Óscar y Mami Rosa, la visita de Alguien especial - Alfa y Omega

Óscar y Mami Rosa, la visita de Alguien especial

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Foto: Óscar y Mami Rosa

«Dios tiene una manera especial de hacer visitas», dice la actriz Mona Martínez durante la representación de Óscar y Mami Rosa, en escena de jueves a domingos en la sala Arapiles, de Madrid.

Una de estas visitas es la que recibe el espectador al acercarse al sufrimiento y la inocencia de Óscar un niño enfermo terminal que escribe a Dios los últimos renglones de su vida.

Pero no, Óscar no está enfermo —¿lo estamos nosotros?—. A Óscar no lo duele lo suyo, le duele lo nuestro, el mundo de los adultos, el mundo del corazón cerrado, de la rutina de vivir, del miedo a sufrir… En el mundo de Óscar solo puede entrar Mami Rosa, una voluntaria que le visita cada día en el hospital y que le acompaña en su camino hacia Dios, que es el mismo camino hacia el Cielo. Solo ella le puede retirar las lágrimas, solo ella le hace caminar a través de sus preguntas, de su apertura al amor de niño, a través de la incomprensión de sus padres, del miedo a la enfermedad y a la muerte. Y al final, como buena maestra, le muestra sus propios límites y le introduce en la realidad de una vida más plena, más allá de todo, más allá de todos los artefactos que pueblan el hospital. Mami Rosa se convierte así en la madre que acaricia la cabeza de su hijo mientras le invita a dormir…

Dice el autor de la obra, Éric-Emmanuel Schmitt, autor también de El señor Ibrahim y las flores del Corán y del monólogo Milarepa, lo que él llama Trilogía de lo Invisible, que Óscar y Mami Rosa nació porque «yo, como Óscar, conocí la enfermedad mortal. A diferencia de Óscar, pudieron sanarme. Sin embargo, cuando me curé, descubrí que curarse no era tan importante. Hasta llegué a pensar que había algo indecente en la curación: el olvido de los que no se curan». También recuerda una experiencia en la que estuvo a punto de perder la vida en el desierto: «Como filósofo, creía que el mundo era absurdo, pero salí de aquel desierto con la certeza de que tenía un sentido, aunque fuera misterioso y oculto».

Algo de todo esto tiene la obra que se representa estos días en Madrid, y por eso a lo largo de la hora y media de la representación aparecen los tres grandes temas de toda existencia: vida, muerte, Dios. Y no precisamente por este orden, porque el espectador sale del teatro con la sensación de que Óscar se ha quedado dentro, pero de algún modo respira ahora con él y le regala una nueva alegría de vivir.