Observadores de la convivencia frente al acoso
El Colegio Menesiano de Madrid implica a los alumnos en la prevención del acoso escolar y en la resolución de conflictos. Todo forma parte de un plan de convivencia que es fruto de un trabajo de diez años. La Policía Municipal acaba de otorgarles el distintivo de Zona Libre de Acoso
Es viernes. Mediodía. En el Colegio Menesiano de Madrid se vive como cualquier otro día: niños en el patio, jóvenes en las inmediaciones del centro, profesores que vienen y van, algún que otro padre y un antiguo alumno. No hay atisbo por las paredes que recorremos nada más entrar del reconocimiento que la Policía de Madrid les había entregado dos días antes por su buen hacer en materia de acoso escolar. «No tenemos prisa por colgarlo», confiesa la directora, Ana Virosta, que viene a nuestro encuentro. «Zona Libre de Acoso», se puede leer en el distintivo, todavía sobre la mesa de la Dirección. «Lo más bonito no es el diploma, pues, en realidad, no estamos libres de acoso. Nadie lo está. Pero sí subraya que nos hemos tomado en serio este tema y siempre estamos con la luz encendida. Nos puede suceder, pero todo lo que hacemos indica que siempre hemos estado preocupados por ello», apunta Virosta. Lo que hace el Ayuntamiento de Madrid, a través del programa de Agentes Tutores, es poner en valor que el centro, en este caso, es pionero, trabaja la mediación, también entre iguales, colabora con agentes, acoge charlas…
La apuesta del centro comenzó hace diez años, cuando se decidió a poner en marcha un proyecto piloto de mediación dirigido por el profesor Juan Carlos Torrego. La finalidad principal era la de resolver conflictos, pero ante el descenso de estos, se decidió dar un paso más, la premediación, que, a la postre, sería la antesala de la prevención. En realidad no es solo una lucha contra el acoso, sino un plan de convivencia que se extiende por todas la áreas educativas desde los cursos más tempranos hasta Bachillerato. Una de las particularidades de este proyecto de convivencia reside en los propios alumnos, pues son ellos mismos los que eligen a sus compañeros que se convierten en observadores de la convivencia. Ellos se encargarán de analizar cómo es el ambiente en la clase, si ven a algún chico con problemas y, en ocasiones, pueden ofrecerse a mediar en un conflicto. Esta figura, antes reservada para la ESO, ya se ha implementado en 4º, 5º y 6º de Primaria.
¿Cómo se eligen?
«Por ejemplo, en 4º, en la primera tutoría abordamos el tema y planteamos entre todos cuáles son las características que un observador de la convivencia debiera tener. Hacemos una lluvia de ideas y luego ellos eligen. Cada clase tiene dos y en todo el colegio hay unos 70», explica la directora. Una vez que uno es elegido observador ya lo es para siempre; no hay límite máximo para una clase; de hecho, por cambios, puede haber hasta seis, pero sí es cierto que como mínimo siempre deben ser dos. Forman parte del conjunto de delegados del aula, con los académicos y los de pastoral, y tienen reuniones periódicas con los profesores encargados en cada nivel y con las dos coordinadoras, en las que se estudian las distintas situaciones, cómo se han integrado los niños nuevos o se fija la mirada en un niño con tendencia a aislarse o en el que ha repetido.
Cuando hay conflictos se trabaja en dos niveles, en función de la gravedad de la situación. En muchas ocasiones, son los mismos alumnos, con ayuda del observador de la convivencia, los que resuelven sus diferencias. La clave, el diálogo y la empatía. «Uno cuenta lo que ha pasado y cómo se ha sentido. Y cuando esto sucede, el otro tiene más fácil enganchar con la emoción. Se llega a algún tipo de consenso y se hace una revisión», explica María Luisa, responsable de ESO y una de las coordinadoras del Plan de Convivencia.
