Pablo Seco: «Dejaron a los inmigrantes hacinados y en un limbo legal. Fue escandaloso»
El capellán del aeropuerto de Barajas ha sido premiado por Regnum Christi con el Galardón Alter Christus por su «atención a los desfavorecidos»
¿Qué supone para usted este premio?
Me parece muy importante que concedan un premio al trabajo con inmigrantes, a la acogida al extranjero, porque de algún modo es poner de relieve esas actitudes que Jesús tenía con los samaritanos o los romanos; en realidad con cualquiera que viniera de fuera. Jesús es la persona que rompe todas las fronteras y barreras, el que crea fraternidad. Y que te den un premio así creo que es destacar toda esa labor.
¿Cómo está la situación ahora mismo en el aeropuerto?
Ahora la cosa está más tranquila. Es decir, las salas de deportados están siempre llenas, porque al aeropuerto llegan millones de personas y unos miles de entre todas ellas tienen algún tipo de irregularidad. Estas personas son directamente conducidas a la sala de deportados y los meten, de vuelta, en el primer avión que sale hacia su país. O los llevan a otro CIE fuera de las instalaciones. Al final, las autoridades conciben el aeropuerto como la cara bonita del país y no han pensado su estructura para la acogida o detención de migrantes. En cualquier caso, la situación actual es diferente de lo que ocurrió en febrero, que fue un momento puntual de saturación. Dejaron a la gente en un limbo legal, hacinadas. Fue escandaloso.
¿Cómo califica la respuesta que dio España entonces?
A todas aquellas personas las encerraron en una sala durante uno o dos meses. Era casi peor que la cárcel. En prisión, por lo menos, puedes recibir visitas, sales al patio, tienes derecho a asistencia religiosa. En la sala de deportados no se puede hacer nada de eso. Estaban abandonados a su suerte. El trato fue inhumano, tan terrible que hasta la Cruz Roja se desentendió. No puedes dejar a una persona en una situación en la que no tenga ingresos para vivir, pero tampoco le permitas trabajar. Estás condenándola a robar para comer.
Precisamente usted tiene experiencia en la pastoral penitenciaria nada más y nada menos que de Japón. ¿Cómo acabó allí y qué labor hacía?
Tenía inquietud misionera, hablé con un instituto para irme a África, pero me dijeron que allí ya había mucha gente y que, sin embargo, nadie quería ir a Japón. Me propuse como voluntario. Las cárceles, sin embargo, son muy distintas a las que conocemos aquí. Allí son puramente punitivas. El que la hace, la paga. Mi labor era prestar asistencia religiosa, sobre todo a los extranjeros. Allí no conocen nada, ni siquiera el idioma, y están lejos de sus familias. Al final lo que hacía era charlar con ellos, intentar animarlos o procuraba hacer de puente, de alguna forma, con sus familias, aunque esto en teoría es ilegal.
Y allí colaboró en la pastoral del mar.
Sí. Los pobres marineros tenían una situación nada fácil. Principalmente eran filipinos. Les hacían contratos de nueve meses en los que, prácticamente, no salían del barco. Las pocas veces que atracaban les ofrecíamos nuestra ayuda. Los llevábamos a la parroquia, les brindábamos internet para que pudieran contactar con sus familias o una cerveza a precio de coste, porque es un mercado mucho más caro que el suyo. Y también los invitábamos a ir a Misa. Había católicos que no habían podido participar en una Eucaristía desde hacía cinco o seis meses.
Usted es el capellán del aeropuerto. Entiendo que es una capellanía un tanto especial.
Allí soy, básicamente, el chico de la limpieza. Habitualmente pasa mucha gente y yo intento que el lugar esté limpio. Lo que ocurre es que el servicio de limpieza del aeropuerto, como es una capilla, pues no suele entrar mucho. Yo limpio, recojo, coloco y tengo todo dispuesto por si algún sacerdote o grupo pasa por allí y quiere celebrar la Eucaristía. También confieso o converso, en función de lo que me pida cualquiera que pase. Una labor también muy bonita es con los transeúntes. Cuando hace frío, muchos se refugian en el aeropuerto y en ocasiones vienen a la capilla en busca de un rato de charla. Aunque siempre tienen a los miembros del servicio de seguridad presionándolos para que se marchen.
Junto con Seco, también ha sido galardonado otro sacerdote de Madrid. Se trata de Gabriel Antonio Gómez, quien ha ganado el premio de Pastoral Familiar. En su caso, según el Regnum Christi, por su «servicio a las comunidades rurales». Una labor que desarrolla especialmente en El Berrueco, El Atazar y Sieteiglesias, pueblos de la sierra norte de Madrid de los que es párroco.