Patriarca Bartolomé en la Almudena: «El camino hacia la unidad es un camino sin retorno»
El principal líder del mundo ortodoxo ha celebrado vísperas con el cardenal José Cobo, que ha subrayado que «nuestras Iglesias tienen el deber de ofrecer en Cristo un ejemplo de diálogo y encuentro»
«Un acontecimiento histórico y sorprendente». Así ha definido el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, el haber acogido en la tarde de este domingo, en la catedral de Santa María la Real de la Almudena, a Bartolomé, patriarca ecuménico de Constantinopla. El patriarca realiza, desde el pasado sábado y hasta el 18 de octubre, su primera visita a nuestro país, con motivo del 50 aniversario de la catedral del Patriarcado ecuménico en Madrid y del 30 aniversario de la creación de la metrópolis de España y Portugal.
Su primera jornada completa ha concluido con el rezo de vísperas en la catedral católica diocesana; una ocasión en la que ha aprovechado para felicitar al arzobispo por su reciente nombramiento y creación como cardenal. El acto tenía un tinte ecuménico, hasta el punto de que el patriarca y el cardenal Cobo han impartido simultáneamente la bendición final.
También han estado acompañados por el obispo de España y Portugal de la Iglesia ortodoxa de Rumanía, Timotei; por el reverendo Alfredo Abad, presidente de la Iglesia evangélica española, y por la reverenda Melanie Mitchell, de la Community Church of Madrid. Dentro de los representantes católicos, destaca la presencia del cardenal Carlos Osoro, arzobispo emérito de Madrid, y del obispo y obispo auxiliar de Getafe, Ginés García Beltrán y José María Avendaño.
En ese contexto de búsqueda de la comunión, las palabras del patriarca Bartolomé y del cardenal Cobo han estado marcadas por una gran sintonía en los temas. Empezando por el recuerdo agradecido a los predecesores en el diálogo ecuménico entre católicos y ortodoxos, los Papas san Juan XXIII y san Pablo VI y el patriarca Atenágoras. Fueron, en palabras de Bartolomé, «visionarios» que «verdaderamente se atrevieron contra todo y contra todos» que fueron capaces de abrazarse «después de tantos siglos oscuros, de polémicas y distanciamientos».
«La paz es posible»
Precisamente al abrazo entre Pablo VI y Atenágoras en Jerusalén, en 1964, aludió Cobo al recordar el nuevo conflicto en Tierra Santa. El patriarca ha recordado asimismo el de «la martirizada Ucrania» (la mayoría de fieles del Patriarcado en España proceden de este país), Armenia, «y tantos otros con frecuencia olvidados». Frente a esta realidad y al sufrimiento de tantos, que «clama al cielo», el cardenal ha proclamado que «la convivencia en Dios y en paz es posible, y que nuestras Iglesias tienen el deber de ofrecer en Cristo un ejemplo de diálogo y encuentro en un mundo que está sediento de fuentes de fraternidad».
«La paz se puede realizar solo a través de una verdadera metanoia», ha asegurado Bartolomé; «una conversión del corazón que obligatoriamente pasa por la justicia», por el «respeto y reconocimiento mutuo» y por la «colaboración fructífera entre todos los pueblos». Esto implica «una renovada economía mundial atenta a las necesidades de los más pobres»; redescubrir «una solidaridad que no es una simple asistencia sino sentir el dolor, la necesidad y la alegría del otro como propio», y «ser coherente con todo lo que creemos, pero capaces de dialogar».
Ha añadido que «no podemos aceptar que ninguna religión utilice el nombre de Dios para justificar la injusticia. Debemos desterrar cualquier fanatismo que en nombre de Dios invoca una visión única y no respeta la peculiaridad de cada ser humano».
Ecología no es panteísmo
El primado ortodoxo ha utilizado la misma palabra, «metanoia, conversión», para aludir a la protección del medio ambiente; uno de los ámbitos, junto con «la defensa de la vida humana en todas sus fases», en los que las Iglesias están llamadas a dar «testimonio común». Ha invitado a «comprender el pecado espiritual» para cambiar hacia «una verdadera relación con Dios, con el hombre y con todo ser». Ha aclarado que «no se trata de un panteísmo universal sino de una correcta relación del hombre, custodio y administrador de la creación, con lo creado y con su Creador».
