Para «salir de la Cañada Real» no hace falta abandonarla
Un calendario reivindicativo muestra cómo los vecinos del asentamiento luchan para tener más posibilidades y cambiar la mirada que se tiene sobre ellos
«Jaime es una persona muy afable, está próximo a su jubilación y, si lo miras fuera de su contexto, lo que te parece es un vecino de cualquier barrio de Madrid». Nos lo cuenta Antonio Jiménez, este sí jubilado, pero no ocioso, pues es voluntario en la Cañada Real desde 2020. Buen conocedor de los vecinos, los ha convencido para fotografiarlos en un calendario reivindicativo. El vecino del que nos habla realmente se llama Ahmed, pero todos le llaman Jaime porque encuentran más fácil pronunciar así su nombre, y «tiene una furgoneta que pone a disposición de sus vecinos». Volcado en convertir el asentamiento en una verdadera comunidad, es uno de los protagonistas de una campaña de sensibilización que, sin que sus autores lo pretendieran, ha recibido el apoyo de Cáritas Diocesana de Madrid.

Jiménez, quien estudió Periodismo pero se dedicó toda su vida a otra actividad, nos explica que «soy fotógrafo aficionado» y que este calendario, que ya se había realizado más años, ha evolucionado mucho desde sus orígenes. «Yo estaba haciendo un archivo de la Cañada Real en la medida de lo que se podía, por ejemplo, recogiendo cada año el desfile de Carnaval, como el que habrá dentro de unos días», recuerda. Feligrés por pura elección de la parroquia de Santo Domingo de la Calzada —pues no es la que le corresponde por cercanía pero se desplaza hasta allí—, hasta ahora se limitaba a plasmar escenas costumbristas que mostraran la normalidad dentro de la excepcionalidad que representa este asentamiento. Sin embargo, para este 2025 se propuso alejarse del paisajismo y «centrarse en las historias de los vecinos de aquí». Algunos de ellos ya están realojados y otros permanecen en el barrio; pero todos «han conseguido, real o simbólicamente, salir de la Cañada». Es decir, incluso los que siguen viviendo allí «han superado el estigma, encontrado trabajo o empezado a estudiar».
Otro ejemplo es el de Fabiola, «una chica boliviana de origen que ya está realojada en el barrio de San Fermín». Por pura casualidad, es un vecindario donde el sacerdote de referencia de la Cañada Real, Agustín Rodríguez, gestiona otra parroquia. Según recuerda Jiménez, quien entrevistó a todos los vecinos del calendario antes de fotografiarlos, Fabiola «trabajaba como auxiliar de ayuda a domicilio y, entre un trabajo y otro y atender a los hijos, había días que solo dormía tres o cuatro horas». Sin embargo, «luchaba por sacar adelante a la familia» y, aunque vivía en «una casita bastante precaria, estaba muy arregladita por dentro». Esto provocaba que quien la visitaba «no se fijara en las carencias» sino en la dignidad de sus hijos, que cuando iban a La Fábrica —el centro cultural más importante de la zona— «siempre iban aseaditos». Dentro del calendario, que incluye un pequeño testimonio de sus modelos, Fabiola confiesa que su sueño es «montar su propia peluquería en Cochabamba», en su Bolivia natal.

Y también está Adil Nabih, de 19 años y estudiante de ADE en la Universidad Rey Juan Carlos. De ascendencia marroquí, ha vivido en la Cañada Real desde que era un bebé y es un testimonio vivo de que gracias al apoyo escolar de centros como La Fábrica «no está en esas dinámicas que a veces atrapan a la gente en zonas estigmatizadas». Con su ejemplo y rompiendo el ciclo, podrá empujar a otros vecinos para que tengan más posibilidades y —lo que nos atañe al resto— que sean mirados de otro modo.

Otro logro para normalizar la vida en la Cañada Real es el autobús que gestiona la Asociación El Fanal y que conecta con Madrid este asentamiento. Acaba de cumplir cinco años y permite a sus adolescentes seguir estudiando después de la ESO. «Cuando acaba la etapa obligatoria, normalmente no hay rutas escolares», lamenta Rocío Díaz, codirectora de El Fanal y quien implementó este servicio con ayuda de la Comunidad de Madrid y la Fundación Mutua Madrileña. «Comenzamos con 30 chavales y hoy hay más de 60», celebra. Al ahorrar ciertos peligros a las niñas, que tenían que atravesar la barriada para seguir formándose y casi ninguna lo hacía, hoy «son más de la mitad» de los usuarios. Además «han aumentado las matriculaciones en grados superiores y cada vez más gente termina Bachillerato».