Padre Francisco Tomás: «He sido madre Teresa una hora»
El sacerdote yeclano acaba de recibir la Cruz pro Ecclesia et Pontifice por su servicio a la Iglesia. A sus 91 años, su extensa vida sacerdotal le ha llevado a conocer a la madre Teresa e incluso a sustituirla en alguna ocasión
El sacerdote de la diócesis de Cartagena Francisco Tomás Mompó acaba de recibir la Cruz pro Ecclesia et Pontifice, una distinción otorgada por el Papa Francisco como reconocimiento de su «abnegado ministerio sacerdotal al servicio de la Iglesia». El galardón le llega a los 91 años, después de 59 años de intensa vida presbiteral que, sin embargo, comenzaron con un rechazo a la llamada divina.
«Es que eso de la llamada del Señor, en silencio, y que nadie te diga nada concreto, pues es muy duro. Yo estaba en la edad de juventud, con el tema de las chicas, y puse tierra de por medio. Me puse como meta hacer la mili y estuve dos años en aviación. Sin embargo, siempre me surgía la pregunta de si el Señor me quería para otra cosa», confiesa en conversación con Alfa y Omega.
El Señor se terminó saliendo con la suya y Francisco Tomás acabó entrando en el seminario de vocaciones tardías de Salamanca a los 25 años. Posteriormente, estudió Teología en la Universidad Pontificia. Fue ordenado sacerdote por monseñor Ramón Sanahuja, entonces obispo de Cartagena, el 18 de marzo de 1961. «Fue la primera ordenación que se celebró en Yecla», de donde el sacerdote es originario.
En petrolero a Tierra Santa
Una vez ordenado, y antes de recibir su primer destino, el sacerdote pudo conocer Tierra Santa junto a un compañero. El viaje lo realizaron, ni más ni menos, que en un petrolero. «El otro seminarista tenía un tío con un cargo importante en el ministerio de Marina y, para ahorrarnos el dinero del viaje, logramos encontrar un petrolero que nos llevó hasta el Líbano. Tardamos cinco días y después continuamos por carretera. Fue emocionante poder celebrar Misa en el santo sepulcro y en Belén recién ordenado sacerdote», rememora Francisco Tomás.
15 km. en bici
A su vuelta, el sacerdote pasó siente meses como coadjutor en Torre Pacheco antes de irse de misionero a Venezuela. «Durante ese tiempo, atendía 2 o 3 pedanías de campo a las que tenía que ir en bicicleta para celebrar Misa. Eran 15 km. pero no me iba a comprar una motocicleta sabiendo que en breve me iría américa». Aquella experiencia, asegura el padre Tomás, «me hizo tomarle cariño a los campos y a la gente rural».
Cerca de 30 pueblos venezolanos
A la postre, este cariño fue clave en su siguiente destino, la zona de Cocorote, en Venezuela, donde «tenía 28/29 pueblos a mi cargo. Los domingo era imposible celebrar la Misa en todos ellos y me iba turnando». Francisco Tomás describe aquellos tres años como «muy intensos», «muy bonitos. Me vi realizado como sacerdote», pero «era una tarea inabarcable». Entonces, llegaron refuerzos.
Las misioneras, al rescate
El obispo de la diócesis en la que se encontraba Francisco Tomás era consciente del volumen de trabajo del sacerdote español. Era el cura con más parroquias a su cargo y quería que alguien le ayudara. La oportunidad surgió durante la pausa para la comida de una de las sesiones del Concilio Vaticano II. «Mi obispo coincidió en la mesa con el nuncio de la India y le pidió algunos sacerdotes para que me ayudaran». El representante del Papa no podía mandar en ese momento curas, pero le habló de unas monjitas a las que el Pontífice les iba a dar la aprobación próximamente y que estaban gestionando su expansión por el mundo.
«Cuando volvió de Roma, mi obispo me dijo que vendrían unas monjas a conocer mi zona y que las atendiera. El día indicado fui a recogerlas y era la madre Teresa», que por aquel entonces no era conocida. De hecho, «lo primero que pensé fue “a dónde va esta monja vestida así. Aquí en Venezuela tendrá que cambiar de hábito”».
El padre Tomás y las misioneras de la Caridad estuvieron dos días enteros recorriendo la zona. «Llegábamos a un pueblo y tocaban la campana». Era la señal de que había llegado el padre. «Entonces, aparecían los niños descalzos y desnudos. La madre Teresa vio todo aquello y le impresionó. Llegó un momento en que me dijo: “Padre Tomás, este es el carisma nuestro, esta gente tan pobre. Sí vamos a venir y desde aquí las hermanas se extenderán por todo el mundo”».
Amistad con madre Teresa
De esta forma, las misioneras de la Caridad desembarcaron en Cocorote en 1965 en la que fue la primera fundación de la congregación religiosa fuera de su país de origen. A partir de entonces, se forjó entre ambos una estrecha amistad, alimentada por el intercambio de diversas cartas.
La relación llegó hasta un punto que el padre Tomás incluso sustituyó a la madre Teresa en algún acto reservado para la superiora general. «Las misioneras de la Caridad tienen que hacer sus votos ante la superiora general. Pero hubo una ocasión en la que la madre Teresa no pudo venir a Venezuela para acoger los votos de la hermana Dolores». Entonces, escribió una carta diciendo que delegaba en el padre Tomás para que pudiera acoger los votos de la hermana en su nombre. «Que sepamos es la única vez que ha delegado en un sacerdote. Por eso, yo siempre le decía de broma a las hermanas: “a mí me debéis respeto y obediencia porque yo he sido madre Teresa una hora”».
Desembarco en Murcia
También en plan de broma, el sacerdote yeclano solía decirles a las responsables de la orden: «Tanto abrir casas por todo el mundo y en Murcia nada». Pero se ve que la hermana Nirmala, que fue quien sustituyó a la madre Teresa tras su muerte, se tomó enserio la sugerencia y «un día me dijo: “Hemos acordado fundar tres nuevas casas. Una en África, otra en Roma y la tercera en Murcia, así que organice usted todo y nos vamos para allá”».
El padre Tomás lo decía en broma «porque en Murcia no hay tanto pobre que justifique su presencia», pero ahora que las misioneras habían decidido ir hasta allí, le pareció oportuno sugerirles abrir una casa para atender a mujeres embarazadas en riesgo de aborto. Poco después, las religiosas abrieron la casa Hogar Fuente de Amor.
Economía y Juan Pablo II
De vuelta en Murcia, el sacerdote fue destinado a Lorca, donde pasó 4 años. Después, «me llamó el obispo para pedirme que me metiera en la administración diocesana. Mi encargo era centralizar toda la diócesis en una sola administración. Lo hice y salió bien, así que posteriormente me pidieron que replicara lo hecho pero en la Conferencia Episcopal Española».
A pesar de que le había cogido el gusto al campo, su paso por la CEE le permitió conocer a otro santo, Juan Pablo II, durante su viaje apostólico a España de 1982. «Yo estaba de responsable de la nueva sede de la calle Añastro, que la iba a bendecir al Papa, y luego pude formar parte de la comitiva papal por los diferentes puntos que visitó». Sin embargo, «no tuve trato directo con él».
Ahora Francisco Tomás ya está jubilado. Aun así, es director y administrador de la Fundación Enrique Antón Consuelo Jiménez, de la que depende la Casa de Apostolado Jesucristo Redentor de Santiago de la Ribera (San Javier). Habitualmente, la casa es un lugar de adoración al Santísimo, pero ahora la diócesis la ha puesto a disposición de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia para acoger a personas que estén en cuarentena con el coronavirus.