El cardenal Cobo ha agradecido la «sensibilidad» del Patriarcado de Constantinopla hacia este tema, en el que «ha sido un auténtico pionero». «Ha iluminado la encíclica Laudato si», del Papa Francisco; y ha inspirado a los católicos a unirse a la celebración del Tiempo de la Creación.
Avances en el diálogo
Ambos líderes han abordado también los últimos avances en el diálogo teológico entre católicos y ortodoxos. Cobo ha celebrado que, en medio del proceso sinodal que vive la Iglesia católica, el último documento de la Comisión Mixta Internacional subrayara la necesidad de ver sinodalidad y primado (características más presentes respectivamente en la Ortodoxia y la Iglesia católica) como «realidades interrelacionadas, complementarias, e inseparables».
Estas conclusiones, ha abundado Bartolomé, forman parte de la apuesta por buscar «una comprensión común de nuestra historia del primer milenio», hasta el cisma de Oriente en 1054, y un análisis del segundo milenio, marcada por la división. De este modo se pretende «llegar a una reconciliación plena y una comprensión recíproca».
En sus intervenciones durante las vísperas ecuménicas en la catedral de la Almudena, tanto el patriarca ecuménico, Bartolomé, como el cardenal José Cobo, han señalado apuestas concretas para seguir avanzando hacia la unidad. «Esta noche es importante. Debería constituir un antes y un después», ha subrayado el arzobispo de Madrid. En lo local, ha propuesto el compromiso de «celebrar con más frecuencia la Misa por la unidad de los cristianos», y la implicación en la celebración conjunta de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que se celebra cada año del 18 al 25 de enero. Asimismo, ha invitado a que los representantes de cada una de las dos iglesias acudan el año que viene a la celebración de la noche de Pascua de la otra.
Eso sí, con la esperanza de que a partir de 2025 se establezca una fecha conjunta, como desean tanto Bartolomé como el Papa Francisco. Dicho año es un hito importante en el horizonte del primado ortodoxo. En él, «todas nuestras iglesias se preparan para vivir un gran aniversario en dos años, el 1.700 aniversario del primer concilio ecuménico, en Nicea en 325». En él, contra los errores difundidos en la época, se proclamó que «Jesucristo es hijo de Dios», algo que «es la base de nuestra fe y que une a todas las iglesias cristianas». Coincidirá además, también, con el Jubileo de la Iglesia católica.
Este camino «está lleno de imprevistos y caídas», pero «es un camino sin retorno si queremos ser anunciadores creíbles de la verdad del Evangelio». De hecho, el patriarca ha subrayado que el diálogo, también con otras religiones, «es absolutamente necesario para nuestro conocimiento recíproco, no quita nada a la identidad de cada uno sino la enriquece con la experiencia del otro». En este empeño, «no debemos temer nada porque con nosotros está Cristo».
Para este camino, el arzobispo católico ha aportado dos claves espirituales: «Dejarnos interrogar por el mismo Cristo, que derramó su sangre para que fuéramos uno», y la oración y el silencio que, «como dice el Papa Francisco, es la vía».
Su Santidad Bartolomé I, patriarca ecuménico; Su Eminencia Besarión, metropolita de España y Portugal; eminencias que acompañan al señor patriarca en su visita; Su Eminencia Timotei, obispo de España y Portugal de la Iglesia ortodoxa de Rumanía; Su Eminencia cardenal Carlos Osoro, Su Excelencia don Jesús, obispo auxiliar de Madrid; Su Excelencias obispo y obispo auxiliar de Getafe, ilustrísimos miembros del Cabildo y del Consejo Episcopal, estimados representantes y miembros de otras Iglesias cristianas, queridos todos:
I.- «Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos», hemos rezado en uno de los salmos. Constituye un honor acoger a Su Santidad hoy en esta catedral y en nuestra archidiócesis. Es también una delicia y un don del Señor. Se trata de un acontecimiento histórico y sorprendente, seguramente novedoso para muchos, por el cual nos sentimos intensamente bendecidos. Hemos querido acogerle «conviviendo» como dice el salmo, de la mejor manera: rezando juntos.
