Llegamos puntuales a la cita del médico, pero, como siempre pasa, tuvimos que aguardar un rato en la sala de espera, llena de gente. A veces me llevo un libro, otras prefiero orar por las personas que están allí sentadas, presentando ante el Señor los deseos, los miedos, las preocupaciones de cada uno.
Enfrente de nosotras se encontraba un matrimonio, los dos con cara seria, apenas hablaban entre ellos. Después de un rato los llamaron para entrar en la consulta. La mujer, cuando ya su marido había dado unos pasos hacia adelante, se acerca disimuladamente a nosotras y nos dice que está muy asustada porque van a recoger el resultado de unas pruebas y nos pide encarecidamente que recemos para que no sea nada.
Entró a ver al médico como quien va agarrada a una tabla de salvación, después de habernos confiado su incertidumbre. Las monjas rezaríamos por ellos y esa era su esperanza. Todo podría salir bien, ¿o no? Al cabo de un rato la puerta se abre y sale el matrimonio. Sin disimulo ninguno, la mujer cruza la sala y viene hacia nosotras con cara de alegría a darnos las gracias porque todo está bien. El marido, que ve el gesto, comprende y nos sonríe en la distancia.
Mucha gente se acerca a nosotras en momentos como este, cuando el dolor atenaza, cuando la preocupación desborda. Nos dicen que Dios nos escuchará más, porque estamos más cerca de Él. Cuando puedo hago lo posible por desmentir esta creencia. Es bueno rezar unos por otros, pero el contacto con Dios es para todos; Él tiene un hilo directo con cada uno; nos manda, a su manera, sus mensajes de WhatsApp: pequeños mensajes que aparecen en la pantalla de nuestra vida. ¿Quién puede medir la distancia de un padre o una madre con cada uno de sus hijos? Para Dios somos cada uno su hijo preferido.
Nos dice Teresa de Jesús que todos, sin excepción, tenemos la capacidad para relacionarnos con Dios; que Él solo espera un gesto nuestro, una simple mirada, para hacernos conscientes de todo el amor que nos tiene y no vayamos por este mundo con la sensación de orfandad. Él sabe de lo más íntimo de nuestro corazón y espera con infinita paciencia a que le digamos algo, que le miremos.