Ojos, manos, rodillas - Alfa y Omega

«La revolución cristiana tuvo lugar en el regazo, junto a las rodillas de las mujeres». Lo escribe el historiador Tom Holland en Dominio (Ático de los libros, 2020) porque el único Dios que recuerda con ternura es el que pudo entrever siendo niño en la vida diaria de su madrina. El modo en que vivía esta mujer desarma su incredulidad. «Tenía la esperanza de la vida eterna», dice Holland. Julián Carrón escribe acerca de lo mismo en Un brillo en los ojos, título que alude a los ojos de quien vive con fe. La vida del creyente, dice Carrón, atraviesa las circunstancias de todo el mundo, pero de un modo amoroso. Es una vida que interroga a los que la miran, quienes presencian esa manera especial de afrontar cada acontecimiento. Me acuerdo de las manos de mi abuela. Cómo doblaban cada mañana las sábanas, igual que dos apóstoles.

La gente asocia a Dios con la lejanía. Esto ocurre porque se desconoce a Dios. Pero si uno lo ha conocido, al pronunciar la palabra Dios se le ocurre una persona histórica. Esa mujer que acuna a su ahijado, en el ejemplo de Holland; la abuela que dobla las sábanas de su nieto con una atención que estremece, en mi caso; alguien cuyos ojos relucen a pesar de encontrarse en un desastre biográfico, según Carrón. Un evangelio extraoficial hecho de ojos con un brillo raro, rodillas, manos y gestos que traslucen la vida eterna.

Dios ocurre debajo del púlpito todos los días, se manifiesta en lo más habitual. Y lo hace discretamente. Dom Dysmas de Lassus, actual prior de la Gran Cartuja, sostiene que el hecho de que Jesús viviera 30 años sin traspasar los límites de una aldea, secretamente, no revela a un Dios callado sino oculto. Educado, que no alardea. Recuerda Holland que el moribundo Imperio romano fue siendo trasformado por una manera nueva de vivir y de morirse. Este modo tierno de acunar al ahijado, doblar las sábanas del nieto, mirar la propia historia con brillo.

También nuestra sociedad transhumanista, no menos enferma que la romana, tiene el antibiótico de santos desconocidos. Mujeres y hombres parecidos a una vela doméstica que caldea la habitación durante el frío y que alumbra a quienes viven cerca, para que no tropiecen. Ojos con un brillo raro o manos que doblan las sábanas de un modo extraterrestre.