Documento de los obispos ante la muerte: mejor sepultura que cremación
La Conferencia Episcopal publica la instrucción pastoral Un Dios de vivos sobre la fe en la resurrección, la esperanza cristiana ante la muerte y las exequias
Los obispos españoles acaban de hace pública la instrucción pastoral Un Dios de vivos sobre la fe en la resurrección, la esperanza cristiana ante la muerte y la celebración de exequias, un documento cuya elaboración se encargo hace más de un año y que, en palabras de Luis Argüello, secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal Española, adquiere una especial relevancia por la pandemia y por la tramitación de una ley de eutanasia.
Una de las cuestiones más significativas que aporta el texto tiene que ver con la práctica, cada vez más extendida, de la cremación. De hecho, los encargados de presentarlo públicamente, los presidentes de las comisiones de Doctrina de la Fe y Liturgia, los obispos Enrique Benavent y Leonardo Lemos respectivamente, han reconocido que los obispos venían pidiendo orientaciones en este sentido.
Así, la instrucción recuerda que, aunque «no hay razones doctrinales para prohibir la cremación», se recomienda «insistentemente» la sepultura de los cuerpos de los difuntos. «La inhumación es la forma más adecuada para expresar la fe y la esperanza en la resurrección corporal y, por tanto, para manifestar el sentido cristiano de la muerte a la luz del misterio pascual de Jesucristo. La sepultura favorece, además, el recuerdo y la oración por los difuntos por parte de los familiares y de toda la comunidad cristiana», recoge.
Con todo, explica que en el caso de que se opte por la cremación no deberá hacerse contra la voluntad del difunto y se debe evitar «todo signo, rito o modalidad de conservación de las cenizas que nazca o pueda ser interpretado como expresión de una visión no cristiana de la muerte y de la esperanza en la vida eterna».
Cita, por ejemplo, los casos de personas que optan por esta vía para «expresar que la muerte es la aniquilación definitiva de la persona», los que expanden las cenizas en un paraje natural porque se piensa que la muerte «es el momento de la fusión con la madre naturaleza» o repartir las cenizas para utilizarlas como mero objeto de recuerdo o para convertirlas en piezas de joyería. «Las cenizas deben mantenerse en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o, si es el caso, en una iglesia o en un área especialmente dedicada para tal fin por la autoridad eclesiástica competente», añade.
Por ello, ofrece un apéndice con orientaciones sobre los columbarios tanto de la Congregación para la Doctrina de la Fe de la Santa Sede como de la Junta de Asuntos Jurídicos de la propia Conferencia Episcopal.
Las exequias no son homenajes
Otro de las cuestiones que buscan aclarar los obispos tiene que ver con la celebración de las exequias. Según Enrique Benavent, hay personas que las entienden como un recuerdo, una despedida o un homenaje y las acaban convirtiendo «en actos sincretistas». En este sentido, el documento, insiste en que el centro de la exequias es Cristo y no la persona del difunto: «Los pastores han de procurar con delicadeza que la celebración no se convierta en un homenaje al difunto. Eso corresponde a otros ámbitos ajenos a la liturgia».
En concreto, estiman importante que se elijan bien las lecturas, moniciones y cantos, y que el sacerdote prepare adecuadamente la homilía teniendo en cuenta las circunstancias de la familia y del resto de la asamblea. Y recuerda que, en el caso de que un familiar intervenga al final de la celebración, no debe «alterar el clima creyente de la liturgia» y evitar un juicio sobre el difunto o expresiones incompatibles con la fe que se expresa y vive.
En general, tal y como ha explicado Benavent, el documento tiene como objeto el anuncio de la muerte y resurrección de Jesús como núcleo de la fe cristiana y la esperanza cristiana, ofrecer sugerencias para el acompañamiento de las personas que sufren la muerte de un ser querido. Por ello, incluye las dimensiones doctrinal, litúrgica, pastoral y canónica.
En este sentido, la instrucción aborda la percepción actual ante la muerte constatando que en muchos casos se evita la cuestión de Dios. Sin embargo, ve como oportunidad que muchas personas alejadas de la Iglesia se acerquen a ella ante la pérdida de un ser querido o pidan su acompañamiento. «Este hecho no debe ser desdeñado ni minusvalorado, pues constituye una ocasión privilegiada para ofrecer una palabra de consuelo y esperanza», recoge.
Sin preparación para la muerte
Del mismo modo, comprueban cómo muchos cristianos han olvidado lo que significa la muerte y, por tanto, «no sienten la necesidad de prepararse para ella, ni tienen la preocupación de morir en gracia de Dios, sino que únicamente esperan una muerte instantánea y sin dolor». Este cambio de sensibilidad, explica el documento, incluso aparece en las propias celebraciones cuando, por ejemplo, «se silencia la necesidad de una purificación ulterior y la posibilidad de la condenación». «Con frecuencia se escucha también la afirmación de que nuestros hermanos difuntos ya han resucitado, identificando sin más el momento de la muerte con la resurrección», agrega.
Así, a nivel doctrinal, insiste en que, tal y como muestra la antropología cristiana, el hombre tiene cuerpo y alma y que ambos elementos son constitutivos del ser humano. Esta antropología es, por ello, «incompatible con la creencia en la reencarnación».