¿Qué dice la fe cristiana sobre la pandemia? ¿Qué aporta para afrontarla? Muchas personas se han hecho estas preguntas, y otras muchas, a lo largo de estos días de confinamiento, habitado por la preocupación y la angustia.
1-. La pandemia no es un castigo divino. El pueblo de Israel entendió que las desgracias que le sucedían, como el destierro de Babilonia, eran un castigo divino por causa de sus pecados. Este modo de ver cuajó en lo que se llama la teología deuteronomística, una mentalidad bastante extendida en los libros del Antiguo Testamento. Sin embargo, esta visión no continúa en el Nuevo Testamento y no es cristiana. Jesús de Nazaret no la hizo suya. De ser cierta, tendríamos que pensar que Jesús fue crucificado por causa de sus pecados. La cruz de Jesús habría sido efecto de un castigo divino. Igualmente, que las persecuciones de los primeros siglos eran expresión de la cólera divina volcada sobre la incipiente comunidad cristiana por sus pecados. Esta no es la lectura cristiana ni de la Pasión de Jesús ni del martirio ni del sufrimiento. La pandemia es producto de la negligencia humana. En Wuhan, o un individuo o un grupo de personas han tenido un comportamiento egoísta y con consecuencias desgraciadas para la humanidad. La pandemia la hemos puesto en circulación los hombres, no Dios, con nuestra irresponsabilidad y negligencia.
2-. La fe cristiana no proporciona la solución de la pandemia. En algunos ambientes musulmanes y de cristianos evangélicos los predicadores han animado a sus fieles a seguir asistiendo a las asambleas de culto y oración, esgrimiendo como argumento que a los verdaderos creyentes el virus no les infecta. Craso error, con consecuencias nefastas y mortales. El manejo de la pandemia se ha de regir por estrictos criterios de salud pública. La fe religiosa no nos inmuniza frente al virus. La solución médica vendrá de la medicina. Esperamos que la sabiduría de unos pocos investigadores logre un tratamiento eficaz y una vacuna segura y económicamente asequible para el bien de todos.
3-. Tiene sentido pedir por la salud de los enfermos y confiar su vida a Dios. El modo ordinario de intervenir Dios en el mundo es a través de lo creado, en particular de nosotros. Por eso, la oración va dirigida a la fortaleza del enfermo, a la sabiduría y pericia del personal sanitario, en primer lugar. No se descarta que Dios también actúe curando, porque, como Señor de todo, lo puede hacer. Desde la fe creemos que Dios puede actuar en el mundo y en la historia, de modos desconocidos para nosotros. Si no pudiera hacerlo de ninguna manera, no sería Dios. Por eso podemos rezar por la curación y la salud de los enfermos. Esta oración también nos prepara para aceptar el desenlace que sea. No es una compra de la salud, sino un modo de relacionarnos con Dios desde nuestra indigencia y desde la confianza. Jesús practicó la oración de petición, como se ve en el padrenuestro. La liturgia oficial de la Iglesia está llena de oraciones de petición.
4-. Aunque la fe cristiana no proporciona la solución médica, sí que ayuda a afrontar la pandemia, porque genera, sostiene y alimenta virtudes necesarias para superarla. Todos estamos admirados por el sacrificio, la generosidad y la entrega del personal sanitario y de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, de los transportistas, de todo el personal de los supermercados, de las farmacias y de tantos otros… La fe cristiana no es la única fuente de estas virtudes, verdaderamente esenciales, como se ha demostrado. Pero sí que es una de ellas. El comportamiento absolutamente ejemplar del conjunto de la ciudadanía española tiene mucho que ver con la interiorización de estas virtudes, tan connaturales con la fe cristiana y propias de un auténtico humanismo.
En el debate entre Habermas y el cardenal Ratzinger (2004), el filósofo reconoció que la sociedad democrática necesitaba las aportaciones de la fe religiosa como fuente para generar las virtudes que una democracia constitucional precisa y que ella misma no es capaz de producir desde sus mecanismos. Hacía referencia a las «fuentes prepolíticas» imprescindibles para el sostenimiento del Estado político constitucional y democrático. La fe cristiana, como fuente prepolítica, aporta precisamente esas virtudes indispensables para afrontar la pandemia desde la solidaridad, la responsabilidad, el sacrificio y el altruismo.
5-. La pandemia nos enfrenta a situaciones terribles. El efecto más temible es la muerte, compañera constante estos días. La fe ayuda a enfrentarse a ese trance único desde la apertura a la esperanza. La presencia durante el pico más alto de la pandemia de sacerdotes y diáconos en los hospitales y los cementerios ha puesto una nota de respeto, calor humano y esperanza en medio de una soledad tristísima, un desamparo total y una impotencia abrumadora ante la desventura de la muerte. Para la fe cristiana la muerte no es la última palabra. Habrá un reencuentro gozoso.
Con mucha frecuencia, ante la muerte de seres queridos afloran reproches y culpabilidades que nos atormentan. Lo que uno no se puede perdonar y le perfora constantemente el alma, el amor infinito de Dios, visibilizado en la cruz de Jesucristo, lo acoge, lo asume y lo condona. Las palabras esenciales del padrenuestro nos invitan a iniciar este camino: Padre, venga tu reino, danos pan, perdónanos como perdonamos, líbranos, no nos dejes caer en el mal.
Gabino Uríbarri, SJ
Universidad Pontificia Comillas.
Miembro de la Comisión Teológica Internacional y la Real Academia de Doctores de España