Francisco, sobre los abusos a menores en Chile: «Siento dolor y vergüenza»
En su primer acto público en Chile, el Papa celebró el desarrollo y el progreso en Chile, pero invitó a no dejar de escuchar a los pueblos originarios, los parados y emigrantes. En este sentido, pidió que la democracia sea el lugar de encuentro. A continuación, compartimos el texto completo del primer discurso del Papa Francisco en Chile
Los tres días de Francisco en Chile, que terminan este jueves, se han repartido geográfica y temáticamente: en Santiago, en el centro, lo institucional; en Temuco, al sur, el encuentro con los pueblos originarios, particularmente los mapuches; y en Iquique, al norte, cerca de la frontera con Perú y Bolivia, la cuestión migratoria.
Estas prioridades del Pontífice ya han estado presentes este martes, en su primer acto en el país: el encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático en el Palacio de la Moneda.
El Santo Padre ha recordado que se celebran los 200 años de la independencia del país latinoamericano, y ha celebrado que en las últimas décadas se haya desarrollado «una democracia que ha permitido un sostenido progreso». «No sin dolor», constató el Pontífice, Chile ha podido «superar períodos turbulentos» de su historia reciente.
Minutos antes, la presidenta saliente, Michelle Bachelet, había recordado el peso que la visita de san Juan Pablo II en 1987 tuvo para ayudar a un «país herido» por la dictadura de Augusto Pinochet a «reencontrarse» e iniciar, poco después, el camino de la transición.
La sabiduría de las raíces
El sucesor del Papa polaco ha exhortado a los chilenos, con todo, a no acomodarse. «El bien, como el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día». Los representantes públicos tienen la «tarea apasionante» de lograr que la democracia «sea de verdad lugar de encuentro para todos».
El futuro –ha concluido el Pontífice– «se juega, en gran parte, en la capacidad de escuchar que tengan su pueblo y sus autoridades»; escucha, en particular, hacia quienes sufren. Entre ellos, Francisco ha aludido en varios momentos de su discurso a los pueblos originarios, con quienes se va a encontrar este miércoles.
Ellos son el rostro visible de la «pluralidad étnica, cultural e histórica» de Chile, que «exige ser custodiada de todo intento de parcialización o supremacía». Estas poblaciones, con frecuencia olvidadas, necesitan que sus «derechos sean atendidos y su cultura cuidada».
Pero lejos de una mirada paternalista, Francisco ha invitado a acoger también su sabiduría, especialmente provechosa frente a los problemas medioambientales. De los indígenas «podemos aprender que no hay verdadero desarrollo en un pueblo que dé la espalda a la tierra y a todo y a todos los que la rodean. Chile tiene en sus raíces una sabiduría capaz de ayudar a trascender la concepción meramente consumista de la existencia», concluyó.
Además de los pueblos originarios, Francisco ha mencionado a los parados y a los inmigrantes, que estarán entre los protagonistas de la etapa de este jueves en Iquique; y también a los niños víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes.
«No puedo –ha subrayado– dejar de manifestar el dolor y la vergüenza que siento ante el daño irreparable causado a niños por parte de ministros de la Iglesia». Sus palabras han suscitado un cálido aplauso entre los asistentes. «Me quiero unir a mis hermanos en el episcopado –continuó–, ya que es justo pedir perdón y apoyar con todas las fuerzas a las víctimas, al mismo tiempo que hemos de empeñarnos para que no se vuelva a repetir».
Señora presidenta, miembros del Gobierno de la República y del cuerpo diplomático, representantes de la sociedad civil, distinguidas autoridades, señoras y señores:
Es para mí una alegría poder estar nuevamente en suelo latinoamericano y comenzar esta visita por esta querida tierra chilena que ha sabido hospedarme y formarme en mi juventud; quisiera que este tiempo con ustedes fuera también un tiempo de gratitud por tanto bien recibido. Me viene a la memoria esa estrofa de vuestro himno nacional: «Puro, Chile, es tu cielo azulado, / puras brisas te cruzan también, / y tu campo de flores bordado/ es la copia feliz del Edén», un verdadero canto de alabanza por la tierra que habitan, llena de promesas y desafíos; pero especialmente preñada de futuro.
Gracias señora Presidenta por las palabras de bienvenida que me ha dirigido. En usted quiero saludar y abrazar al pueblo chileno desde el extremo norte de la región de Arica y Parinacota hasta el archipiélago sur «y a su desenfreno de penínsulas y canales». La diversidad y riqueza geográfica que poseen nos permite vislumbrar la riqueza de esa polifonía cultural que los caracteriza.
Agradezco la presencia de los miembros del gobierno; los Presidentes del Senado, de la Cámara de Diputados y de la Corte Suprema, así como las demás autoridades del Estado y sus colaboradores. Saludo al Presidente electo aquí presente, señor Sebastián Piñera Echenique, que ha recibido recientemente el mandato del pueblo chileno de gobernar los destinos del País los próximos cuatro años.
