Para los migrantes africanos, Europa no es la primera opción
Etiopía, con más de 850.000 refugiados procedentes de Sudán del Sur, Somalia, Yemen y Eritrea, ha decidido cerrar sus 27 campos y encomendarse a una política de integración en las comunidades locales. Es el modelo ugandés, antagónico al planteado por el primer ministro eslovaco, Robert Fico, quien dijo que «no hay ningún derecho humano a viajar a la Unión Europea»
Faltan 32 años para que se complete uno de los movimientos migratorios más importantes de la historia de la humanidad: en estas tres décadas, 2.500 millones de personas se desplazarán del campo a la ciudad en todo el mundo. Son datos de Naciones Unidas. En Occidente, donde los pueblos fantasma son legión, el fenómeno será casi imperceptible, pero en los países en desarrollo está siendo todo un acontecimiento. El organismo mundial advierte de que el 94 % de ese gran movimiento demográfico tendrá lugar en países emergentes; y en el caso de África, significará la urbanización definitiva del continente, algunas de cuyas urbes entrarán pujantes al selecto club de urbes más pobladas del planeta. El sector primario irá cediendo espacio en el PIB del continente al resto de sectores productivos y de oferta de servicios.
Esta previsión no hace más que generalizar lo que ya es una realidad en Nigeria, Angola, Sudáfrica o Kenia, principales polos económicos del África subsahariana. Aquí se cuentan por millones los migrantes internos y externos que llegan en busca de una nueva oportunidad. Antes del intento de alcanzar el dorado europeo a través del Mediterráneo o de cualquiera de las rutas que conducen a él, los africanos han optado por explotar sus capacidades en el continente. Aunque estos flujos migratorios sur-sur no están libres de problemas y tensiones –habría que recordar los recientes brotes xenófobos contra los migrantes africanos en Sudáfrica– los africanos eligen quedarse en su entorno o, al menos, no contemplan Occidente como la única vía de escape. Esta realidad está generando la aparición de grandes slums, pero también de una pujante clase media africana que está dinamizando economía y sociedad en buena parte de los países africanos. Los datos, y también la realidad, quiebran la imagen que ubica al migrante africano encaramado a vallas o subido a pateras. Los migrantes africanos, la mayoría de ellos, prefieren quedarse en su tierra.
El estereotipo también se rompe con los refugiados. La revista Mundo Negro recogía en su Especial África 2016 unas declaraciones de Aderanti Adepoju, coordinador de la Red de Investigación de Migraciones en África, quien subrayaba que el 59 % de los refugiados africanos «no vive en campos de refugiados, sino en centros urbanos». Pero en el norte estamos obsesionados con este modo de vida, ya que no entendemos otra forma de estabular a los refugiados que huyen de la guerra, del enfrentamiento, de la presión política o del agotamiento de los recursos naturales. Son un problema que acotar. Por eso Europa pone cupos, trabas y fomenta el establecimiento de eternos campos de refugiados en los lugares donde se producen las crisis.
«Son hermanos, no refugiados»
Sin embargo, ni todos los migrantes quieren venir a Europa, ni todos los refugiados viven en campos. Para explicar esto sirven como ejemplo dos países: Uganda y Etiopía. El primero se ha convertido en un modelo por su gestión de la crisis de Sudán del Sur, calificada por el propio secretario general de la ONU, Antonio Guterres, como «el mayor éxodo en África desde el genocidio de Ruanda». Desde diciembre de 2013, casi 1,5 millones de sursudaneses han pasado a la vecina Uganda. Entre junio de 2016 y julio de 2017, la media fue de 2.000 diarios. La mayoría de ellos, en lugar de quedar encajonados en la burocracia de los campamentos, tienen desde el primer momento acceso a los servicios sociales básicos, se les ofrece un pequeño terreno con el que garantizar su subsistencia y, en definitiva, son considerados «como hermanos, no como refugiados» según manifestaron algunos de los líderes africanos que participaron en una cumbre monográfica sobre el tema celebrada en Kampala el pasado mes de junio.
Etiopía, donde se contabilizan más de 850.000 refugiados procedentes de Sudán del Sur, Somalia, Yemen y Eritrea, decidió a primeros del pasado diciembre cerrar los 27 campos existentes en el país y encomendarse a una política de integración de sus residentes en las comunidades locales. El programa, que se desarrollará en la próxima década, sigue el modelo ugandés de acogida y propone un discurso antagónico al planteado por el primer ministro eslovaco, Robert Fico, quien en la última cumbre de la Unión Europea de 2017 señalaba que «no hay ningún derecho humano a viajar a la Unión Europea». Lo que no debe saber Fico es que Europa, para los africanos, ya no es la primera opción, lo queramos o no reconocer.