La mediación no implica que el que haya cometido alguna falta se quede sin su sanción correspondiente. Eso sí, no se publican. «A veces, los padres nos achacan que no hemos tomado medidas. Y sí se han tomado, pero no publicado. Les digo siempre que todos mis alumnos son iguales y si tuviera que imponer esa sanción a su hijo, seguro que me pediría que no la airease. Se toman medidas importantes, pero también hay que tener en cuenta que son niños o jóvenes en proceso de crecimiento educativo», afirma María Luisa. De lo que más orgullosa se siente es del grado de implicación y concienciación de los alumnos. Y añade: «Antes veían con recelo la mediación y ahora ellos mismos la piden. Además, se genera una conciencia de que no puede haber nadie solo, de preocuparse por el otro. Cuando vienen estudiantes de intercambio o nuevos, nos reconocen que se integran fenomenal». Un trabajo que no se queda exclusivamente en el centro, pues sus efectos van más allá, llegan a las familias. De hecho, durante las dos semanas que en el centro trabajan el tema de la convivencia, paralelamente, los padres reciben formación a cargo de los propios chicos, de los observadores de la convivencia.
Casos más graves
Cuando se plantean casos más graves, los responsables del proyecto de convivencia o los profesores encargados en cada nivel toman las riendas y, juntos con los observadores, toman medidas. Por ejemplo, si hay un niño que se aísla –no tiene por qué ser por acoso–, se le acompaña, no se le deja solo. O si los propios observadores detectan algún comportamiento que pueda indicar alguna situación grave, lo comunican inmediatamente a los profesores. Esto, reconocen tanto María Luisa como Ana, ha servido para atajar problemas, entre otros, de trastornos alimenticios.
Los alumnos tienen numerosas vías para ser escuchados. A los observadores de la convivencia y a los profesores de referencia, se une un buzón que funciona a modo de SOS y la figura del acompañante personal, disponible para todos alumnos que así lo deseen durante una hora a la semana. Esta última figura, que nace del Departamento de Acompañamiento Personal, ha servido para atajar problemas que en el futuro podrían se graves como potenciales casos de violencia de género.
«Puedo no saber la integral, pero conocer e interpretar los mensajes del chico que me acompaña y poder compartirlo con una persona de mi confianza es vital. Se trata de ofrecerles un espacio de protección, crecimiento y seguimiento», explica Ana Virosta. Para ella, asegura, el mayor fracaso como educadora no es que un alumno repita curso, sino no haber podido ayudarle ante una dificultad o no haber encontrado en el colegio un lugar de crecimiento para ella o él. «Lo primordial es que sean felices y lo demás será después mucho más fácil», añade.
Para los centros, hablar de acoso puede suponer algún que otro quebradero de cabeza, reconoce, pues parece como si reconocer el problema predispusiera a tener más casos. Y valora que Escuelas Católicas haya lanzado una guía, pues los centros, aparte del «frío» protocolo que indica los pasos que dar, encuentran en este material una valiosa ayuda.
El Papa Francisco recibió la pasada semana en el Vaticano a alumnos que han participado en las últimas actividades organizadas por Scholas Occurrentes, la fundación pontificia a favor de la educación. Allí estuvieron chicos de Israel, Italia, Argentina y cinco españoles, que entre otras actividades organizadas en Madrid y Tarragona, abordaron el tema, entre otros, del acoso escolar.
Un alumno de la ciudad catalana leyó a Francisco un poema a través del cual relató su vivencia en Scholas Ciudadanía. «No solo vinimos solo a trabajar, vinimos a construir recuerdos que perdurarán por años, debemos mantener esto como una experiencia de vida, una guía para nosotros mismos y aquellos que estén perdidos», dijo.
El Papa les ofreció este mensaje: «¡Hermanarse con otras culturas, qué importante es! No hay blancos, ni negros, ni amarillos, hay personas, con sueños, con ganas de vivir, y ganas de crear. Hay que soñar para delante, hacia el futuro, los pueblos que se animan a soñar hacia el futuro, están llenos de hijos, en cambio aquellos que se asustan quedan solos, envejecen y pierden la ilusión».