futuro laboral. Ahora está aprendiendo a hacer limpiezas de cutis y manicura, porque en el taller tienen también un módulo de estética.

El autobús llega a la antigua fábrica de muebles de la Cañada, que acoge las instalaciones del proyecto de Cáritas, y también las del resto de entidades que atienden a los habitantes del poblado: Cruz Roja, El Fanal, Trama, Proyecto Aspa o Alamedillas, además de la parroquia Santo Domingo de la Calzada. El trabajo entre ellas «entremezclado», señala Miguel Ángel Cornejo, responsable de Cáritas allí. Así, el año que viene, Coral podrá acudir ya a las actividades de Cáritas para menores de 3 a 17 años, que en realidad son la palanca para atender a toda la familia. De hecho, el acompañamiento familiar es el objetivo último de todo lo que Cáritas programa en la barriada, comenta Cornejo. «El taller de peluquería no es simplemente un taller prelaboral, que también, porque luego ellos se buscan por aquí su clientela»; es la palanca que les permite atender a toda la familia. Lo sabe bien Luisa María, la profesora, que lleva ocho años con el taller y que se ha involucrado en las vidas de sus alumnos hasta el punto de que «me conozco el árbol genealógico de todos», ríe, porque visita a las familias en sus casas y hasta ha acudido a sus boda, tanto gitanas como musulmanas. De estas visitas, además, salen nuevos alumnos.

Ibrahim atiende a Carlos, voluntario de Cáritas que acude como cliente a la peluquería. Foro: B.A.

Los mejores productos para aprender

Las clases son de lunes a viernes, de 10:00 a 14:00 horas, aunque a veces se escapan, como el día que los visitamos: las mamás van a preparar los disfraces de carnaval de sus niños. Los martes y los jueves, los alumnos –15 en total de 16 a 26 años– reciben clases de alfabetización y matemáticas, «tienen que saber hacer las mezclas para los tintes con reglas de tres sencillas«, pone como ejemplo la profesora. A José, a diferencia de los bigudíes, que se le dan fenomenal, esto le cuesta. No sabe leer ni escribir. «No habrá aprendido en el colegio», explica su mujer. La peluquería se convierte así en un espacio de recuperación de chavales con los que el sistema ha fracasado. También tienen clases teóricas que luego llevan a la práctica en los módulos de corte, peinado, estética (además de la manicura y la limpieza de cutis aprenden tinte de pelo, pestañas y cejas o lifting de pestañas) y barbería. Conocemos a Ibrahim, de 21 años, que es «un artista», según Carlos, un voluntario de Cáritas al que hoy le ha cortado el pelo y le ha afeitado con navaja. Como Carlos, cada día acuden, previa petición de cita, dos o tres clientes que sirven de modelo. La madre de Fabiola es también una de ellas. Viven en Cañada y son bolivianas. La joven le está haciendo un rizado de pestañas.

Y mientras, Luisa María va dando indicaciones: «Me vas haciendo las puntas pero con un peine más pequeñito, que marca más el rizo»; «quítale a Carlos el jabón con una toalla bien húmeda». «Profe, ¿con crema?», le pregunta un alumno. «Aprenden bien», confirma la profesora, mientras retoca el tinte de Nadia, otra de las clientas que ya es habitual: va todos los meses porque se está degradando el pelo, «de negro a gris plata». Nadia es signo de que en este taller de peluquería se adaptan a las culturas. Como es musulmana, solo los hombres de su familia le pueden ver el pelo, así que para respetar sus creencias, la atienden siempre chicas y tras una mampara que van colocando según donde esté sentada. Esta adaptación es imprescindible en una clase con tres alumnos musulmanes, tres rumanos, una latinoamericana y el resto, gitanos. Toda la Cañada está representada allí. «Buscamos la cohesión; de hecho, se acaban haciendo amigos», relata la docente.

