El Papa ha celebrado la Misa de este martes 9 de febrero con los frailes menores capuchinos ante las reliquias de san Pío de Pietrelcina y san Leopoldo Mandic, que se encuentran en Roma hasta el jueves con motivo del Año de la Misericordia.
En la homilía, el Santo Padre habló de la tradición de buenos confesores de los capuchinos. «Entre ustedes hay tanto buenos confesores. Es porque se sienten pecadores», les ha dicho Francisco. «Cuando uno se olvida de la necesidad que tiene de perdón, lentamente se olvida de Dios, se olvida de pedir perdón y no sabe perdonar», ha añadido.
El Pontífice ha aprovechado su intervención para dirigirse a todos los confesores a los que les ha recordado que «el confesionario es para perdonar. Y si tú no puedes dar la absolución, por favor, no apalearlos». Que el que acuda a confesarse «encuentre un padre que lo abrace y le diga “Dios te quiere mucho”».
Antes de concluir la homilía, el Papa ha pedido «renovar siempre el carisma de la confesión. Sean grandes perdonadores porque el que no sabe perdonar es un gran condenador». En este sentido, Francisco ha advertido: «O haces el oficio de Jesús, que perdona dando la vida, la oración, tanta horas ahí, sentado, como ellos dos, san Pío y san Leopoldo. O haces el oficio del diablo que condena, acusa».
Radio Vaticano / Redacción
En la liturgia de la palabra de hoy, se encuentran dos actitudes. Una actitud de grandeza ante Dios que se expresa en la humildad del rey Salomón, y otra actitud de mezquindad que viene descripta por el mismo Jesús, de cómo hacían los doctores de la ley, que todo era preciso, dejaban de parte la ley para observar sus pequeñas tradiciones.
La tradición de ustedes, de los Capuchinos es una tradición de perdón, de dar el perdón. Entre ustedes hay tantos buenos confesores: Es porque se sienten pecadores, como nuestro Fray Cristóforo. Saben que son grandes pecadores y delante de la grandeza del Señor continuamente rezan: «Escúchame Señor y perdona» (cfr.1 Reyes 8,30). Y porque saben rezar así saben perdonar.
En cambio, cuando uno se olvida de la necesidad que tiene de perdón, lentamente se olvida de Dios, se olvida de pedir perdón y no sabe perdonar. El humilde que se siente pecador, es un buen perdonador en el confesionario. El otro, como estos doctores de la ley que se sienten «los puros», «los maestros», solamente sabe condenar.
Yo les hablo como hermano, y en ustedes les quisiera hablar a todos los confesores. Especialmente en este Año de la Misericordia: El confesionario es para perdonar. Y si tú no puedes dar la absolución -hago esta hipótesis- por favor, no «apalearlos». Aquel que viene, viene a buscar fortaleza, perdón, paz en su alma; que encuentre un padre que lo abrace y le diga: «Dios te quiere mucho», y ¡que se lo haga sentir! Siento decirlo: cuánta gente –creo que la mayoría de nosotros lo ha sentido- dice: «yo no voy más a confesarme porque una vez me hicieron estas preguntas, me han hecho esto…» ¡Por favor!
Pero ustedes Capuchinos tienen este don especial del Señor: perdonar. Yo les pido ¡no se cansen de perdonar! Conocí un hombre en la otra diócesis, un hombre de gobierno, que terminado su tiempo de superior como guardián y provincial, a los 70 años fue enviado a un santuario a confesar. Y este hombre tenía una fila grande de gente para perdonar. ¡Todos, todos!, sacerdotes, fieles, ricos, pobres. ¡Todos! Un gran perdonador. Siempre encontraba el modo de perdonar o, al menos, de dejar en paz el corazón. Una vez fui a verlo y me dijo: -«Escucha, sos obispo y puedes decirme. Yo creo que peco porque perdono demasiado. Y me viene este escrúpulo…». -«Y porqué». -«No lo sé pero siempre encuentro como perdonar…». -Le pregunté «¿qué haces cuando te sentís así?» -«voy a la capilla delante del tabernáculo y le digo: Señor perdóname, creo que hoy he perdonado demasiado. ¡Pero Señor fuiste tú el que me ha dado el mal ejemplo¡». Sean hombres de perdón. De reconciliación, de paz.
Son tantos los lenguajes en la vida. Está el lenguaje de las palabras pero también el de los gestos. Si una persona se acerca a mí, en el confesionario, es porque siente algo que le pesa, que quiere quitarse. Quizá no sabe cómo decirlo, pero el gesto es este. Si esta persona se acerca es porque quiere cambiar, no hacerlo más. Cambiar, ser otra persona, y lo dice con el gesto de acercarse. No es necesario hacer las preguntas: «¿pero tu…?». Y si una persona viene, es porque en su ánimo no quiere hacerlo más. Pero tantas veces no pueden, porque están condicionados por su vida, su sicología, su situación… «Ad impossibilia nemo tenetur». Hay que tener un corazón amplio… El perdón; el perdón es una semilla, una caricia de Dios. Tengan confianza en el perdón de Dios. ¡No caer en el pelagianismo! «Tú debes hacer esto, esto, esto…». Ustedes tienen este carisma de confesores. Retómenlo. Hay que renovarlo siempre. Sean grandes perdonadores. Porque el que no sabe perdonar termina como esos doctores del evangelio: es un gran condenador, siempre acusa… Y ¿quién es el gran acusador en el Biblia? ¡el Diablo! O haces el oficio de Jesús, que perdona dando la vida, la oración, tanta horas ahí, sentado, como ellos dos, san Pío y san Leopoldo. O haces el oficio del diablo que condena, acusa… No sé, no se decirles otra cosa. Esto que les digo a ustedes, se los digo a todos los confesores. Si no saben hacerlo bien, que sean humildes y digan; «no, no, yo celebro la misa, limpio el piso hago todo, pero no confieso, porque no se hacerlo bien». Pidan al Señor esta gracia, yo la pido para ustedes, para todos los confesores, también por mí.