Tuve la oportunidad de celebrar Misa en la parroquia Little Flower este último fin de semana mientras el padre José Luis Garayoa se estaba recuperando (así lo esperábamos) de la COVID-19. Cuando visito una parroquia, siempre puedo hacerme una idea muy rápida de cómo se siente una comunidad parroquial con respecto a su párroco. Al visitar Little Flower, inmediatamente pude ver que esta familia parroquial pertenecía a su padre. Les encantaba sentirse hijos suyos, aunque a veces, como cualquier padre, los hacía sentir incómodos o los ponía de los nervios.
En mi reciente visita a su parroquia, uno de los muchos feligreses comprometidos tuvo una muy buena analogía al describir al padre José Luis. Este feligrés dijo que había notado que diferentes sacerdotes reflejan diferentes aspectos de la personalidad de Jesús. Garayoa reflejó al Jesús que volcó las mesas de los cambistas. ¡Bien dicho! Tenía una personalidad poderosa. La fuerza de su carácter hacía que el resto de las personas que estaban en una habitación orbitaran a su alrededor, ¡y salían mejores tras haber sido capturadas por la fuerza de su gravedad!
El padre José Luis no temía a nada ni a nadie. ¡Era un hombre que lo había visto todo! Una vez en Sierra Leona, donde también había servido durante muchos años, fue secuestrado y tomado como rehén. Le habían apuntado con una pistola a la cabeza y apretaron el gatillo, pero la pistola no funcionó. ¡Después de esa experiencia, nada pudo intimidarlo! Su vida pertenecía a su gente y el amor que compartían era mutuo. José Luis Garayoa nunca será reemplazado, pero confiaremos en que el Señor, que tan claramente se reveló a través de él, cuidará al fiel servidor y a la familia desamparada que deja atrás.