Una mirada a la Alemania que el Muro partió en dos - Alfa y Omega

Una mirada a la Alemania que el Muro partió en dos

La Fundación Canal de Madrid acoge la muestra El Muro de Berlín. Un mundo dividido, en la que más de 300 objetos originales e información a través de carteles, fotografías y vídeos explican el sufrimiento del pueblo alemán

Ricardo Ruiz de la Serna
Sala dedicada a las revoluciones de 1989. Foto: Fundación Canal.

De la mano de la Fundación Canal, la Fundación Muro de Berlín y la empresa Musealia llega a Madrid la exposición El Muro de Berlín. Un mundo dividido. Con más de 300 objetos originales, de los cuales más de un tercio provienen de los fondos de la Fundación Muro de Berlín, la muestra está llamada a convertirse en uno de las grandes citas culturales de los próximos meses. La extraordinaria labor de los comisarios Gerhard Sälter, jefe de Investigación y Documentación de la Fundación Muro de Berlín, y de Christian Ostermann, director del Programa de Historia y Políticas Públicas y del Proyecto de Historia Internacional de la Guerra Fría del Wilson Center en Washington, se hace presente por doquier. Desde el primer momento el visitante queda envuelto en una nube de información que, en torno a los objetos, suministran carteles, fotografías, y vídeos.

Desde los últimos días de la batalla de Berlín hasta el fin de las llamadas «democracias populares», el pseudónimo para referirse a los regímenes comunistas en Europa Central y Oriental, el visitante tiene la oportunidad de contemplar el sufrimiento del pueblo alemán sometido a una dictadura que, ya desde el comienzo, oprimía a su propia población. En efecto, el tratamiento de las huelgas y protestas de los años 50 —especialmente la Sublevación de 1953— refuta la idea de que aquella tiranía fue aceptada pacíficamente por el pueblo. Al contrario, el Muro —así, por antonomasia— es el ejemplo más claro de la violencia que fue necesaria para mantener encerrados a aquellos que, de haber podido, se hubiesen marchado. El Muro de Berlín no se construyó para impedir una invasión, sino para evitar un éxodo.

Hay algo de cinematográfico en la muestra: el Checkpoint Charlie, el túnel bajo el muro empleado por los espías, los intentos de fuga, el despliegue tecnológico para evitar que nadie pudiera huir y otras tantas referencias familiares. Hemos visto este mundo en películas como La vida de los otros (Florian Henckel von Donnersmarck, 2006) y El puente de los espías (Steven Spielberg, 2015). También nos resulta inquietantemente familiar el mundo de la agitación y la propaganda: la manipulación de la información, el encuadramiento de los jóvenes y el señalamiento de los «enemigos del pueblo» son algunos de los dispositivos sociales de represión y control de la población. El Ministerio para la Seguridad del Estado, cuya abreviatura era Stasi, se ocupaba de detener, torturar y encerrar a los disidentes.

La exposición toca los episodios más significativos, algunos tal vez poco conocidos, como el bloqueo de Berlín (1948-1949), y otros famosísimos como los intentos de fuga, muchos de los cuales terminaron con la muerte de los fugitivos. Ante nosotros se va desplegando la vida de una ciudad que conoció el contrabando de alimentos, el primer puente aéreo de la historia y el derribo de un muro a golpes de cincel, uno de los cuales, por cierto, puede verse en la muestra.

Por encima de todo, el Muro representa el imperio de la mentira. La historia de Samantha Smith, la joven estadounidense que escribió a Yuri Andropov en 1982 y recibió una invitación formal para visitar la URSS, nos revela hasta qué punto el comunismo manipula a las personas. Ella creía que, de verdad, podía desempeñar un papel como «embajadora de buena voluntad» para el entendimiento entre la Unión Soviética y los Estados Unidos. En realidad, era solo un juguete propagandístico en manos del aparato de agitprop del Kremlin. Pueden ver ustedes el uniforme del campamento Artek que la joven vistió durante su visita a la «patria de los trabajadores».

La caída del Muro va contextualizada con los procesos de liberación en el resto de Europa Central y Oriental desde Polonia y Hungría hasta los países bálticos. El visitante de mayor edad recordará aquellos días de optimismo y esperanza que acompañaron a los miles de berlineses que pasaban a Occidente. En aquellos años todos éramos de nuevo jóvenes, incluso los muy mayores. Volver la vista atrás para mirar al presente es otro de los ejercicios que esta exposición invita a hacer. Se trata, en suma, de una magnífica exposición que recomiendo sin reservas. Cabría solo recomendar la edición de un catálogo que sistematizase y ampliase los contenidos de una muestra tan rica.