«Para que el mundo se salve» - Alfa y Omega

«Para que el mundo se salve»

Solemnidad de la Santísima Trinidad

Daniel A. Escobar Portillo
‘Santísima Trinidad’. Vidriera de la iglesia de san Hilario, en Poitiers (Francia)
Santísima Trinidad. Vidriera de la iglesia de san Hilario, en Poitiers (Francia). Foto: María Pazos Carretero.

Concluido el tiempo pascual, pero aún a la luz de este misterio, celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, en la que Dios se revela plenamente como centro del mundo y de la historia. A pesar de que, cuando oímos hablar de Dios, uno y trino, inmediatamente pensamos en algo transcendente, oculto e imposible de comprender, la realidad es que, gracias a la acción de Dios, quien parecía lejano, se ha hecho cercano con el hombre y ha establecido una relación familiar con él. El Evangelio y el resto de lecturas de la celebración de este domingo nos dan prueba de ello, presentándonos a Dios desde lo concreto de la experiencia del hombre que ha tenido acceso a la revelación del Señor.

«Tanto amó Dios al mundo»

La experiencia más profunda de Dios que nos transmite san Juan en el Evangelio es la de un Dios que es amor. Como amor lo define en su primera carta, y como amor que se entrega nos lo presenta ahora. El acto supremo de ese amor ha sido entregarnos a su Unigénito para que tengamos vida; y no cualquier vida, sino vida eterna: una vida que nadie nos puede arrebatar y que ya hemos comenzado a experimentar en nuestra existencia terrena, incorporándonos al misterio de Jesucristo. Sabemos, asimismo, que cuando el Padre entrega a su Unigénito lo hace con todas las consecuencias que ello implica, en un camino que pasa por hacerse carne con las implicaciones que esta condición llevará consigo. Lejos de una concepción de dioses lejanos y distantes de la época, Dios se muestra, ante todo, cercano, en continuidad con la tradición bíblica. En este sentido, la primera lectura, del libro del Éxodo, presenta a Moisés pidiendo perdón a Dios por la idolatría de su pueblo. Es significativa la expresión: «El Señor bajó de la nube», puesta en relación con la de «subir a la montaña». La nube representa la divinidad, y ahora Dios ha venido al encuentro del hombre descendiendo al monte Sinaí. En ese lugar, Dios entonces se manifiesta como «compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad». Esta autorrevelación de Dios no resta nada a la condición transcendente y, en cierto sentido, inaferrable de Dios. Sin embargo, la grandeza de Dios reside en que sin dejar de ser Dios puede ser profundamente cercano al hombre, tal y como se refleja en este pasaje. La compasión, misericordia y clemencia del Señor revelan, pues, a un Dios atento a los problemas de las personas que se encuentran con Él en su camino.

La respuesta al pecado del mundo

A través del uso de unos términos típicos en san Juan (amar, creer, vida, juicio, salvación), el Evangelio de este domingo refleja, asimismo, que la proximidad de Dios con el hombre se manifiesta en la misión de su Hijo. Quien es clemente y misericordioso «no envió su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él». El amor al que se refiere el pasaje evangélico en su comienzo se concreta en un objetivo: la salvación del mundo. Esto es posible si se cree en el Hijo. Por otro lado, de la concepción que tengamos de Dios va a depender nuestra visión del hombre. Conocer a Dios implicará conocernos mejor a nosotros mismos, puesto que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, uno y trino. Ello significa que si Dios en sí es relación de personas, también el hombre ha sido llamado a vivir en comunidad, en familia, y a no vivir aislado. Confesar a Dios, uno y trino, lleva consigo considerar a Dios como relación en sí. De ahí que, para que el hombre se realice plenamente, ha de vivir también en unidad y relación con los demás. No se trata de un imperativo moral, sino de lo que corresponde con nuestro ser. Cuando san Pablo saluda en su segunda carta a los corintios aludiendo a la gracia de Jesucristo, al amor de Dios y a la comunión del Espíritu Santo, nos está mostrando algo mucho más profundo que un saludo de cortesía, que nosotros hemos incorporado en nuestras celebraciones litúrgicas. La expresión manifiesta que la misión y la salvación que se realiza por medio de su ministerio se realiza gracias a la presencia y actuación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, quienes intervienen realmente en la vida de todos nosotros.

Evangelio / Juan 3, 16-18

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.