«Nunca tuvieron miedo de demostrar su fe»
Madrid cierra la fase diocesana de la causa de beatificación de 80 laicos y 60 sacerdotes siervos de Dios víctimas de la persecución religiosa del siglo XX
Cada vez que Lola Bermúdez (86 años) pasa por delante del Círculo de Bellas Artes de Madrid se acuerda de su padre. «Ayer mismo», sin ir más lejos, cuando «fui con unos amigos a ver las luces de Navidad». El 21 de agosto de 1936, a las puertas de este edificio que entonces era una checa, fue asesinado a tiros Antonio Bermúdez Cañete. Por odio a la fe, y por eso este hombre, miembro de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) que entonces tenía 38 años y estaba a punto de ser padre por segunda vez —de Lola—, es uno de los 140 siervos de Dios víctimas de la persecución religiosa del siglo XX cuya causa de beatificación se clausurará, en su fase diocesana, este viernes. Será en un solemne acto presidido por el cardenal Osoro a las 18:00 horas en la catedral de la Almudena. Tras miles de documentos sobre cada uno de ellos y los testimonios de más de 150 testigos, el proceso continuará en Roma.
Lola lamenta no haber preguntado más cosas sobre su padre a su madre, Auguste Orth, a la que su marido llamaba cariñosamente Guggy. En su mesilla de noche mantiene una foto de ambos con su hermano mayor, fallecido el año pasado, y la presencia de su padre en su vida es constante. Bermúdez era un próspero abogado y economista que había trabajado en Londres y Múnich, una joven promesa de su Baena natal (Córdoba) que destacó siempre por su elocuencia, sinceridad, erudición y fuerte personalidad, con notables condiciones de orador. Un hombre adelantado a su tiempo que promovía el cambio social de la mano del turismo y de la industria. «Hagamos de nuestra España un lugar de moda», decía. En la inauguración del Ateneo Popular de Baena defendió el derecho que los obreros tenían «a pedir pan y educación para sus hijos». Desde el extranjero, Bermúdez colaboraba, además, con el diario madrileño El Debate, para el cual cubrió la corresponsalía de Berlín a partir de 1932. Su postura crítica hacia el régimen nazi por su racismo, su acoso los judíos y su anticristianismo llevó al ministro de la Propaganda, Joseph Goebbels, a firmar su orden de expulsión del país. De vuelta a Madrid, fue elegido diputado por la CEDA en las elecciones de febrero de 1936.
Lola siempre pensó que lo más destacado de su padre «era su patriotismo», pero según buceaba en su historia se daba cuenta de que «su pensamiento cristiano también estaba presente». Quiere investigar más porque tiene indicios de que Bermúdez y el padre Huidobro, también en proceso de beatificación, se conocieron en Berlín. «Un primo mío jesuita es el que me dio la pista; me dijo que la vida de este sacerdote le decía mucho acerca del valor de mi padre». «Estoy encantada de que la causa de mi padre esté camino de Roma. Yo no sabía nada del movimiento que había en Madrid con los mártires, ¡pero estoy feliz! Soy creyente y pienso: “Dios mío, qué maravilla esto que tenemos en la familia”».
Tres procesos
Tres son los procesos que llegarán a Roma: el de Timoteo Rojo y 60 compañeros sacerdotes, el de Isidro Almazán y siete compañeros laicos de la ACdP, y el de Rufino Blanco y 70 compañeros laicos (Antonio Bermúdez entre ellos). Catequistas, carniceros, labradores, profesores, estudiantes… Cada uno de ellos tiene «su propia historia», explica el delegado episcopal de las Causas de los Santos, Alberto Fernández, aunque hay algo que destaca en todos: «Nunca tuvieron miedo de demostrar en público su fe». De Rufino Blanco nos habla su bisnieto, Pablo Blanco, sacerdote y profesor de Teología de la Universidad de Navarra. «Se definía a sí mismo como maestro de pueblo. Con el tiempo se convirtió en todo un intelectual cristiano. Inició los estudios de Pedagogía en España, fue periodista, fue político, pero en la familia le recordamos sobre todo como alguien que dio ejemplo de conducta cristiana en momentos bastante difíciles». Por ejemplo, luchó contra la retirada de los crucifijos en las aulas, hecho que probablemente lo llevó al martirio. Fue una persona juiciosa, trabajadora, en la que «la cotidianidad y la constancia eran sus principales virtudes». Fue detenido el 2 de octubre de 1936 junto a su hijo, y murió fusilado el día 3 en la Ciudad Universitaria. Tenía 75 años.
El Colegio Mayor Universitario San Pablo acogió este jueves, 15 de diciembre la presentación del libro Marcelino Oreja Elósegui. Fe y vocación pública. Se trata de la primera biografía del empresario y político vasco que, además, es uno de los siervos de Dios incorporado en la causa de Rufino Blanco. Miembro de la ACdP, falleció a consecuencia de la Revolución de Octubre de 1934. Secuestrado y conducido a la Casa del Pueblo de Mondragón (Guipúzcoa), fue asesinado el 5 de octubre sin llegar a conocer a su hijo, que nacería cuatro meses después. Tenía 40 años. Días antes de su muerte, se hizo grabar en un crucifijo que llevaba consigo la cita evangélica «amad a vuestros enemigos».
Oreja Elósegui era ingeniero de Caminos y abogado, y llegó a ocupar el puesto de gerente del diario El Debate. Fue diputado tras las elecciones de 1931 por el Partido Católico Tradicionalista, fundador de los Estudiantes Católicos y de la Juventud Católica Española y colaborador íntimo de Ángel Herrera Oria. Quienes lo conocieron destacaban de él su carácter generoso y su encomiable actividad como conferenciante.
La biografía, escrita por Lara Nebreda Martín, está prologada por el exministro de Asuntos Exteriores Marcelino Oreja Aguirre, el único hijo del protagonista. «Siempre quise saber más sobre la vida de mi padre», comienza, y por eso agradece de corazón a la autora la labor de investigación llevada a cabo. «Mi padre era una persona alegre, esperanzada, con preocupación por los demás, profundamente religioso, gran conocedor de los Evangelios…». Un hombre, concluye, «comprometido con su tiempo, con la Iglesia, con el desarrollo empresarial y la creación de empleo y solo, por último, con la política», entendida como servicio.