Nicolás Castellanos, presidente de la Fundación Hombres Nuevos: «Optar por Jesús es optar por los pobres»
La idea de renunciar al episcopado para marcharse a las misiones la tuvo siempre en la cabeza Nicolás Castellanos (Mansilla del Páramo, León. 1935). Se lo planteó abiertamente al nuncio cuando fue nombrado obispo de Palencia en 1978. Pasado un tiempo prudencial, en 1991 hizo los bártulos y se fue a Santa Cruz de la Sierra (Bolivia). Con los homenajes que le hicieron de despedida se recaudaron unos cinco millones de pesetas, que le sirvieron para poner en marcha las primeras piedras de lo que se llamó Proyecto Hombres Nuevos. La fundación acaba de celebrar sus bodas de plata con el Papa. Durante estos 25 años ha salvado literalmente miles de vidas y sacado a otras tantas familias de la pobreza en el Plan 3.000, una barriada creada poco antes de que él llegara para realojar a población desplazada por una inundación del río Piraí, a la que se fueron sumando inmigrantes de otras partes de Bolivia. Hombres Nuevos gestiona hoy 15 colegios, un hospital, cinco comedores infantiles, varios programas de vivienda… Nicolás Castellanos ha visitado Madrid para participar en un homenaje a monseñor Alberto Iniesta (1923-2016), antiguo auxiliar de Madrid. El llamado obispo de Vallecas fue para él un «amigo entrañable» que, pese a las incomprensiones, puso en el centro de su ministerio a Jesús y a los pobres. Justo lo que pide hoy Francisco a los obispos.
Su primer proyecto en Bolivia fue un centro para niños desnutridos… Y la construcción de una iglesia.
Sí, yo no iba con esa idea, pero hicimos un diagnóstico de las necesidades y todo el mundo coincidió en eso: hace falta un templo. «Hay que estar bien con Diosito», te decían. Y además, por experiencia sabemos que, donde se levanta una iglesia viene después todo lo demás: la escuela, el hospital, las canchas de deporte…
¿Con qué recuerdos se queda de estos 25 años de Hombres Nuevos?
Por ejemplo, al poco de llegar a Santa Cruz, vienen unos padres con un niño con meningitis que se habían traído a morir a casa, porque no tenían ya platita, como dicen ellos, para que siguiera en el hospital. Me pedían simplemente que le echara agua bendita antes de morir, nada más. Pero yo, claro, agarré un taxi y corrí con él de vuelta al hospital. Casos así te encontrabas muchos allí. Eso era entonces una zona muy pobre. Lo sigue siendo, aunque la situación ha mejorado. Lo que no han perdido es su fuerte sentido religioso. Ya la moral católica es otro cantar… Recuerdo a una señora que se me pone un día de rodillas y me dice: «Yo necesito que Dios hoy me perdone», y me contó lo habido y por haber. ¡Cómo no va a perdonar Dios a esa mujer! Tienen ese sentido religioso tan arraigado, y también el sentido solidario. Una familia se deshace y los vecinos inmediatamente se reparten los niños, y los tratan como a unos hijos más. Todo ese impacta. Yo suelo decir: en el norte tenéis todos los medios para vivir, pero os faltan las razones para existir. En el sur carecemos de casi todos los medios, pero sobran las razones para vivir.
Ha hablado usted de una Iglesia aburguesada en Europa. Desde su experiencia personal, ¿qué propondría para revitalizar aquí la fe?
Al hablar con la gente veo que una de las cosas que más les aleja son esas Misas apagadas, pasivas, meramente rituales. Yo creo que sería importante leer más la Palabra de Dios, que nos descubre quién es Jesús. Y entonces te encuentras con todos esos valores y, sobre todo, con el sentido último de la vida. Un creyente tiene que ser un hombre de oración. Y alguien que sepa escuchar, dialogar con el mundo de hoy. Tenemos por ejemplo el colectivo de los jóvenes, con todo el mundo criticándolos, ¿pero quién los escucha? Hay que escucharlos. Y necesitamos creatividad. Cuando me enviaron al seminario menor, antes de ser provincial de los agustinos (todavía no se había celebrado el Concilio), introdujimos las guitarras eléctricas. Aquello fue un escándalo para muchos. Lo que queríamos era simplemente sintonizar con los chicos, poniendo en el centro a Jesús y la devoción a María. De aquella época se ordenaron 45 sacerdotes. Yo creo que nos falta hoy mucha creatividad en la Iglesia.
Ha visitado usted Madrid para asistir a un homenaje a monseñor Alberto Iniesta, que representa un estilo de ministerio episcopal que, en cierto modo, se ve ahora reivindicado por los mensajes del Papa Francisco sobre la figura del pastor.
Exacto. Yo participo en este homenaje porque tuve una amistad entrañable con Alberto y porque he escrito uno de los artículos en el libro Alberto Iniesta, la caricia de Dios en las periferias (Herder). Él fue un ejemplo de ese obispo y pastor que nos está pidiendo el Papa. Porque optar por Jesús es optar por los pobres. Yo creo que la fe es un proceso de enamoramiento de Jesús, no unas doctrinas abstractas. Y cuando uno se enamora de Jesús quiere entonces que también los demás se enamoren de él.