La oración, cuando se hace desde el corazón, abre el interior y nos introduce en el misterio de Dios. Desde Él es más sencillo convivir con los otros y compartir la vida que es un regalo de Dios y nos hace hermanos.
Su visita nos conecta con esa cadena de esperanza y de encuentro en la relación entre la Iglesia católica y su Iglesia. ¿Cómo no recordar con emoción el abrazo entre Pablo VI y el patriarca Atenágoras en Jerusalén, el 5 de enero de 1964? Evocar hoy ese abrazo resuena de una manera muy singular ante los graves acontecimientos que se están viviendo en Tierra Santa, en el mismo bendito lugar en el que se produjo dicho encuentro.
En aquella memorable ocasión, san Pablo VI afirmó: «Ciertamente, los caminos que por una parte y por otra conducen a la unión pueden ser largos y llenos de dificultades, pero los dos caminos convergen el uno hacia el otro y llegan a la fuente del Evangelio».
La clave que nos aportaba san Pablo VI para caminar hacia la unidad era la valiente propuesta de dejarnos interrogar por el mismo Cristo que derramó su sangre para que fuéramos uno. Es así que desde esa generosa entrega, abre su costado a la Iglesia. Mirarle y contemplar su amor por la Iglesia inspira a los que nos llamamos cristianos a vincularnos a Él antes que a nuestras particularidades.
Desde entonces hemos caminado por una senda en la que reconocemos divergencias de orden doctrinal, litúrgico y disciplinar. Sin embargo —en palabras de san Pablo VI—, esas diferencias no han de ser el punto de partida del diálogo. «Lo que ya desde ahora puede crecer es esta caridad fraterna, ingeniosa en hallar nuevas formas de manifestarse; una caridad que, extrayendo las enseñanzas del pasado, esté dispuesta a perdonar, propensa a creer con más gusto en el bien que en el mal, y sea cuidadosa, sobre todo, para conformarse con el Divino Maestro, dejarse atraer y transformar por Él».
Hoy oramos y acogemos como siembra el don de la caridad fraterna. Es un deseo y también una herencia que recogemos desde el levantamiento de las excomuniones. Desde entonces los encuentros se multiplicaron, y hemos ido recorriendo esos caminos de la mano y bajo la guía de los sucesores de Atenágoras y de san Andrés, y de los sucesores de Pablo VI y san Pedro. Así llegamos al gozoso acontecimiento del día de hoy. Tampoco podemos olvidar su relación fraterna y frecuente con el Papa Francisco que nos supone todo un estímulo y ejemplo para avanzar en la misma dirección.
En este tiempo de guerras y violencias, donde el sufrimiento de tantos clama al cielo, en este acto, proclamamos a nuestro mundo que la convivencia en Dios y en paz es posible, y que nuestras Iglesias tienen el deber de ofrecer en Cristo un ejemplo de diálogo y encuentro en un mundo sediento de fuentes de fraternidad.
Es cierto que somos distintos pero podemos convivir, reconciliar y acercarnos gracias a quienes son tocados por Dios para llevarlo a cabo. Desde el legado de una fe y buenos trechos de tradición compartida, seguiremos dando pasos nuevos augurando la promesa de una buena cosecha a su tiempo.
II.- Gracias, Santidad, por ser mensajero de reconciliación. También por ayudar e inspirar a que los católicos nos sumemos a celebrar, como hemos hecho recientemente, el Tiempo de la Creación. Su sensibilidad ha iluminado la encíclica Laudato Si sobre la ecología integral del Papa Francisco. En este ámbito, Su Santidad ha sido auténtico pionero. De su aportación como referente de la teología ortodoxa, los católicos seguiremos aprendiendo y abriéndonos a todas las posibilidades que ofrece la «eco-teología». Constituye una invitación a unir transversalmente la teología de la creación, la antropología y el cuidado de la tierra, con un cuidado muy especial hacia las personas más vulnerables. Nos estimula su empeño en que estas dimensiones estén presentes, transversalmente, en todas las disciplinas de la ciencia sagrada.
