Luis Landero tiene nuevo libro. Es, como no podría ser de otra manera, uno de los lanzamientos estrella de esta temporada, porque Landero es, y será siempre, uno de nuestros grandes narradores, y corroboramos, una vez más, que no caben sorpresas. Disentimos en algo, eso sí. Conste en acta que no es la historia que cuenta, ridícula, como reza el título. Lo es su motor: el odio que profesa su protagonista. Es ridículo cómo lo cultiva, a conciencia y sin cargo de conciencia. El sujeto en cuestión responde al nombre de Marcial, y si no fuera por algunos datos significativos de coetaneidad como que ve vídeos en su teléfono móvil o que hace alusiones a Twitter, dudaríamos si se trata de un señor de otro tiempo, pasado (el tiempo y él), unas cuantas décadas, al menos. Se confiesa muy redicho a un tal doctor Gómez, y la cosa no pinta, desde ahí, ya nada bien. Sabremos que ejerce de encargado de una gran empresa de productos cárnicos, que no tiene estudios superiores, pero que está muy orgulloso de su formación autodidacta y de su vida solitaria por decisión propia, hasta que irrumpe en su vida Pepita, una mujer culta y de alta posición social de la que comienza a enamorarse sin saber manejar ni uno solo de los sentimientos que le inspira. El miedo le pone a la defensiva como ninguna otra cosa, y es él quien acaba dándonos miedo al final.
Desde un arranque que podría recordar de lejos a un Salinger malencarado, con un desarrollo que también podría recordar de lejos al Joker de Joaquin Phoenix, Marcial nos deja, en sus propias palabras, la historia de su vida y un ensayo sobre sí mismo, haciéndonos sabedores de primeras de que ha sufrido más ofensas que casi todo el mundo, y que, desde luego, ni las perdona ni las olvida. Se nos insinúa que su desconfianza generalizada hacia la humanidad, que su incapacidad de gestión y disfrute saludable de las relaciones humanas, pudiera proceder de episodios traumáticos de acoso escolar y burlas en el colegio, incluso ejercidos por uno de los profesores. A partir de aquí, jamás distinguiremos ya qué afrentas de las que cuenta haber sufrido por parte de los demás son reales porque su imaginación se halla intoxicada por sus debilidades y, a la postre, por sus malos sentimientos. Enseguida, según leemos, envenena la amistad de competitividad, como le sucede con su compañero de trabajo Ramón Cordero, con quien diariamente interactuaba, o eso cree él, en una red de fatídica rivalidad, y al que acabó acusando de cuchichear a sus espaldas y reírse de él y de sus desdichas y deshonores. No en vano, en el entorno laboral le apodan el tiquismiquis, debido a su fama de hombre antipático, intransigente y con escaso sentido del humor, una forma de ser en la que él, sin embargo, solo es capaz de encontrarse las virtudes del rigor, la seriedad y la exactitud, sin observar lo que los demás ojos sí contemplan: que no existe en su manera de pensar y de comportarse ni pizca de simpatía, empatía ni, mucho menos, compasión.
Marcial lee los acercamientos hacia su persona como interesados, juzga y sentencia al mundo sin piedad, y es capaz de olvidar a un amigo sin mirar atrás. Pasa de ser el personaje de un sainete a la pura tragedia en segundos, y jamás siente remordimientos por nada. Todo lo justifica con extravagantes filosofadas sobre la existencia, alejadas de cualquier soporte sobrenatural, divino ni humano (aparte de algún delirio), y sus digresiones sobre el rencor, la furia y el deseo de venganza que abraza desembocarán en un cuento de ficción, tragicómicamente kafkiano, dentro de la propia novela. El prójimo no es un hermano sino alguien con poder de castigo y humillación, nos dice. Él mismo se niega a cualquier final feliz.
Luis Landero
Tusquets
2022
288
19 €