Es sencillo identificar a Pablo VI con la imagen de Cristo amigo de la humanidad. Este gigante de la Iglesia nos ha dejado un legado todavía por desentrañar que nos ayuda en nuestro compromiso de peregrinos hacia el Reino. Un hombre fuerte de Dios y del mundo que supo amar con un solo amor a Cristo y a la humanidad. Este es Pablo VI, amigo de Cristo, amigo de la humanidad.
Descubrimos en Evangelii nuntiandi esta extraordinaria amistad que une en un solo abrazo a Dios con cada hombre. El Papa Francisco nos ha invitado a releer aquella exhortación apostólica de 1975 y a mirar con los ojos del Papa Montini la dulzura y la alegría de la evangelización unida a la promoción humana. La una es la otra. Un desarrollo humano eminentemente misionero. Una evangelización que también pasa hoy por la amistad con la humanidad que manifiesta Pablo VI, auténticamente compasivo y con sincera preocupación por los hombres y mujeres de su tiempo.
Un rasgo de esa amistad –quizá el principal– es el que se desprende del modo en que Pablo VI entiende la tarea universal de la Iglesia: para él el compromiso evangelizador representa un servicio –el más importante– para la comunidad cristiana y para toda la humanidad. En este sentido, Montini se afana en renovar la Iglesia con el fin de hacerla apta para anunciar el Evangelio a todas las gentes (cf EN 1.2). Apasionado por la humanidad y por la Iglesia, preocupado por buscar lo mejor para ambas y fiel a Jesucristo, contenido esencial, vivo y vivificante de la evangelización, enviado por el Padre para que el mundo se salve por Él (cf Jn 3,17), Pablo VI cree que el anuncio de la Buena Nueva renovará per se la humanidad. Esto es así porque, en último término, Cristo es amigo y compañero de camino de cada hombre al que hace nuevo por el bautismo y por la vida según el Evangelio (cf EN 18).
El Papa Montini vislumbra la renovación de los modelos de vida de la humanidad por la fuerza del Evangelio. Lejos de toda imposición, expresa la inquietud de que todo ser humano tiene derecho a conocer que en Jesucristo se le ofrece la salvación como don de gracia y misericordia que supera los límites humanamente imaginables y proporciona camino de eternidad (cf EN 27) bajo el signo de la esperanza (cf EN 28).
Otro rasgo de dicha amistad es la convicción y la esperanza de que el conocimiento del amor del Padre que se ofrece al ser humano afecta a toda la vida. Influye en la dignidad de la persona, con sus derechos y deberes, en la familia, sin la que Pablo VI no ve posible el progreso personal. Cambia las relaciones sociales y las dimensiones de la paz, la justicia y el desarrollo. Constituye lo que el Papa Montini no duda en llamar «mensaje sobre la liberación» (cf EN 29).
Ese mensaje de liberación en Cristo, ofrecido por el corazón amigo de Pablo VI, es respuesta a los gritos de la humanidad sufriente que escucha el Pontífice en la III Asamblea General del Sínodo de los Obispos de 1974. Gritos de pueblos, especialmente del Tercer Mundo, que luchan por no quedar al margen de la vida. Situaciones en las que la Iglesia debe anunciar la liberación de multitud de personas sin que esto sea extraño a la evangelización (cf EN 30). Para Pablo VI el amor a Cristo y a la humanidad tiene como desafío un mensaje de liberación que incluye luchar contra el hambre, las enfermedades crónicas, el analfabetismo, la depauperación, la injusticia, el neocolonialismo económico y cultural y una lista que aumenta vertiginosamente en nuestros días.
La humanidad herida que escucha el Papa Montini le invita a responder como compañero y amigo del hombre con el Evangelio de Jesús en el corazón. El suyo es un anuncio gozoso y esperanzado, no exento todavía de dolor, que lleva a plenitud a la persona humana hasta ver a Cristo formado en la humanidad (cf Gal 4, 19). Pablo VI sufre y goza con esperanza en Cristo esta noble amistad: la más hermosa a que puede aspirar el hombre, la más deseada también por Dios.