Óscar Alzaga: «No se legitima la guerra desde el amor cristiano»
La Transición no es sagrada ni la Constitución es dogma de fe, pero tienen mucho de valioso y vigente. Lo demuestra la trayectoria de uno de los protagonistas de aquella época, Óscar Alzaga, democristiano de siempre y europeísta convencido
Pilar de la democracia cristiana española desde su época de activismo estudiantil y parlamentario muy activo dentro de la UCD, Óscar Alzaga Villaamil, retirado de la política desde 1987, prefiere hablar de los recuerdos que plasma en La conquista de la Transición (Marcial Pons) que de la política de hoy. Pero hay preguntas inevitables.
Evoca la Ley de Amnistía en su libro. Ahora, el PSOE y sus aliados pretenden desnaturalizarla.
Sí. Y soy muy prudente sobre el presente porque no tengo hoy un compromiso temporal. La Ley de Amnistía es una de las cosas que pide el sector que viene del régimen anterior pensando, como es natural, en conseguir una amnistía. Y para que la amnistía sea presentable se plantea que tenga unos bordes, unos linderos y un contenido más tarde. Forma parte de un pragmatismo que impregna la Transición.
Y como jurista sabe que amnistiar los delitos tiene una lógica…
… y que condenar los delitos que se han cometido también tiene una lógica. Y que las amnistías suelen ser, en las historias de los Estados de Derecho, muy excepcionales y puntuales. La nuestra es de un contenido mucho más genérico y, consiguientemente, quizá no sea modélica. Pero ahí está. Pertenece a un momento histórico que es la Transición. Y yo no soy quién para juzgar más en profundidad esa realidad que es parte de nuestra historia.
Pero parece que hay voluntad de deshacer la obra a la que usted contribuyó.
Ahí pasamos ya al presente y no quiero entrar en temas de presente.
¿Y de futuro? ¿Se garantizará la convivencia de los próximos 40 años?
Soy muy europeísta y creo que la construcción de Europa está avanzando: eso significa que los criterios generales de convivencia nos van a venir configurados de común acuerdo por los pueblos europeos. También las grandes naciones como Alemania. Cada vez un poquito menos soberanas en tanto en cuanto tienen que avanzar de la mano. Eso tiene la ventaja de que la convivencia entre los pueblos que configuran Europa conlleva también un espíritu que se extiende a la convivencia de los diversos pueblos, nacionalidades, regiones que están dentro de los Estados miembros.
Se define como catedrático de Derecho Constitucional y abogado. Pero no se podría escribir la historia de la oposición antifranquista de los 60 y 70, y de la Transición sin evocar la figura de Óscar Alzaga, que presidió en los 80 el Partido Demócrata Popular, la única formación democristiana a nivel nacional que ha habido en la España contemporánea. Y que rechazó cinco veces ser ministro.
Según se desprende del libro, su compromiso europeísta nace de su faceta democristiana.
La democracia cristiana, junto a liberales y socialistas, impulsa el primer europeísmo. Para la democracia cristiana, todos somos hermanos. Entonces, la superación de los nacionalismos –que se corresponden con otro momento histórico y que ahora nos toca, entrañablemente, ir superando– sí que estaba en el caldo de cultivo de la democracia cristiana.
Volviendo a usted: nació en una familia liberal, republicana y, además, rota. ¿Cómo surge su fe?
En mi familia había de todo: mi abuelo materno, que era un señor muy interesante, era asturiano de tradición liberal, juez de carrera y hombre serio. Estaba casado con una bilbaína, católica de Misa diaria. Mi madre era una católica muy abierta, muy marcada en el seguimiento del Concilio Vaticano II. Y estudié en el madrileño Instituto Ramiro de Maeztu en el que había un consiliario jesuita, el padre Granda.
Del Maeztu pasó a las Congregaciones Marianas. ¿Qué ambiente se respiraba?
Excelente. En primer lugar, ahora que ya ando bordeando los 80, un joven tiene un clima de vida, un ánimo y una actitud que con la vejez, desgraciadamente, se va apagando. Uno recuerda ese periodo, como es natural, como una de las mejores etapas de su vida.
Destaca en el libro la influencia que tuvo para usted la Pacem in terris. ¿Qué significó esa encíclica en el marco español?
Traslada los valores del amor cristiano a la convivencia en la sociedad del siglo XX. Esa transmisión de valores y principios éticos a la realidad social está admirablemente desarrollada en la encíclica. Basta con recordar que el número de libros y de comentarios que se dedicaron en España a la Pacem in terris es impresionante. Probablemente difícil de entender, porque cuando sale un documento pontificio no pasan a publicarse cinco, seis o siete libros.
Un gran impacto.
Es imposible que yo ahora lo resuma, pero está suficientemente acreditado y abre unas fisuras porque el nacional catolicismo sirve para intentar legitimar moralmente la Guerra Civil. La Pacem in terris es una de las encíclicas que contribuye a crear un clima de amor recíproco de superación de ese odio. Porque la relación amigo-enemigo es la que se establece en las guerras y difícilmente se puede legitimar desde el amor cristiano.
Costó incluso trasladar la encíclica hacia ciertos obispos españoles. Narra usted un episodio que protagonizó, en compañía de sus amigos democristianos, con don Casimiro Morcillo, arzobispo de Madrid, a cuenta de la parroquia universitaria.
Nosotros no éramos muy conscientes hasta que aquello estaba casi a punto de inaugurarse. Mis amigos de la Juventud Estudiante Católica me piden que defienda la causa ante el arzobispo. Este último, como la totalidad de los obispos que había en España, provenía de una terna que el régimen de Franco presentaba al Vaticano para que eligiera uno, según lo establecido en el Concordato de 1953.
Cuando llega Pablo VI…
… una de sus principales preocupaciones es que Franco renuncie a ese Concordato.
No lo consigue.
Pero monta un sistema de nombramiento de obispos que de alguna forma no pasa por ahí. Mas el obispo era obispo, si bien no dejaba de ser una persona comprometida con el régimen. Como consecuencia de ello, a don Casimiro –que no era ni peor ni mejor que otros– le parecía natural que la parroquia universitaria que se construyera estuviera detrás del arco de triunfo –situado al inicio de la carretera de La Coruña– que contiene una placa cuyo contenido proclama la victoria.
La victoria en la Guerra Civil.
Por ahí se pensaba pasar a la parroquia de la universidad. Como es natural, los jóvenes no queríamos consagrar la guerra entre las familias, entre los pueblos, entre los españoles. Y le dijimos a Morcillo que, desde el amor cristiano, desde el afán de convivencia, era difícil aceptar eso. Preferíamos seguir con nuestras pequeñas capillas universitarias. Se lo dijimos muy razonadamente.
¿Aceptó su s razones?
No. Al final le dijimos que si se inauguraba nos encargaríamos de que ningún joven de la universidad entrase allí. Morcillo sabía el peso que tenían los representantes de las organizaciones que habían pasado por su despacho y no inauguró la parroquia.
Usted sigue con su compromiso y ese compromiso desemboca en un año de confinamiento. ¿La privación de libertad estimuló alguna duda sobre su fe?
Para nada.
Óscar Alzaga
Marcial Pons
2021
589
19 €