Chile se ha destacado en las últimas décadas por el desarrollo de una democracia que le ha permitido un sostenido progreso. Las recientes elecciones políticas fueron una manifestación de la solidez y madurez cívica que han alcanzado, lo cual adquiere un relieve particular este año en el que se conmemoran los 200 años de la declaración de la independencia. Momento particularmente importante, ya que marcó su destino como pueblo, fundamentado en la libertad y en el derecho, que ha debido también enfrentar diversos períodos turbulentos pero que logró –no sin dolor– superar.
De esta forma supieron ustedes consolidar y robustecer el sueño de sus padres fundadores. En este sentido, recuerdo las emblemáticas palabras del Card. Silva Henríquez cuando en un tedeum afirmaba: «Nosotros –todos– somos constructores de la obra más bella: la patria. La patria terrena que prefigura y prepara la patria sin fronteras. Esa patria no comienza hoy, con nosotros; pero no puede crecer y fructificar sin nosotros. Por eso la recibimos con respeto, con gratitud, como una tarea que hace muchos años comenzaba, como un legado que nos enorgullece y compromete a la vez».
Cada generación ha de hacer suyas las luchas y los logros de las generaciones pasadas y llevarlas a metas más altas aún. El bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día. No es posible conformarse con lo que ya se ha conseguido en el pasado e instalarse, y disfrutarlo como si esa situación nos llevara a desconocer que todavía muchos hermanos nuestros sufren situaciones de injusticia que nos reclaman a todos.
Tienen ustedes, por tanto, un reto grande y apasionante: seguir trabajando para que la democracia y el sueño de sus mayores, más allá de sus aspectos formales, sea de verdad lugar de encuentro para todos. Que sea un lugar en el que todos, sin excepción, se sientan convocados a construir casa, familia y nación. Un lugar, una casa, una familia, llamada Chile: generoso, acogedor, que ama su historia, que trabaja por su presente de convivencia y mira con esperanza al futuro. Nos hace bien recordar aquí las palabras de san Alberto Hurtado: «Una Nación, más que por sus fronteras, más que su tierra, sus cordilleras, sus mares, más que su lengua o sus tradiciones, es una misión a cumplir». Es futuro. Y ese futuro se juega, en gran parte, en la capacidad de escuchar que tengan su pueblo y sus autoridades.
Tal capacidad de escucha adquiere gran valor en esta nación donde su pluralidad étnica, cultural e histórica exige ser custodiada de todo intento de parcialización o supremacía y que pone en juego la capacidad que tengamos para deponer dogmatismos exclusivistas en una sana apertura al bien común –que si no tiene un carácter comunitario nunca será un bien–. Es preciso escuchar: escuchar a los parados, que no pueden sustentar el presente y menos el futuro de sus familias; a los pueblos originarios, frecuentemente olvidados y cuyos derechos necesitan ser atendidos y su cultura cuidada, para que no se pierda parte de la identidad y riqueza de esta nación. Escuchar a los migrantes, que llaman a las puertas de este país en busca de mejora y, a su vez, con la fuerza y la esperanza de querer construir un futuro mejor para todos. Escuchar a los jóvenes, en su afán de tener más oportunidades, especialmente en el plano educativo y, así, sentirse protagonistas del Chile que sueñan, protegiéndolos activamente del flagelo de la droga que les cobra lo mejor de sus vidas.
Escuchar a los ancianos, con su sabiduría tan necesaria y su fragilidad a cuestas. No los podemos abandonar. Escuchar a los niños, que se asoman al mundo con sus ojos llenos de asombro e inocencia y esperan de nosotros respuestas reales para un futuro de dignidad. Y aquí no puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza que siento ante el daño irreparable causado a niños por parte de ministros de la Iglesia. Me quiero unir a mis hermanos en el episcopado, ya que es justo pedir perdón y apoyar con todas las fuerzas a las víctimas, al mismo tiempo que hemos de empeñarnos para que no se vuelva a repetir.
Con esta capacidad de escucha somos invitados –hoy de manera especial– a prestar una preferencial atención a nuestra casa común: fomentar una cultura que sepa cuidar la tierra y para ello no conformarnos solamente con ofrecer respuestas puntuales a los graves problemas ecológicos y ambientales que se presentan; en esto se requiere la audacia de ofrecer «una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático» que privilegia la irrupción del poder económico en contra de los ecosistemas naturales y, por lo tanto, del bien común de nuestros pueblos. La sabiduría de los pueblos originarios puede ser un gran aporte. De ellos podemos aprender que no hay verdadero desarrollo en un pueblo que dé la espalda a la tierra y a todo y a todos los que la rodean. Chile tiene en sus raíces una sabiduría capaz de ayudar a trascender la concepción meramente consumista de la existencia para adquirir una actitud sapiencial frente al futuro.
El alma de la chilenía es vocación a ser, esa terca voluntad de existir. Vocación a la que todos están convocados y en la que nadie puede sentirse excluido o prescindible. Vocación que reclama una opción radical por la vida, especialmente en todas las formas en la que ésta se vea amenazada.
Agradezco una vez más la invitación de poder venir a encontrarme con ustedes, con el alma de este pueblo; y ruego para que la Virgen del Carmen, Madre y Reina de Chile, siga acompañando y gestando los sueños de esta bendita nación.