Acogemos igualmente su impulso para abrir nuestra conciencia y aprender a reconocer el «pecado ecológico», uno de los conceptos más famosos de su enseñanza en este campo. Sin olvidar que una ecología coherente ha de estar basada en la justicia social, sobre todo en un mundo económicamente desigual y con tanta inequidad. Ese desafío tan esperanzador nos une y nos hermana también.
El camino de «examinar las divergencias», en expresión del Papa Montini, ha dado grandes pasos gracias al trabajo de la Comisión Mixta Internacional. El Patriarcado ecuménico ha apostado por ella con empeño, y ha contribuido con grandes teólogos.
En estos momentos en que la Iglesia católica se encuentra en pleno Sínodo sobre la sinodalidad, celebramos los últimos trabajos de esta Comisión Mixta, especialmente sobre la cuestión de la relación entre primado y sinodalidad. El llamado Documento de Alejandría, del 7 de junio de 2023, no esconde las dificultades, pero trata de que aprendamos de la historia. Por eso, puede afirmar en las conclusiones que es necesario, desde un punto de vista teológico, ver sinodalidad y primado como «realidades interrelacionadas, complementarias, e inseparables»[1]. Sin embargo, «las discusiones puramente históricas no son suficientes. La Iglesia está enraizada firmemente en el misterio de la Santa Trinidad, y una eclesiología eucarística de comunión es la clave para articular una buena teología de la sinodalidad y el primado»[2].
III.- Desde nuestra Iglesia local madrileña, queremos que estos caminos sigan avanzando y concretándose. Por ejemplo, asistiendo la Gran Noche de Pascua a las celebraciones de una y otra Iglesia, al menos este próximo año. Ojalá que, a partir de 2025, las fechas puedan coincidir en un único calendario como es el deseo de Su Santidad y del Papa Francisco. También participando juntos en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Y, desde luego, en cada oportunidad cultivando con diligencia y esmero relaciones de amistad y fraternidad.
La oración es el camino. El silencio, como dice el Papa Francisco, es la vía. Del silencio ante Dios y compartido entre nosotros parte el ecumenismo. Ese silencio habitado nos entronca con la oración de Jesús que rezó pidiendo que todos sus discípulos fueran uno (Cf. Jn 17, 21).
Solo el silencio hecho oración nos permite acoger el don de la unidad «como Cristo la quiere», «con los medios que Él quiere» (cf. P. Couturier, Preghiera per l’unitá).
Cuanto más intensa y habitualmente nos dirijamos juntos al Señor en la oración, más experimentaremos que es Él quien nos purifica y nos une más allá de las diferencias. El silencio es hoy nuestra siembra. Es también un signo para nosotros, llamados también a morir silenciosamente al egoísmo para crecer, por la acción del Espíritu Santo, en la comunión con Dios y en la fraternidad entre nosotros.
Para nosotros esta noche es importante. Debería constituir un «antes y un después». Supone asumir un compromiso de oración y de ponernos en camino concreto hacia la unidad visible. Demanda, entre otras cosas, el compromiso de celebrar con más frecuencia la Misa por la unidad de los cristianos. Silencio, convivencia, reconocimiento… son formas de «ensanchar el espacio de tu tienda» (Is 54, 2) como nos pide el lema del Sínodo.
Respondamos a la llamada del Señor, con prontitud y fidelidad como María, para hacer de esta ciudad y de nuestras diócesis un espacio de auténtica comunión.
Hermanos y hermanas, pidamos en esta oración común a la Trinidad Santa, aprender a hacer silencio nuevamente, para escuchar la voz del Padre, la llamada de Jesús y el gemido del Espíritu, y así anunciarlo a todos «para que el mundo crea» (Jn 17, 21).
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NOTAS
[1] Documento de Chieti, 5.