Los productos con los que trabajan «son los mejores», en eso Cáritas no escatima porque «se preocupa de que aprendan con lo último», valora Luisa María. Tampoco ahorran en los aparatos aunque ahora, de nueve secadores que podrían utilizar, solo les da para uno, y además a potencia media. La falta de luz que afecta al Sector 6 de la Cañada hace que Cáritas funcione con un generador que hay que usar con mesura, porque además, si salta la luz, se quedan también sin el agua del pozo. «El otro día una mujer que se estaba haciendo un alisado japonés se tuvo que ir corriendo a aclararse a su casa».

Cada tres meses, Luisa María organiza una excursión, que suele ser a Salón Look, la feria de peluquería y estética de Madrid, o a Aula, de educación y formación; algo lúdico como el Circo Price, o cultural como el Museo Arqueológico, «que les gusta mucho». Además, Madrid Salud de Villa de Vallecas les imparte talleres de nutrición, sexualidad o de lucha contra el racismo. «Se trata de que tengan muchas cositas para hacer, que estén con gente de su edad, que salgan del entorno de la casa, la cocina, los niños…». Nos despedimos. «José, y a mí, ¿qué me harías en el pelo?». Observa y analiza. No serán unas trenzas de raíz, seguro, porque nos ha dicho que es lo que menos le gusta hacer. «Pues unas mechas, ¡pero con gorro, que salen más finas!». Así, cuidando el detalle.

Fabiola retoca las pestañas de su madre. Foto: B.A.

Exclusión, estigmatización y trato de favor

«Nos hemos hecho a la idea de que la luz no va a volver», señala Cornejo sobre un problema que se ha hecho endémico en la Cañada. De hecho, lo considera un paso más en la presión para el vaciamiento del poblado, igual que está siendo el rellenado con arena de los huecos que dejan las chabolas derribadas para que no se vuelvan a construir, o el levantamiento de barreras de hormigón para cortar accesos a calles. En octubre de 2020, el Sector 6 de la Cañada se quedó sin luz tras una sobrecarga de la red. 800 familias viven desde entonces sin luz; son casi 3.000 personas, la mitad de ellas niños. «Se achacó a las drogas [al uso de luz para los cultivos de marihuana], pero ya había sobrecarga de antes». Las familias lo están solucionando con placas solares, a las que no les sacan el máximo partido porque suelen ser de segunda mano con baterías que funcionan, o no, y porque las colocan como pueden en los techos. Además, están compradas a prestamistas que les llegan a cuadruplicar el precio original. Combinan las placas con generadores, pero esto también tiene el inconveniente del combustible, cuyo precio limita las horas de luz al día. «El dinero que tengan al día lo usan hasta donde dé», cuenta el responsable; en el caso de José, que tiene uno en su casa, «muy poquito».

Así las cosas, apunta Cornejo, «el principal problema de la Cañada no es tanto la pobreza como la exclusión». Es una barriada totalmente aislada, con un único autobús al día para salir de ahí, que es el escolar. A esto se añade la estigmatización de ser habitante de la Cañada, cuando en realidad «son 14,38 kilómetros lineales, de los cuales la parte de venta de drogas no llega a los dos kilómetros». Y hay un tercer problema, que asoma tímidamente: el del trato de favor, el «ay, pobrecitos, que son de Cañada». Esto les hace igualmente avergonzarse, explica el responsable de Cáritas, y por eso «aquí todas las entidades trabajamos por intentar que la gente entienda que esto es un barrio más de Madrid».

La presencia de la Iglesia en la Cañada Real que se remonta a 2007, cuando el sacerdote Agustín Rodríguez se hizo cargo de la parroquia Santo Domingo de la Calzada. En 2010, Cáritas Diocesana de Madrid se instaló en su sede actual después de haber estado en un local en el Gallinero, una de las zonas ya desmanteladas. En la última visita que el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, hizo al poblado, el pasado verano, los animó: «Nosotros, en el fondo damos lo que dio Dios Nuestro Señor, que es amar a la gente. Este es un proyecto precioso; gracias porque hacéis una presencia de la Iglesia esencial». Y añadió: «Es muy bonito esto, que os conozcan; saben a quién acudir».

Parroquia Santo Domingo de la Calzada, en la Cañada Real. Foto: Luis Millán