Pagó con su vida el tributo de la libertad
En plena era de la inteligencia artificial, el trabajo sobre el terreno es imprescindible y sostiene la necesidad y la confianza en el periodismo. Su búsqueda de la verdad ayuda a entender el mundo, aunque no puede quedar impune que mueran en el intento
El periodista francés Arman Soldin, de 32 años, sonríe en esta foto mientras se introduce en una trinchera con su mejor arma, una cámara que trasladará al resto del mundo las imágenes de la guerra que se libra en Europa.
Soldin era un reportero con vocación de servicio y una vida corta e intensa. Cuando tenía 12 meses fue evacuado de Bosnia. Con 31 años llegó a Ucrania. Era el segundo día de la invasión. Durante un año entero sus imágenes, a través de la agencia francesa AFP, han dado la vuelta al mundo. En su última jornada siguió a un antiguo soldador que repartía comida a ancianos y pasó la noche con soldados heridos. A las 16:30 horas del pasado 9 de mayo Arman grababa los fuertes enfrentamientos en Bakhmut cuando le sorprendió el estallido de un cohete que impactó sobre su cuerpo ante el estupor de los colegas que le acompañaban.
Al igual que Arman Soldin, otros diez periodistas más han muerto durante la cobertura de la invasión de Ucrania y las peticiones para que Rusia libere a los reporteros que mantiene encarcelados caen en saco roto.
Al conocer la noticia, la madre del periodista francés, Oksana, ha rememorado su salida de Sarajevo con el pequeño Arman en brazos en un avión militar. Los padres regresaron a Bosnia; él se convirtió en un reconocido periodista. Afirman que sus hijos se criaron en el desarraigo del refugiado.
Soldin declaró en una entrevista que quería denunciar la vulnerabilidad de los invisibles en el conflicto que ha propiciado Rusia. Sus imágenes llenas de horror y humanidad lo confirman. Como afirmaba Manu Leguineche, los protagonistas anónimos son los verdaderos héroes.
El trabajo de Arman, como el de otros reporteros heridos, encarcelados o perseguidos evita el apagón informativo, pero no solo en zonas de conflicto. La presión que soportan muchos periodistas es enorme en países como la propia Rusia, Venezuela, Nicaragua, Afganistán, Irán o México. La censura y la autocensura siempre están al acecho, dos de los mayores enemigos del periodismo y, por lo tanto, de la libertad.
No es el caso de Shireen Abu Akleh, reportera de Al Jazeera. Su voz cesó cuando recibió un disparo en la cabeza, hace ahora un año, mientras informaba de la incursión en el campo de refugiados de Yenín, en la Cisjordania ocupada. Shireen era una veterana considerada un icono del periodismo palestino, tras 25 años años cubriendo el conflicto de Oriente Medio. El sacerdote árabe cristiano la ha descrito en la Misa de aniversario como «una voz de paz». Otros 20 periodistas han muerto por fuego israelí en los últimos 22 años. Reporteros como Shireen o Arman destapan la verdad y despiertan nuestras conciencias de su zona de confort. La ciudadanía recibe la realidad de la guerra, de dictaduras y de lugares olvidados. La información permite crear criterio, controlar el poder y denunciar injusticias. El periodista es un bien esencial, a la altura de la sanidad o la educación, porque construye democracia y libertad.
En España tenemos grandes ejemplos de periodistas que, desgraciadamente, han perdido la vida defendiendo nuestro derecho a estar informados, y otros viven las secuelas de largos secuestros. Incluso en nuestro país, donde la libertad está garantizada, también es preciso defenderla a diario.
El señalamiento a periodistas es intolerable. Que los periodistas precisamos autocrítica y dosis de ética no es nuevo, como los políticos. Una prensa libre puede ser buena o mala, como escribió Albert Camus, pero sin libertad, la prensa solo puede ser mala. Y conviene huir de las intromisiones de cualquier tipo: políticas, económicas o sociales.
Dos españoles nos han transmitido la desesperación de la ciudadanía ucraniana en su intento de huir de una ciudad bombardeada. Emilio Morenatti y Bernat Armangué han obtenido, junto a otros fotoperiodistas de la agencia norteamericana Associated Press (AP), el premio Pulitzer. Emilio recibe por segunda vez tan elevado galardón.
En plena era de inteligencia artificial, el trabajo sobre el terreno contando la realidad del más débil es imprescindible y sostiene la necesidad y la confianza en el periodismo. Su búsqueda de la verdad ayuda a entender el mundo, aunque no puede quedar impune que mueran en el intento.