«Para salir a las periferias, hay que estar centrados en Dios»
Para salir a evangelizar en «las periferias del mundo», se necesita un corazón inquieto, siempre en búsqueda de Dios. Eso es lo que le pidió el Papa a la Compañía de Jesús, en su tercera visita a la iglesia madre de los jesuitas. «La experiencia interior y la vida apostólica van siempre juntas», de modo que, «si no tenemos» ese deseo, «entonces tenemos necesidad de detenernos en oración y, con fervor silencioso, pedirle al Señor que vuelva a fascinarnos» con Su brillo
Por tercera vez en sus 9 meses de pontificado, el primer Papa jesuita de la Historia acudió el viernes día 3 a la iglesia romana del Gesú, en la que están enterrados san Ignacio y otros históricos jesuitas. La visita tuvo lugar al comienzo del año en el que la Compañía de Jesús celebra el bicentenario de su restauración (tras la abolición decretada por Clemente IV en 1773), y en la fiesta litúrgica del Santo Nombre de Jesús. Las dos ocasiones anteriores fueron el 31 de julio, fiesta de San Ignacio de Loyola, y el 10 de septiembre, en el marco de su visita al Centro para refugiados Astalli, de Roma.
Concelebraron con el Papa el Prepósito General de la Compañía de Jesús, el padre Adolfo Nicolás; el arzobispo y también jesuita español Luis Ladaria, Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe; el cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos; el cardenal Vallini, Vicario de Roma; y el obispo de Annecy, monseñor Yves Boivineau. De esa diócesis francesa era san Pedro Fabro, colaborador de san Ignacio, canonizado el pasado 17 de diciembre.
En una Misa de acción de gracias por la canonización del compañero de san Ignacio de Loyola, el Papa puso al nuevo santo como modelo para la Compañía de Jesús. Él era «un espíritu inquieto», nunca satisfecho». Y por eso sentía el impulso de salir a evangelizar, y se convirtió en «un hombre de acción», porque la «fe profunda implica siempre un profundo deseo de cambiar el mundo». Y «ésta es la pregunta que debemos hacernos nosotros», añadió: «¿Tenemos nosotros también grandes arrojos? ¿Somos audaces? ¿O somos mediocres y nos conformamos con nuestras programaciones apostólicas?… Recordémoslo siempre: la fuerza de la Iglesia no reside en sí misma y en su capacidad organizativa, sino que se esconde en las aguas profundas de Dios».
«Fabro -prosiguió- era devorado por el intenso deseo de comunicar al Señor. Si nosotros no tenemos su mismo deseo, entonces tenemos necesidad de detenernos en oración y con fervor silencioso pedirle al Señor, por intercesión de nuestro hermano Pedro, que vuelva a fascinarnos con el brillo del Señor», que le llevaba a Fabro «a todas estas locuras apostólicas y a ese deseo sin control».
El nuevo santo «estaba totalmente centrado en Dios, por eso podía ir en espíritu de obediencia, también muchas veces a pie por todas partes de Europa, a dialogar con todos con dulzura; era la lanza del Evangelio». El Papa contrapuso esta actitud con «la tentación que quizás podemos tener nosotros, de relacionar el anuncio del Evangelio con palazos inquisitorios y condenatorios. No, el Evangelio se anuncia con dulzura, con fraternidad, con amor», dijo.
El secreto de Fabro, en definitiva, se resume en «dejar que Cristo opere en el centro del corazón», porque «solamente si se está centrado en Dios, se puede ir a las periferias del mundo», sintetizó el Papa.