Pandemia y discriminación
Las primeras medidas de alivio del confinamiento ya han establecido la primera discriminación con los mayores de 70 años: limitar su paseo. Es una discriminación liviana, pero no deja de ser un trato diferenciado.
En las semanas más duras de la pandemia se ha ido imponiendo la visión de que había un grupo de riesgo. Parece que habría datos suficientes para abonar esta tesis. El 87 % de los fallecidos por el coronavirus son mayores de 70 años. Pero estos datos deben ser completados con otros. ¿Se ha dicho cuáles son las edades de quienes mueren en España por cualquier causa? El INE da la respuesta. En 2018 –último con datos oficiales– el 82 % de los fallecimientos eran de mayores de 70 años. Nuestros mayores eran grupo de riesgo antes de la pandemia, durante, y lo serán después.
¿Se ha dicho qué representa ese 87 % de los fallecidos por coronavirus en relación con la población total de mayores de 70 años? No llegan al 0,5 %. Y hay otro hecho que debemos tener en cuenta: cuántos miles de ancianos han muerto por no ser atendidos en los hospitales. Si el sistema sanitario no hubiera colapsado, la cifra de los muertos mayores habría sido inferior.
La pregunta que deberíamos hacernos es por qué se ha instalado la idea de que los siete millones de personas que han superado los 70 años forman todos un grupo de riesgo. Julián Carrón ha dicho que «el principal enemigo es el miedo». Embota la inteligencia, da pábulo a lo que circula sin fundamento y degrada a la libertad en la jerarquía de valores. Señalar, con brocha gorda, a un sector de la población por razones de edad, tendría consecuencias indeseables para una sociedad que pretenda ser humana. Ese grupo de riesgo quedaría marcado, las relaciones intergeneracionales dañadas. Incluso el reconocimiento de la sabiduría del anciano, que forma parte del patrimonio de nuestra civilización, quedaría en entredicho. Como ha dicho Angela Merkel, «aislar a los ancianos para recuperar la normalidad es éticamente inaceptable, ya que forman parte esencial de nuestra sociedad». Los criterios epidemiológicos hay que tenerlos en cuenta, pero no se puede prescindir de los criterios morales. No sería decente una sociedad cuya salud impusiera tan alto precio.